Es necesario ver al mundo y a las personas de otra forma
¿Qué nos pasa a los seres humanos en el siglo XXI? ¿En nombre de qué un hermano mata a otro hermano? ¿Por qué no se puede parar la guerra? ¿No queremos o no podemos hacerlo? Son algunas de las preguntas que hace y se hace el autor de la presente nota. Es contradictorio, dice, "por una lado potenciamos las guerras, producimos millones de refugiados y después nos preguntamos... ¿Qué hacemos con ellos?"
Una madre refugiada y sus dos hijos descansan después de su llegada a la isla griega de Lesbos. Muchos de ellos provienen de Medio Oriente; no son simples migrantes, son desterrados, víctimas de la guerra.
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Quiero comenzar mi reflexión con una pequeña anécdota referida a Elías, el gran profeta del Antiguo Testamento. Dicen que el profeta Elías era una persona divertida, graciosa, le gustaba pasear por las calles del pueblo disfrazado. Quería observar a la gente de cerca. Un día se disfrazó de mendigo. Fue a llamar a la puerta de una gran mansión, donde se celebraba una gran fiesta. Cuando el dueño de casa lo vio, sucio y andrajoso, lo despachó con un gran portazo. Elías se marchó. Pero volvió más tarde, lujosamente vestido: traje, camisa de seda, sombrero, bastón adornado con oro. Cuando llamó a la puerta fue recibido con todos los honores y sentado en la mesa de honor.
Rescatistas buscan gente entre los escombros del Hospital Infantil Okmatdyt de Kiev, uno de los más grandes centros pediátricos de la capital de Ucrania. Fue el 8 de julio de 2024, cuando una oleada de misiles rusos Kh-101 sobre distintas ciudades ucranianas dejó 36 muertos y destruyó importantes instalaciones civiles.
Todos lo miraban con admiración. De repente, Elías empezó a llenarse los bolsillos de comida y a derramar el vino por su ropa. La gente sorprendida, incluso indignada, le preguntó por qué se comportaba así. Elías contestó: "Cuando vine como pobre me rechazaron, cuando vine como rico me honraron y agasajaron, pero soy la misma persona. Sólo han cambiado mis vestidos. Ustedes no me recibieron a mí sino a mis vestidos y mis vestidos tenían que ser alimentados". Entonces los invitados bajaron la cabeza…cuando la levantaron, Elías había desaparecido.
Queridos amigos. Hoy, en la "sociedad del tener", es oportuno preguntarnos: ¿En que nos fijamos para valorar a otras personas, que apreciamos en los demás, el bello cuerpo, el nuevo coche, el título, el cargo, el nuevo vestido u otras cosas? Pero… ¿las cosas materiales agregan algo a su eminente dignidad? ¿Por qué actuamos así? ¿No será porque nos consideramos mejores que los demás, superiores a los demás, autorizados para aprovechar un apellido, para ocupar cargos o puestos importantes?
El evangelio nos invita a ver el mundo y a las personas de otra forma. La pedagogía de Jesús es impactante y siempre asombrosa. En el mundo de hoy, donde se valora al hombre no por lo que es, sino por lo que tiene, Jesús, paradójicamente, siente una debilidad por los más necesitados, pobres y marginados, enfermos y pecadores. Lo vemos graficado tan bellamente en el evangelio de San Marcos, que nos presenta la curación de un sordomudo diciendo: "Jesús se acercó, le puso los dedos en las orejas, con su saliva le tocó la lengua y después pronunció una palabra: ábrete. Y se abrieron sus oídos, se soltó la lengua y el sordomudo comenzó a hablar".
¡Qué maravilloso! Es una página llena de enseñanzas. Todos los valores y gestos como: la ternura, la cercanía, la empatía y la profundidad recobran su significado. Qué importante es tener la capacidad de mirarnos en los ojos, darnos una palmadita, tocar el brazo para decir: te aprecio, te respeto, celebro tu existencia… Hay que tener una mirada atenta para ver cosas extraordinarias en los hechos aparentemente ordinarios de la vida.
En estos días que estoy de vacaciones en Polonia, vivo cerca del límite con Ucrania y sigo muy atento el conflicto bélico. La tragedia y el drama de miles de personas del pueblo hermano de Ucrania continua. Hay miles de jóvenes con el futuro hipotecado, niños sin escuelas, jóvenes mutilados, sin brazos, con piernas cortadas. Usando el concepto teológico, se puede hablar incluso del vía crucis del pueblo ucraniano. En este momento, cuando estoy escribiendo estas líneas, veo en la televisión polaca que, en algunos lugares de la bella ciudad de Kiev, los misiles destruyen escuelas, hospitales y hogares. Sigue la matanza de los inocentes y el mundo, nuestro mundo, tan inflado de su ciencia y técnica, permanece en silencio.
Permanentemente se habla de los derechos humanos y justamente lo que más se viola son los derechos humanos. Me dan ganas de gritar: ¿Qué nos pasa a los seres humanos en el siglo XXI? ¿En nombre de qué un hermano mata a otro hermano? ¿Por qué no se puede parar la guerra? ¿No queremos o no podemos hacerlo? Sospecho que lo primero. Que falta de lógica y razón. Por un lado, potenciamos las guerras, producimos millones de refugiados y después nos preguntamos: ¿Qué hacemos con ellos?
Todo el mudo se conmueve y, sin embargo, seguimos tranquilos, hasta paralizados. Hoy es urgente que se abran nuestros ojos de nuevo para ver mejor; que se abran nuestros oídos para escuchar y no sólo oír; que se abra nuestra lengua para que podamos hablar y denunciar lo que debe ser denunciado, lo que debe ser cambiado.
Que Dios nos bendiga.
(*) Autor del ciclo "Comentario bíblico", publicado semanalmente por El Litoral.
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