En su tiempo Sigmund Freud describió diferentes mecanismos de formación de síntomas psíquicos, entre ellos aquel que denominó "formación reactiva". Como su nombre lo indica, se trata de un movimiento inconsciente del sujeto que reacciona frente a las marcas de su historia, esencialmente ante aquellas que adquieren un carácter traumático o entran en conflicto con sus valoraciones morales actuales. Según una representación clásica, si a un niño sus padres le reprocharon con insistencia faltas de higiene personal, puede que más tarde devenga un adulto que se lava las manos con excesiva frecuencia. Por supuesto, no es una relación de causa y efecto -eso sería reducir la subjetividad a una lógica lineal del tipo estímulo/respuesta-, por el contrario, es necesario asumir que existen un sinfín de contingencias e invenciones en las respuestas de cada uno al estilo de crianza del cual fue objeto. Puede asumirse aquí que la pulcritud en la higiene no es más que un rasgo de carácter, sin embargo, en ocasiones también constituye un síntoma, especialmente cuando impone una gran cuota de trabajo y obstaculiza la vida cotidiana.
Mirá tambiénAunque quisiéramos, no somos un cerebroOtro ejemplo en la literatura psicoanalítica se relaciona con la ambivalencia propia de los lazos afectivos, entendida como la convivencia de sentimientos amorosos y hostiles dirigidos hacia una misma persona. Aunque los sentimientos hostiles permanezcan reprimidos o sustraídos de la conciencia, pueden retornar como una compulsión a manifestar su opuesto. Es cuando irrumpe un exceso en la disposición amorosa o en el cuidado del otro, aunque no siempre ni necesariamente. En este contexto lo importante es precisar que, tanto en uno y otro caso, los sujetos no advierten la relación entre los autorreproches y su conducta actual. Es, como se dice, una ideación inconsciente de la cual tomamos noticia a partir de sus efectos. Más allá de estos ejemplos en particular, interesa retener el principio general del mecanismo, a saber, su lógica de espejo invertido. Tal como una brújula silenciosa, las formaciones reactivas orientan y condicionan nuestra existencia de muchas formas.
En un espacio psicoterapéutico un sujeto afirma, con decisión y orgullo, que busca ser padre para enmendar en la próxima generación todo aquello que, según su criterio, sus padres hicieron mal en su propia crianza. De ese modo no advierte que su estilo original de paternidad queda eclipsado tras el propósito de hacer exactamente lo contrario. Allí donde podría empujar un deseo desde un mejor lugar, se eterniza el embrollo de una reivindicación a destiempo, cuyo sentido no trasciende la dimensión de un enojo demasiado costoso.
Otro sujeto rivaliza con la figura de su padre desde hace tiempo y por diferentes razones. Más allá del padre de carne y hueso, aquí la versión simbólica funciona como un "modelo en negativo" y, en el afán de conseguir la diferencia más absoluta respecto de aquel, limita sus elecciones de vida a un conjunto finito de oposiciones literales. Si su padre no posee estudios superiores, entonces se preocupa más por obtener un título universitario en sí, que por seguir una vocación que le concierna a él mismo. Si le imputa a su padre una serie de faltas éticas en el modo de proceder, entonces se impone para sí una moral intachable en cada aspecto de lo cotidiano, por pequeño o grande que sea. Así, de tanto en tanto, cae en la inhibición cada vez que una situación le presenta un dilema moral que no puede resolverse en términos de correcto o incorrecto. Cueste lo que cueste, en adelante se trata de no ser como el padre, antes que preguntarse por el enigma de su propio deseo.
En otro contexto una mujer se propuso interrumpir una relación amorosa. Si bien ya no experimenta un deseo amoroso, no logra concretar la separación a pesar de todo y queda a la espera de un movimiento de su partenaire. Su frustración e impotencia la llevaron a preguntarse por la causa de la postergación de su acto, hecho que decidió finalmente el inicio de un tratamiento psicoterapéutico. Allí fue posible reconstruir la lógica de su enredo en el campo amoroso. En su familia de origen la disolución del lazo afectivo entre sus padres marcó un antes y un después en la vida familiar. En aquel entonces forjó para sí misma una interpretación maniqueísta de la situación: uno de sus padres había abandonado a su suerte al otro. Se comprende así que asumir el acto de la separación la reenvía a aquella posición de abandono que tanto rechaza, sin importar las diferencias de contexto y la legitimidad de los motivos que obran en cada caso. Mientras no se conmueva la soldadura de sentido que iguala separación y abandono, mientras la interpretación no se abra a los matices de la existencia, entonces "hacer lo contrario" solo perpetuará lo que no funciona más allá de lo necesario.
En esta sucesión de coyunturas clínicas es posible atrapar que el mecanismo de las formaciones reactivas, su lógica intrínseca, introduce un nuevo problema al intentar subsanar aquel al cual reacciona. En otras palabras, constituye la continuidad misma del embrollo inicial y no su superación. Como suele decirse en nuestra práctica, un psicoanálisis no cambia los hechos y acontecimientos de la vida, pero sí puede tocar los sentidos y respuestas que cada uno construyó allí como interpretación, especialmente cuando su vigencia restringe las elecciones de una vida.
(*) Psicoanalista, docente y escritor.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.