Por Graciela Ribles
Por Graciela Ribles
Los caballos del Tito se mueven inquietos, con rabia Rosa se saca la gorra y la guarda en la mochila.
La siesta está plagada de relojes atrasados.
- Piojosa, piojosa. Botona piojosa. Le gritan los pibes que salen de la cava.
- ¡Pendejos, ya van a ver cuando los agarre!
El Tito se asoma por la puerta del rancho.
―Rosa, ¿otra vez por acá? Pa' que remover la mierda si sabés que apesta.
―Es que el Alan... (Rosa se abraza a Tito y llora)
El perro empieza a aullar, los otros lo siguen. Rosa maldice:
―Otra vez, los borcegos embadurnados de caca.
―Viejo, a ver si para la próxima limpiás un poco. Dice alejándose.
Deja la periferia sus pisadas son mezcla de bosta y barro. Nada fue fácil, sobrevivir, estudiar. A los doce se escapó, antes de que la pusieran a laburar en la calle. El Tito la recibió, en un rancho bien al fondo, límite con el Salado.
Rosa camina, las calles de la villa son su hogar, un espacio donde conviven la droga, el delito, el trabajo, la pobreza y la marginalidad. Pasa por la pared del milagro, donde brotó la imagen de Cristo después de la inundación. En la vereda, mate en mano, uno que otro vecino la saluda, cuando cobró el primer sueldo se mudó a una pieza cerca de la parada del dieciocho.
Piensa en el Alan, su hermanito de seis años, necesita alejarlo de ese entorno. Saca de la mochila un traje de Hombre Araña, lo pone sobre la cama. Entra a bañarse. El Alan ya está por llegar de la escuela.
A pocas cuadras las ruedas de una bicicleta giran impulsadas por el golpe. Una mancha oscura pinta el asfalto. Las puertas de las casas se abren, como las del cine o el teatro, para contemplar la trágica escena. Varios niños forman una ronda. En el centro, otro, con forma de caracol ya es un ángel.
La ambulancia dobla en la esquina, sus luces también giran. A lo lejos se escucha una cumbia, en la vereda alguien llora. Rosa habla por teléfono, la piel se le pone de gallina, se levanta y mira por la ventana. "Parece que el Alan no va a venir". Piensa. El Tito pasa con el carro para el centro, más en pedo que otros días, no se avivó que los caballos se llevaron puesto a un pibe.