Por Rubén Osvaldo Chiappero (*)
Hacia los 450 años de la fundación de Santa Fe
Por Rubén Osvaldo Chiappero (*)
La cuenca del Río de la Plata tuvo su trágica historia de miseria y desolación en los primeros tiempos de la conquista española. Fracaso tras fracaso se sumaron durante casi cuarenta años después del infructuoso incursionar de Juan Díaz de Solís, en 1515, por el río que él nombró como "Mar Dulce". Luego de Solís, Sebas-tián Caboto llegó al Río de la Plata cargado de sueños y, estimulado por las histo-rias fantásticas que sobre estas tierras se contaban en las costas del Brasil, se internó aguas arriba por el río Paraná y estableció el fuerte de Sancti Spiritu que no sobrevivió a la oposición belicosa de los aborígenes.
El malogrado primer intento de asentamiento español en la confluencia de los ríos Paraná y Carcarañá, echó una década de olvido sobre estas australes comarcas, tan lejanas y sin riquezas metálicas. Pedro de Mendoza tomó la res-ponsabilidad de llegar para incorporar estos lugares a la Corona española y a la fe católica. En la margen oeste del Río de la Plata establece el fuerte Santa María del Buen Aire en 1536, condenado a la miseria y a la desaparición por la ingenua imprevisión de llegar con más caballos de guerra que víveres suficientes; a esto se sumó la negativa de los aborígenes de proporcionar alimentos da los blancos. Mendoza, agonizando, abandonó el caserío y la tortura del hambre hizo estragaos entre la soldados que permanecieron. Sólo permanecieron aquellos que mantuvieron una postura ligada a no tener demasiado que perder en sus disminuidos esfuerzos físicos y de la deseada conquista. El resto, regresó a España.
Entretanto, Juan de Salazar subió por el Paraná y, remontando el río Paraguay estableció un fuerte en el lugar habitado por los guaraníes carios, un 15 de agosto de 1537. Lo llamó Asunción, en respeto a la festividad católica ubicada en ese día del calendario. Pronto se constituiría en la única ciudad de importancia de la región del Palta gracias a la decisión del Gobernador Irala de despoblar la famélica Buenos Aires en 1541. De este modo, en el corazón del continente se halló una especie de tierra prometida con clima benéfico en comparación con el europeo y una población nativa que haría olvidar a algunos su hidalguía y prosapia y, a otros, le incitaría a no permitir que sus hijos terminaran en esas soledades llevando una vida enteramente dominada por las mundanas pasiones.
Y de estos surgiría la necesidad de buscar nuevos caminos, otras rutas que permitieran romper el aislamiento de Asunción y llegar a la región de los metales preciosos. Cabe mencionar que para ese entonces el Consejo de Indias impulsaba con mayor énfasis la idea de poblar que conquistar. La ruta del Paraná hacia el Plata se mostraba propicia para instalar un poblado que permitiese hacer escala al transporte fluvial desde y hacia Asunción, sirviendo a su vez como posta en el camino al Tucumán y al Perú. Juan de Garay, con esa intención largamente meditada, se lanzó al sur para "abrir puertas a la tierra" como él mismo lo expresara en carta al Rey. Lo acompañaron los primeros criollos, mancebos de la tierra asunceña y, con una parte de la tropa por la costa y la otra en barcas, fue aguas abajo en busca de un lugar apropiado para fundar su primera ciudad: San-ta Fe.
El 15 de noviembre de 1573 se lleva a cabo la ceremonia en cuya acta expresa: "(…) fundo y asiento y nombro esta ciudad de Santa Fe en esta provincia de calcines y mocoretáes por parecerme que en ella ay partes y cosas que conbiene para la perpetuación de la dha. Ciudad, de aguas y leñas y pastos y pesquerías y casas y tierras y estancias para los vecinos y moradores della y repartirlas como su Majestad lo manda".
Santa Fe, la Vieja, hija de Asunción y hermana de Buenos Aires, surgió con el objetivo de ser punto consolidante para la definitiva colonización del Plata.
La primitiva ciudad se sostuvo entre dificultades y miserias que determinaron, ochenta años después de su fundación, su traslado a unos ochenta kilómetros más al sur. Había que sobrevivir a las inundaciones, a las mangas de langostas destructoras de los cultivos y a los ataques de los indios siempre tan próximos y belicosos. La nueva Santa Fe de la Vera Cruz volvió a emerger en su asentamiento definitivo, abrazada por el Paraná y el Salado y también la pertinaz pobreza.
El anhelo de Garay incorporar las entrañas de estas tierras con poblados que se extendieran por toda la llanura, tuvo su culminación cuando en Santa Fe, la ciudad perfumada con jazmines y azahares, los reunidos en Congreso General Constituyente abrieron las puertas de la tierra "para todos los hombres del mundo que quisieran habitar en el suelo argentino". Y fueron los inmigrantes de fines del siglo XIX los que vinieron desde Buenos Aires en el vapor "Asunción" a cumplir con una idea tres veces centenaria, iniciando una gesta tan digna de respeto y exaltación como la española.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos y el Centro de Estudios Hispanoamericanos.
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