En esta ocasión, El Litoral quiere recordar a uno de sus más cercanos colaboradores, fallecido el 12 de noviembre pasado, Roberto Oscar Casabianca, quien fuera profesor adjunto y titular de varias cátedras en la Facultad de Bioquímica, así como decano de la Universidad de Bioquímica de Santa Fe. También fue artífice de la inauguración de la Ciudad Universitaria en el barrio El Pozo y jefe del Servicio de Laboratorio del Hospital José Bernardo Iturraspe, institución de la cual fue miembro del Consejo de Administración.
Otras de las actividades en las que se destacó Roberto fue la de docente del nivel secundario, ejerciendo durante veinticinco años como profesor en la Escuela Juan del Pino de Rivadavia. Asimismo, fue presidente de la primera cooperativa de trabajo de bioquímicos y del Colegio de Bioquímicos de Santa Fe. Sin olvidar que -además- fue director titular en representación del sector pasivo de la Zona Norte en la Caja de Previsión de los Profesionales del Arte de Curar. Indudablemente, como lo destaca su hija María Verónica, fueron muchos sus logros y realizaciones.
Emotivas palabras de sus hijos
Mediante estas líneas, junto a sus hijos quisimos homenajear a Roberto, más allá, como expresan ellos, del "listado interminable" de títulos, menciones y reconocimientos, o del repaso del que puede ser el "reflejo de su sabiduría", como fueron sus artículos y comentarios, "siempre impecables y bien estructurados". Como lo expresan ellos, el que sigue es un homenaje al ser humano, que supimos conocer en estos últimos tiempos a través de sus columnas de Opinión, "a ese corazón inmenso que siempre actuaba desde el amor" y no desde la mera búsqueda profesional:
"Creciste en la humildad de tu hogar y nos enseñaste, con tu ejemplo, que con esfuerzo y determinación se puede salir adelante. Fuiste un esposo incondicional y siempre presente, un papá extraordinario y un abuelo de otro mundo. Llenaste nuestros días con tus dichos, apodos y cancioncitas, esos pequeños grandes detalles que quedarán grabados para siempre en nuestros corazones (…)".
"(…) Más allá de tus logros profesionales, eras la personificación de la sencillez. Te movías con la misma grandeza en tu Citroën 2CV o en tu Vespa, demostrando que el verdadero valor de una persona está en su interior. Siempre, siempre alentando al sabalero con pasión. Amante de la naturaleza, protector incansable de los pajaritos y los perritos callejeros, con una ternura que te hacía único".
"(…) Profesor entrañable y querido por tus alumnas, eras el símbolo de la enseñanza desde el afecto. (…) Y como recordó una alumna tuya: si alguien mira el reloj dentro de mi hora de Merceología, es porque no sé llevar la clase adelante. ¡Cuántas historias y palabras de admiración podrían compartir sobre vos! Tu honestidad brillaba en cada paso que diste; nadie podría decir lo contrario. Tu fortaleza, empuje y generosidad inspiraron a tantas personas a ser mejores".
"(…) Gran amigo, camarada, hombre de ley y de fe. Patriota, leal y con valores de acero. Un corazón empático, siempre dispuesto a tender la mano a quien lo necesitara, sin importar quién fuera o de dónde viniera. Cabrón como pocos, sí, pero a la vez increíblemente querible. Apasionado, risueño, y protector de quienes amabas. Luchador incansable de las causas justas, porque la edad jamás fue un obstáculo para pelear por lo que creías correcto. Hombre de profundos valores, gracias por ser inspiración, maestro y ejemplo de vida. No viviste en vano".
Sus hijos nos cuentan que Roberto nunca dejó de estudiar, "ni siquiera un minuto", hasta el último instante. Y que sus convicciones eran inquebrantables, así como su energía inagotable. Devoto de la Virgen de Guadalupe, nunca se perdía el rezo del rosario, ni la misa que transmitían: "El día 12 de cada mes peregrinaba con fe a la basílica. Y fue un día 12 que emprendió su último viaje. Ese día llevamos a la virgencita a la terapia y con mucho amor le dio un beso… esa fue su despedida". Roberto había nacido en la ciudad de Santa Fe el 16 de enero de 1943. Tenía 81 años.
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