Los problemas políticos internos del gobierno nacional comenzaron o adquirieron una intensidad más alta a partir de la derrota electoral en los comicios legislativos del año pasado. Previsible. La victoria une, la derrota divide. Menos previsible es la dureza de los ataques internos de quienes consideran que no tienen ninguna responsabilidad acerca de lo sucedido. Todos tenemos presente que al otro día de la derrota electoral desde las filas kirchneristas se le hicieron al presidente imputaciones gravísimas, algunas de tono insultante y difamatorio, acusaciones que ni siquiera los dirigentes opositores más duros se animaron a hacer. Lo que se inició en noviembre, continuó, a veces con algunas pausas, a veces en un tono más bajo, pero siempre en la misma dirección. Para decirlo sin eufemismos, el kirchnerismo se ha transformado en opositor al gobierno que él mismo contribuyó a formar. ¿Cuáles serán las consecuencias de esta singular ofensiva? Es una pregunta que por el momento no tiene respuesta, aunque hay buenos motivos para presumir que cualquiera de los desenlaces afectarán no solo un orden institucional de por sí bastante debilitado, sino la calidad de vida de la sociedad, ya que estos escándalos, como la experiencia histórica lo enseña, no salen gratis.
A la derrota electoral, el kirchnerismo suma a la factura que debería pagar Alberto el acuerdo firmado con el FMI y la amenaza de aumentos a las tarifas de gas y electricidad, todas iniciativas que según los seguidores de Cristina afectan al pueblo. ¿Qué propone el kirchnerismo como alternativa a lo que trabajosamente intenta gestionar el ministro Guzmán? Es uno de los tantos misterios que los argentinos debemos resignarnos a convivir. También pertenece al territorio de los misterios cuál es la estrategia de poder de Cristina ¿Apretarlo al presidente?, como dijo Aníbal Fernández. Esto parece evidente, pero… ¿para qué? ¿Para sucederlo? No creo que Cristina esté en condiciones de asumir la presidencia de la nación. No lo creo, pero advierto que en la cabeza de Cristina pueden ocurrir las cosas más insólitas. Cristina no puede ser presidente, entre otras cosas porque para serlo debería propiciar lo más parecido a un golpe de Estado y, además, convengamos que le resultaría muy incómodo ser presidente con el setenta por ciento de la población en contra, y en más de un caso, beligerantemente en contra.
Convengamos que también desde el gobierno, se esmeran para complicar todo un poco más. En estos días el canciller Cafiero declaró muy suelto de cuerpo que careceríamos de autoridad moral para cuestionar al gobierno de Venezuela por su supuesta violación de los derechos humanos porque todos los gobiernos de la región, incluido el argentino, violan derechos humanos. ¿Es o se hace? ¿Es necesario explicarle al señor Cafiero la diferencia entre un estado de derecho y una dictadura? ¿O acaso supone que en Chile o en Colombia, por ejemplo, existe un régimen de dominación político parecido al de Venezuela, es decir, una dictadura narcomilitar? ¿O al de Nicaragua, una autocracia integrada por una pareja esperpéntica y siniestra? ¿Y qué decir respecto del propio gobierno argentino? Insólito y grotesco. El canciller argentino en su afán de defender lo imposible admitiría (si tomamos en serio sus palabras) que en su propio país se violan derechos humanos, un acto de sinceridad que ni los déspotas cubanos o nicaragüenses o venezolanos, nunca han admitido que exista en sus propios países.
Observadores con memoria histórica dirían que el espectáculo que hoy estamos padeciendo los argentinos es absolutamente novedoso, es decir, que no tenemos noticias de que algo parecido haya ocurrido alguna vez en este desdichado país. Exprimo mi memoria y no encuentro nada parecido. Adolfo Alsina le hizo algunos problemitas a Sarmiento, pero enseguida se puso o lo pusieron en línea. Pellegrini conspiró contra Juárez Celman durante la llamada crisis del noventa, pero ni la identidad de los protagonistas ni los desenlaces se parecen. Yrigoyen siempre se ocupó por ser acompañado de vicepresidentes que no lo fastidien. En 1922, concluido su primer mandato, apostó por Marcelo T. de Alvear creyendo que luego podría manipularlo, pero convengamos que la jugada no le salió bien. Así y todo, Yrigoyen se cuidó muy bien de manifestar sus disidencias con Alvear. Por supuesto que no se privó de intrigar, y en particular de permitir que sus seguidores lo hicieran, pero más allá de conocidas disidencias, Alvear e Yrigoyen siempre se respetaron y así como en su momento Alvear se opuso a maniobrar desde la presidencia para perjudicar la candidatura de Yrigoyen en 1928, Yrigoyen por su parte se despidió de la política diciéndole a sus correligionarios que sigan a Marcelo; "no tiene mística pero es radical". El vicepresidente de Agustín Justo, el conocido Julito Roca, nunca se extralimitó en sus funciones. No pasó lo mismo con el vice de Roberto Ortiz, el conservador Ramón Castillo, pero las personales disidencias las resolvió el destino: Ortiz se enfermó, renunció a la presidencia y al poco tiempo murió. Perón, como es de imaginar, se ocupó de tener un vicepresidente que nunca fuera más allá de la condición de personaje pintoresco. Por último, cuando el vicepresidente de Frondizi, Alejandro Gómez, intentó balbucear un juego político propio fue pasado a retiro sin pérdida de tiempo.
Lo cierto es que el actual gobierno podría muy bien escenificarse con la imagen de un conventillo o un reñidero. Y todo esto en una coyuntura política y social muy complicada. Los rumores que circulan son alarmantes. Son rumores, es decir, no son certezas, pero cuando ese "runrún" circula en las esferas del poder, muy bien puede recurrirse a la célebre frase de Shakespeare: "algo huele a podrido en Dinamarca". Todo parece indicar que el kirchnerismo le ha declarado la guerra al gobierno con una agresividad que supera a la que podría ejercer la oposición de Juntos por el Cambio. Especulaciones al margen, lo cierto es que el peronismo una vez más se da el lujo de ser oficialismo y oposición al mismo tiempo. Para que ello no ocurra, importa que la oposición se mantenga unida y con la legitimidad social necesaria suficiente como para que una mayoría de argentinos sepa que el país es más importante que el sainete a veces pintoresco, a veces sórdido, a veces miserable, que protagoniza el peronismo desde el poder.
¿Qué propone el kirchnerismo como alternativa a lo que trabajosamente intenta gestionar el ministro Guzmán? Es uno de los tantos misterios que los argentinos debemos resignarnos a convivir. También pertenece al territorio de los misterios cuál es la estrategia de poder de Cristina ¿Apretarlo al presidente?, como dijo Aníbal Fernández. Esto parece evidente, pero… ¿para qué? ¿Para sucederlo? No creo que Cristina esté en condiciones de asumir la presidencia de la nación. No lo creo, pero advierto que en la cabeza de Cristina pueden ocurrir las cosas más insólitas.
Lo cierto es que el actual gobierno podría muy bien escenificarse con la imagen de un conventillo o un reñidero. Y todo esto en una coyuntura política y social muy complicada. Los rumores que circulan son alarmantes. Son rumores, es decir, no son certezas, pero cuando ese "runrún" circula en las esferas del poder, muy bien puede recurrirse a la célebre frase de Shakespeare: "algo huele a podrido en Dinamarca".