Imagen ilustrativa. Crédito: Luis Cetraro / Archivo El Litoral
Sábado 21.1.2023
3:06
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Espero la lluvia con santa paciencia. Y no sé si vendrá del cielo o de mis ojos. El polvo necesita aplacar su volátil consistencia con un poco de humedad. El verano retumba su esplendor, y la vegetación y sus rizomas se estiran buscando unas gotas benditas que apaguen su sediento quebranto. Mi corazón también esta seco de ilusiones. Un torbellino de conjeturas mordaces se sacude en mi mente hasta disolverse en un suspiro. Las encrucijadas del alma se mezclan con las preocupaciones por los peligros del fuego que acechan ante la sequía y la melancolía arrasadora del viento.
Un pedazo de cordillera se quema sin tregua. Las llamas no tienen piedad y devoran lo que encuentran. Espirales de humo se pegan al aire estremeciendo las entrañas de los que amamos estos páramos. Un fulgor que duele alumbra el horizonte oscuro. Inquietudes y penas rondan sigilosas opacando las estrellas, prolongando la vigilia.
Fue larga la noche, poblada de ruidos y aullidos de perros, invocando sensaciones que no dejan de latir. El sol se retrasa entre los cerros y las nubes, y despacio voy sacudiendo los sueños destemplados y el cansancio que siguen prendidos a mis pestañas. Las sombras y el miedo se disipan lentamente y aun no sé si la luz entra o sale por la grieta de mi pecho.
El silencio del amanecer se colma de susurros de cigarras y de grillos. Promesas antiguas abren permanentes huellas de creencias y de anhelos.
Mientras a unos kilómetros el incendio persiste, el bosque que me circunda despliega su rompecabezas de hojas y trinos hambrientos de vuelos. Mis ojos enmohecidos por siglos de búsquedas y verdades contemplan el misterio de la savia y el deambular de las abejas que dejan su rastro mínimo sobre la esencia de las flores. No tengo apuro por encontrar más certezas ni frustraciones. El tiempo transcurre implacable y se pega a mi carne que envejece, pero tengo fe. Contra todo pronóstico, siempre perdura el amor.
La incoherencia de unos rayos luminosos se aletarga entre los grises celajes. Ansío que el agua se derrame para calmar el grito de la tierra y saciar la pasión que consume las raíces. Cada palmo de mi piel también reclama la frescura y el alivio. Como un presagio, mi rostro se desarma en una constelación de emociones insurgentes. Tal vez se rompa entre lágrimas y risas. En mi mente relampaguean palabras hasta desencadenar un poema.
El gallo canta su devoción por el alba con manía de pluma y de maíz. Otro le responde con entusiasmo. Y otro más se hace eco en la lejanía. La sirena de los bomberos anuncia un nuevo foco ígneo. Helicópteros hidrantes recorren la zona con sus bolsas hinchadas. La mañana se satura de alarma…
Mientras tanto… Espero la lluvia…
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