I
I
Con Jorge Ricci compartíamos con frecuencia una mesa de café en un bar del centro. Casi siempre de tarde o de noche. A veces a media mañana. De aquellas charlas tengo presente la última, una tarde apacible, tarde a la que le sucedió la noche, porque con Jorge las charlas inevitablemente se alargaban. ¿Tema? El teatro. Para Jorge el teatro era su vida. Y porque yo lo sabía es que en esa ocasión le pregunté acerca de la historia del teatro independiente en la ciudad, esa verdadera proeza cultural realizada por santafesinos hace más de medio siglo. Algo me contó. O algo me empezó a contar. Quedamos en seguir conversando. Y no pudo ser. Esa conversación alguna vez -me gusta pensar más allá de mi agnosticismo- la vamos a continuar en algún lugar donde seguramente habrá un bar, una mesa, un par de pocillos de café, un ventanal y más allá un paisaje parecido al de Santa Fe.
II
Jorge me recomendó algunos libros y conversar con amigos comunes. Es lo que hice. Cuando llegué a Santa Fe en 1967 el teatro independiente ya contaba con su propia historia, sus propias anécdotas, sus propios mitos y sus reconocimientos, como por ejemplo, las declaraciones de Bernardo Canal Feijóo al diario rosarino La Capital (importa el detalle) asegurando que el meridiano del teatro argentino pasa por la ciudad de Santa Fe . Hablo por supuesto de una ciudad: Santa Fe. Un período histórico preciso: 1950-1966. Algunos nombres destacados: Cocho Paolantonio, Carlos Thiel, Israel Wisniak, Miguel Brascó, Carlos Catania, Fernando Silvar, Carlos País, Oscar Degregori, Ruben Chiri Rodríguez Aragón, Roberto Conte, entre tantos. Hablo de algunas mujeres: Chiquita Jacobi, Berta Pallarés, Graciela Martínez, Elisa Fernández Navarro, Betty y Pochola Catania. Hablo de algunos lugares: el Colegio Nacional, la Casa del Maestro, el Centro Israelita Macabi -cuando funcionaba en el local donde hoy está la Casa Radical-, el Club Regatas, el Museo Rosa Galisteo, la mítica sala de calle San Martín 2222. Y claro está, de cuanta vecinal y club de barrio estuvieran dispuestos a permitir usar sus instalaciones para la maravilla del teatro. Hablo de algunas obras decisivas. "En el andén" de Ernesto Frers, "Lady Godiva", "Los ojos llenos de amor", "El acusador público", "La farsa del mancebo que casó con mujer brava", "Antígona", "Oficina 403", "Un Dios durmió en casa", "Interior". Hablo de algunos grupos de teatro decisivos: "Teatro de arte", "Teatro de los 21", "Cincel Taller de Teatro", "Teatro Época". Hablo de algunas instituciones claves que apoyaron, auspiciaron, invirtieron dinero: la Secretaria de Cultura de la Provincia, la Secretaría de Cultura de la Municipalidad, la Universidad Nacional del Litoral. Hablo de una revista importante en aquellos años: "Punto y aparte", y un crítico al que conocí muchos años después y quise y respeté mucho: Jorge Reynoso Aldao. Hablo de dos diarios: "El Litoral" y "El Orden".
III
En un período cronológico de más de quince años pasan muchas cosas, cosas que ocurren en un tiempo más intenso que el cronológico. Menciono, por ejemplo, el momento en que en la nueva catedral Cocho Paolantonio estrena "Antígona". Año 1957. Escribe Reynoso Aldao en la revista "Punto y Aparte": "…la maravillosa audacia del Teatro de Arte, entre los inmóviles fantasmas de granito, mármol y ladrillo que son las ruinas del templo, supo dar a Santa Fe un espectáculo único, por su índole, por su entrega, por su nobleza espiritual…". Se trabajaba a pulmón, con poca plata y mucho entusiasmo. Los actores y directores vendían entradas, repartían volantes. Se experimentaba. Teatro del absurdo, teatro sin escenario o con un escenario confundido con el público. Se organizaban congresos, encuentros. Discutían, se peleaban, se volvían a amigar. De "Cincel Taller de Teatro" sale "Teatro de los 21". Disidencias con su director. Y sin embargo, en el acto de presentación del nuevo grupo asiste Israel Wesniak, director de "Cincel". Después las giras. Juntar plata para asistir a congresos en Buenos Aires, en Córdoba, en Montevideo. Un maestro se destaca por su talento: Oscar Fressler. Con él llega Stanislavski, Gordon Craig, Bertoldt Brecht. En esos años, durante la gestión de Sylvestre Begnis, se crea la Escuela de Teatro. También a esos años pertenece la ética y la estética de la contracultura. Había un público que demandaba un teatro de calidad, un público que se correspondía con los esfuerzos de los actores, directores, escenógrafos, vestuaristas. Tres o cuatro funciones semanales eran casi lo habitual. "Oficina 403", se representó durante cuarenta funciones. Estamos hablando de una ciudad donde, por ejemplo, se celebraban festivales de música a la que en algún momento asistieron las principales orquestas sinfónicas de la Argentina; una ciudad que se las ingenió para destinar lo que era el Asilo de Ancianos en Recreo como alojamiento para los artistas que manifestaban su maravilla de estar en un lugar donde las galerías se llamaban Bach, Mozart, Liszt…
IV
El teatro santafesino no empezó en 1950, hay una interesante historia previa que alguna vez intentaré contar, pero hay consenso en admitir que el teatro independiente como tal, independiente para crear e independiente de especulaciones mercantiles, nació en 1950 y la Universidad Nacional del Litoral tuvo un rol decisivo. Eran todos muy jóvenes los iniciados en esta aventura de la creación. Algunos estaban terminando el secundario; otros recién ingresaban a la Universidad. Jóvenes que cultivaban la cultura del libro. Jóvenes insolentes, atrevidos, talentosos, decididos a crear, a jugarse la vida en el acto de creación. No había un mango pero sobraban ideas, sobraba talento y sobraba entusiasmo. Esto ocurría en una ciudad que tenía algo más de 200.000 habitantes, con un índice de desocupación que no superaba el tres por ciento y con una población estudiantil que superaba el veinte por ciento del total. Circulaban ideas y autores: Stanislavski y Brecht; Sartre y Lukacs; Marx y Kant; Sófocles y Shakespeare; Tennessee Williams y Henry Miller; Welles y Bergman. Se discutía, se peleaban, se experimentaba. Las horas del día, como me dijeron, no alcanzaban para ensayar, escribir, interpretar y también enamorarse. Y esto ocurría en Santa Fe. Los muchachos caminaban por calle San Martín, por bulevar, frecuentaban boliches, iban al cine, asistían a conciertos. Carlos Catania recuerda una larga caminata con Cocho Paolantonio por las playas de Guadalupe conversando sobre el cine de Ingmar Bergman.
V
Es verdad que la nostalgia suele embellecer con tonos a veces edulcorados las imágenes del pasado. Pero no es menos cierto que hay tiempos que por una fortuita coincidencia de circunstancias son más creativos que otros. La ciudad de Santa Fe de los años cincuenta vivió a plenitud ese tiempo. Y el teatro independiente fue una de sus creaciones más genuinas. Estamos hablando de una ciudad en la que se destacaban personalidades como Carlos Guastavino, Ariel Ramírez o Fernando Birri. Una ciudad con un Cine Club reconocido a nivel nacional; un prestigiado Instituto de Cine, una ciudad con pintores, novelistas, artesanos; una ciudad en la que sus intelectuales discutían hasta la madrugada las relaciones del arte con la política y con la revolución; esa honda aspiración de cambiar el mundo y cambiar la vida; ese deseo de libertad creadora, de crítica a lo convencional, a lo establecido; esa manera de estar en la vida, de vivir para el arte y por el arte. Claro que había disputas, rencillas duras, enojos y rupturas, pero se imponía siempre el afán por hacer las cosas de la mejor manera posible, el esfuerzo por instalar con recursos escasos las verdades fulgurantes de la belleza a través de la tragedia, el drama o la comedia. ¿Sobrevive en el presente la memoria de aquellas experiencias fundacionales? Supongo que sí. Santa Fe sigue siendo una ciudad donde el teatro independiente continúa creando a pesar de las dificultades monetarias, a pesar de incomprensiones o a pesar de tiempos que parecieran no ser tan propicios, aunque me consta que contra viento y marea los herederos de aquellos maestros siguen creando, se siguen jugando por lo que creen, siguen en la búsqueda de aquello que nunca se termina de hallar pero que se distingue por los tonos a veces armónicos, a veces ásperos, a veces afilados, a veces difusos, a veces incandescentes de la verdadera belleza.
Jóvenes insolentes, atrevidos, talentosos, decididos a crear, a jugarse la vida en el acto de creación. No había un mango pero sobraban ideas, sobraba talento y sobraba entusiasmo. Esto ocurría en una ciudad que tenía algo más de 200.000 habitantes.
Estamos hablando de una ciudad con pintores, novelistas, artesanos; una ciudad en la que sus intelectuales discutían hasta la madrugada las relaciones del arte con la política y con la revolución; esa honda aspiración de cambiar el mundo y cambiar la vida.