I
I
El gobernador Ricardo Quintela está muy interesado en instalar a la provincia de La Rioja en el cuadro de honor de las provincias feudales que engalanan a nuestra patria. Quintela ha decidido competir sin desmayos con Insfran, Zamora, Capitanich, Rodríguez Saa y los Kirchner. El dato objetivo que permite distinguir estas proezas políticas es unos de los rasgos distintivos de la cultura populista criolla: la reforma constitucional con reelección, si es posible, indefinida. En este punto, convengamos que el peronismo se ha esmerado. Sus tres presidencias históricas: Perón, Menem y Kirchner militaron a brazo partido por ese objetivo. La retórica en todos los casos es la misma: se invoca la reforma en nombre de teorías constitucionales, pero a sus promotores lo que siempre les importó y les importa, es la reelección. Como los contrabandistas, lo que importa está escondido en el fondo de la maleta, disimulado o escondido. No estoy exagerando. Para 1983 la reelección de gobernadores era la excepción; cuarenta años después la excepción son las provincias que no la permiten. Los argumentos son siempre los mismos: retórica humanitaria, argucias teóricas, pero en el fondo, lo que les importa a sus promotores es quedarse en el poder hasta el fin de los tiempos. Es lo que pensaban Perón, Menem y los Kirchner. Es lo que piensan los gobernadores. Su modelo no es el estadista moderno, sino el capanga, el jeque, el autócrata, el caudillo de horca y cuchillo. Repasen los apellidos de nuestros gobernadores populistas, los de ahora y los de antes, y verán que no exagero. Como tampoco exagero cuando digo que ese orden concentrado en el "Patrón" vive de la coparticipación y se sostiene alentando o consintiendo actividades mafiosas. Soledad Morales, el crimen de la Dársena, el asesinato de Cecilia, son algunos de los testimonios acerca de los recursos que se valen estos caballeros para resolver los dilemas de su vida cotidiana.
II
El otro rasgo distintivo es la relación de los capangas peronistas con la libertad de prensa. La libertad de expresión y la crítica al poder les produce a estos caballeros la misma impresión que el crucifijo le provoca a Drácula. En estos temas, Perón fue un maestro y contó con la colaboración de Alejandro Apold, el Goebbels argentino. Si a principios de los años cincuenta, el villano de la historia era La Prensa de Gainza Paz, en la actualidad ese rol lo cumple Clarín de Magnetto. En las provincias gobernadas por los jeques, esta realidad se reproduce con conmovedora fidelidad. Santa Cruz es un modelo digno. Quintela en La Rioja se está esmerando en superarlo. Con reforma constitucional incluida. En todos los casos, lo que les molesta a nuestros populistas criollos no es la prensa en general, sino la prensa que los critica; como tampoco les molestan los jueces en general, sino los jueces que los condenan. El peronismo puede convivir con periodistas coimeros y jueces corruptos al estilo Oyarbide sin conflictos, incluso hasta con alegría. El problema son los otros: los jueces y los periodistas que los investigan.
III
Para los enemigos de la libertad y las sociedades abiertas el modelo de dominación ideal en la primera mitad del siglo veinte fueron las denominadas dictaduras bananeras: Trujillo, Somoza, Stroessner, Duvalier eran los modelos ideales. Después, la solución fueron las dictaduras militares. En el contexto de la "guerra fría", las fuerzas armadas se transformaron en la garantía del orden en nombre de la doctrina de la seguridad nacional y la defensa del denominado mundo occidental y cristiano. Desde fines del siglo XX hasta la actualidad el modelo que amenaza las libertades y la convivencia civilizada es el populismo en sus variantes de derecha e izquierda. En el siglo XXI no hay lugar para los Somoza o los Onganía, pero hay lugar para corromper la democracia. La criatura nacida de esa violación, es la autocracia, el dictador electivo. Por supuesto, estos objetivos no siempre los pueden lograr. A su pesar, hay resistencias que les ponen límites. La estrategia de Hugo Chávez no era diferente a la de los Kirchner, pero la sociedad argentina no permitió lo que la sociedad venezolana consintió por determinadas condiciones históricas. Gildo Insfrán es para un porcentaje importante de los dirigentes peronistas el modelo ideal de gobernante, pero lo que el jeque formoseño pudo realizar en sus lares, no siempre lo pueden consumar sus admiradores.
IV
Las relaciones con el capitalismo es otro conflicto de la cultura populista. La contradicción o la tensión entre acumulación y distribución, el populista nunca la ha resuelto, la ha resuelto mal o la ha resuelto bajo la consigna: "pan para hoy, hambre para mañana". El populismo no está en contra del capitalismo en general y mucho menos en contra de la propiedad privada. De hecho, sus jefes por lo general se han distinguido por su avidez insaciable para acumular fortunas. Históricamente estos líderes pertenecen a sectores sociales postergados o en conflicto con las tradicionales oligarquías. La resolución de esas diferencias han sido diversas, pero en todos los casos lo que el populismo impuso en primer lugar es un modelo de poder, de dominación política y una adaptación del capitalismo a esas necesidades. Esa adaptación siempre le ha presentado dificultades. El populismo luce su esplendor en tiempos de abundancia, pero cuando llegan las crisis, no saben qué hacer o lo que hacen, lo hacen mal. Algo de esto ocurre en estos años. En el contexto de una cultura en la que no quedó más remedio en admitir que la legitimidad la otorga el voto popular, el objetivo populista es ganar esa voluntad otorgando reivindicaciones sociales, pero la otra variante, la de rigurosa actualidad, es la masa clientelar, las multitudes sometidas a las dádivas del poder. El liderazgo populista invoca esa legitimidad popular, pero en su intimidad supone un don mágico, mesiánico. "Los líderes nacen, no se hacen", se jactaba un caudillo peronista. Los beneficiarios de las políticas populistas son las masas: los obreros en ciertos momentos o todos aquellos sectores que la economía o los rigores de la vida social excluyen del sistema. En el peronismo original esa relación estaba muy bien planteada entre los trabajadores sindicalizados invocados por Perón y "los grasitas", el apelativo delicado y galante que el "hada rubia" le dedicaba a los pobres.
V
Asistimos al ocaso del populismo. Una declinación lenta pero implacable; lenta, pero dolorosa porque los más débiles son las víctimas de este ocaso. Sus paradigmas, sus hipótesis han envejecido, en más de un caso han fracasado, son anacrónicas. Lo que sobrevive son los eczemas, las purulencias, los vicios y por supuesto, las abultadas cuentas corrientes de sus jefes. El balance social es lastimoso: pobreza, indigencia, inflación, endeudamiento. Un país rico, empobrecido; un país culto, degradado. Es verdad que hay provincias con millones de habitantes que contrastan con la letanía populista. Ese contraste es económico, cultural y político. Provincias donde las relaciones sociales y económicas son modernas, son provincias donde el populismo es derrotado o en algunos casos, para sobrevivir políticamente, no les queda otra alternativa que mimetizarse en culturas políticas en las que no creen o desprecian. Córdoba es el ejemplo de un populismo aggiornado, de un "peronismo bueno". Lo han hecho por necesidad o astucia pero lo han hecho. De todos modos, las dudas acerca de la sinceridad de esos cambios están latentes. Tal vez sea una anécdota, pero tal vez sea un síntoma. Me refiero al instante en que el flamante gobernador cordobés por el "peronismo bueno" subió al escenario, tomó el micrófono y comenzó a los alaridos defendiendo valores y paradigmas que Insfran, Zamora, o Quintela hubieran aplaudido.
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