Por Luis María Calvo (*)
Por Luis María Calvo (*)
Volver a trazar la ciudad
El 21 de abril de 1649 Juan Gómez Recio, procurador de la ciudad, presentó ante las autoridades del Cabildo de Santa Fe una solicitud en la que -dice el acta levantada en esa fecha- "pide mude sitio la población en conformidad de lo asentado en su fundación". Dada la importancia del petitorio se infiere que no se trataba de una iniciativa personal sino que el procurador era portavoz de una inquietud largamente deliberada entre los santafesinos.
El traslado de una ciudad fue una práctica frecuente entre las fundaciones hispanoamericanas, de ahí que el mismo Juan de Garay hubiera previsto esa posibilidad en el acta de fundación: "... asiéntola y puéblola con aditamento que todas las veces que pareciere o se hallare otro asiento más conveniente y provechoso para la perpetuidad, lo pueda hacer, con acuerdo y parecer del Cabildo y Justicia que en esta ciudad hubiere, como pareciere que al servicio de Dios y de Su Majestad más convenga".
Mudar la ciudad significaba abandonar todo lo trabajado durante ocho décadas en el sitio fundacional, y volver a materializarla en un nuevo asentamiento trasplantando su trazado. Distintas razones suficientemente importantes fueron tenidas en cuenta al momento de tomar esta decisión.
Para proceder a la mudanza el Cabildo dictó un auto para que los vecinos manifiesten "los títulos de los solares de sus viviendas y las tierras de sus dichas casas y que los que no tuvieren títulos justificasen sus derechos y acciones con informaciones" con apercibimiento de que si no lo hiciesen en término, los solares serían dados a otras personas que las pidiesen.
Algunos meses más tarde, en su reunión del 12 de abril de 1651, el Cabildo dispuso el reconocimiento de la estancia de Juan de Lencinas o el sitio que fuere más a propósito para mudar la ciudad y se invitó al vicario, religiosos y vecinos de la ciudad para que presencien los trabajos de medición y marcación de las propiedades. En este acuerdo también se estableció que la traza respetaría la de la ciudad vieja y que una vez marcada la nueva la planta los vecinos: "puedan ir mudándose sin dificultad".
Una fecha importante en el proceso del traslado fue el 21 de enero de 1653, cuando el Cabildo encomendó al alcalde Alonso Fernández Montiel para que, acompañado por un grupo de vecinos, procediese a la tarea de medir, repartir y amojonar solares para viviendas y tierras para la labranza en el Pago de la Vera Cruz.
La mudanza se demoró por distintos motivos, pero en 1658 se aceleró el ritmo de los trabajos permitiendo que el 3 de abril de 1660 el Cabildo comenzara a sesionar en el nuevo emplazamiento dando por oficialmente mudada a la ciudad.
El Cabildo decidió repetir la traza urbana, la ubicación y dimensiones de cada uno de los terrenos particulares e institucionales. Así lo expuso en un pleito Miguel Martín de la Rosa: "el contrato de la mudanza pues, fue con que nos mudarían de la forma y manera que cada uno tenía en sus posesiones y derechos en el asiento viejo". Esa fue una sabia medida que evitó disputas y que reprodujo en la ciudad nueva el esquema desarrollado en Santa Fe la Vieja. La única innovación fue que se añadió una fila de manzanas hacia el lado del río por el este.
En 1780 un informe de José Teodoro de Aguiar y Ambrosio de Caminos describía: "Es [...] la ciudad de Santa Fe, de doce cuadras de largo de norte a sur y seis de ancho de este a poniente, en lo más extendido de su población, que en mucha parte se reduce a sitios huecos…". Y de los edificios dicen que en su mayoría eran "ranchos o casas pajizas de poco valor, por los materiales de su construcción", con paredes de barro en un entramado de palos y cañas o, en los mejores casos, de adobe crudo. Y en general los techos eran de paja.
Los referidos Aguiar y Caminos también añaden que a los vecinos más pobres "el Cabildo distribuye graciosamente los sitios en que los edifican, cercando sus cortas pertenencias con palos que acarrean de los montes". Efectivamente, como en muchas ciudades americanas, en Santa Fe la traza fundacional no fue ocupada en toda su extensión hasta varios siglos después del acto que le dio origen. A finales del siglo XVIII, los cabildantes comienzan a recibir y aprobar la solicitud de mercedes de tierras para construir viviendas. Esta práctica se intensifica en tiempos posteriores a la Revolución de Mayo y permite el establecimiento de nuevos sectores de población que se han formado.
Las tierras eran solicitadas en merced por los jefes de familia que se presentaban ante el Cabildo. Estas solicitudes estaban condicionadas tan sólo por la existencia o no de ocupaciones del suelo o de mercedes anteriores, por lo que la elección del sitio quedaba al arbitrio del solicitante y la resolución favorable dependía tan sólo de que no se lesionara el derecho de terceros. Una vez ocupada la traza, el Cabildo comenzó a fraccionar y conceder mercedes en el ejido o tierras de común, dejando lugar para que se prolongaran las calles ya existentes en la traza más antigua y consolidada.
Hasta la segunda mitad del siglo XIX la expansión de la traza y del tejido se produjo a partir de la asociación de múltiples situaciones individuales de otorgamiento de mercedes y de construcción de viviendas en ellas. Mientras las unidades de terreno repartidas en el acto fundacional de 1573 equivalían a un solar (un cuarto de manzana), desde la segunda mitad del siglo XVIII las mercedes de tierras para usos urbano-residenciales tuvieron como unidad de medida un terreno mucho menor, equivalente a un cuarto de solar. Es decir, para conformar una manzana se necesitaba de la ocupación de dieciséis mercedes de tierra.
Como el progresivo otorgamiento de estas mercedes no seguía un orden preestablecido, la forma en que se daba el crecimiento urbano dependía de la sumatoria de decisiones individuales. El Cabildo se limitaba a imponer al solicitante la efectiva ocupación del terreno en un plazo inferior a los seis meses, y a respetar y abrir las calles necesarias como prolongación de las directrices establecidas por la estructura fundacional.
Se puede señalar que en el momento inicial de la ciudad, el 15 de noviembre de 1573, fue el fundador Juan de Garay quien dispuso la traza de la ciudad y la hizo dibujar en un pergamino con la anotación de los vecinos a quienes se asignaban los solares. A partir de la mudanza cobra evidencia que el Cabildo es quien decide el modo en que se trazará la ciudad y se repartirán los solares, y hasta su disolución en 1833 otorga mercedes de tierras que densifican y expanden la ciudad.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos y desde el Centro de Estudios Hispanoamericanos.
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