Madrugada de viernes. Mi celular explota de noticias de odio. La tenue luz de la lámpara de sal no logra amortiguar el agrio estupor de los sucesos. Me quedo un rato en la cama meditando cuanta violencia, cuánto rencor hay aniquilando el alma de la gente.
Son las 5:44 y sé que no voy a volver a dormir. Me levanto y alimento el fuego de la estufa. El invierno se agazapa en las penumbras de la noche para dejar su rastro mordiente en las estrellas y en las hojas. También hay una grieta helada en mi interior donde quedaron esculpidos los estigmas del olvido. El desamor aún me duele en las pestañas y en la lengua condensada de silencios.
A pesar de la tibieza acogedora de la cocina, el frío me besa los pies y me estremece hasta los huesos. Con el mate humeando su ternura, prendo la netbook y me pongo los anteojos para ver mejor. Con la página vacía intento concentrarme en las palabras, en las letras quebrando la molécula de hastío hasta que amanece un poema en el resplandor de la pantalla.
Los minutos pasan latiendo su infinita soledad. Unos palillos flotando en el líquido caliente me recuerdan ciertas verdades: el mundo está flojito de valores y de afectos; la violencia y el desprecio por la vida es altamente repudiable; sólo el amor nos salva del abismo.
La claridad comienza a perforar las hendijas de la ventana de madera. Pongo la pava para otros amargos y salgo a contemplar la mañana. Mi hermoso y lanudo perro salta de alegría en el jardín, mientras los gatos malcriados se pegan a mis pasos maternales con su cariño expectante y juguetón.
Tengo fe en Dios y en la tierra que despierta. Septiembre envuelve el paisaje con frescuras matinales, brotes chispeando en los frutales y renovales de cipreses y alegrías. A la brisa que caracolea en mi piel le ofrendo esas cosas que quiero borrar de mi memoria, las que punzan como espinas irritando la fragilidad de las manos. Siempre queda la esperanza como último recurso, como excusa del corazón para nutrir sueños y sonrisas.
Mi esencia de niña envejecida aun busca la utopía, mientras abrazo el dulce misterio de la vida. Detrás del cerro amaga sus candores una nostalgia de primaveras con aromas de retamas amarillas y candiles cargados de promesas. Un antiguo querer me pica en la garganta…y en el cielo preñado de añoranzas, una vez más, el sol…