Hacia 1879, la publicación de datos del Departamento Nacional de Agricultura, creado por Domingo Faustino Sarmiento en 1871, enciende una luz de alarma en el idílico panorama de la colonización santafesina. El aumento del porcentaje de extranjeros en el número total de habitantes de las colonias y ciudades de lo que luego se llamará la Pampa Gringa atiza las chispas de nuevos conflictos: la cuestión del idioma y de las religiones que desembocará en la discusión de la ciudadanía y la identidad argentina. Como ejemplo de evidencia de estos incipientes problemas, Sarmiento cita al periódico Colono del Oeste, de Esperanza:
"Ya en 1869 cuando el Presidente (Sarmiento) visitó las colonias encontró este semillero de discordia, atizado por el celo irreflexivo de curas y pastores. Lo que fue todavía más curioso que los unos eran partidarios del gobierno y los otros de los opositores santafesinos en política". (El Nacional, 22 abril 1879)
"Los hijos de los extranjeros, a cualquier nacionalidad o idioma a que pertenezcan, por el sólo hecho de nacer en el país son ciudadanos Argentinos, (aunque no quieran) y siendo el español el idioma nacional, en él debe ser su educación… sin que esto obste a que después aprendan otros en escuelas particulares, pero las escuelas públicas ante todo deben ser inspiradas por las exigencias de la nacionalidad". (El Nacional, 22 abril 1879)
Si bien la cuestión de la identidad nacional germina a partir de las invasiones inglesas y se visibiliza en las gestas de Mayo y del Congreso de Tucumán, se desarrolla como un concepto que, desde la materialidad del comercio y de las luchas por la independencia convergentes en el mismo suelo, va generando un valor simbólico que se identifica con los manes de la Patria en el campo de las luchas intestinas. Después de Caseros, los nuevos conductores, que serán reconocidos históricamente como la élite de la Nación, propiciaron la homogeneidad cultural de la naciente nacionalidad dentro de un modelo de país organizado, pacificado, en orden y progreso. La irrupción del aluvión inmigratorio a fines del siglo XIX someterá ese proyecto a la imprevisible interlocución con la alteridad, generando una serie de conflictos sociales y políticos en el territorio. Como lo expresa Nicolás Herrera en su tesis titulada "El rol del inmigrante en el proceso de construcción de identidad nacional argentina: Una lectura sobre la relación entre alteridad e identidad (2010)":
"El territorio nacional argentino será el campo de interlocución donde veremos surgir disputas hegemónicas por la construcción del sentido identitario nacional entre el Estado argentino, las élites intelectuales locales y los colectivos de inmigrantes europeos (…) que componían (...) la sociedad argentina".
Sarmiento, representante de la generación que sentó las bases de un nuevo país a partir de 1853 y que se demuestra en su prolífica Presidencia, entra de lleno en la polémica que se entabla en los periódicos y en el Congreso de la Nación. Señalaremos sólo dos aspectos: su discusión con la colectividad italiana en el campo educativo y la cuestión de la ciudadanía. Sus artículos periodísticos publicados en El Nacional y El Diario, que integran el volumen "Condiciones del extranjero en América", denuncian las pretensiones de los agentes extranjeros sobre las propiedades de los inmigrantes y la contradicción que se establece entre los derechos y obligaciones de argentinos y extranjeros. Entabla una polémica ardiente, no exenta de ironía, con la prensa extranjera (sobre todo francesa) de Buenos Aires expresando categóricamente que "para opinar sobre cuestiones nacionales, los extranjeros deberían hacerse ciudadanos argentinos". (El Nacional, 25 septiembre 1857)
Particular atención merece para Sarmiento el Congreso Pedagógico Italiano realizado en Buenos Aires hacia 1881 en el cual se evaluó la eficacia de las escuelas italianas, que funcionaban a la par de las escuelas públicas pero eran pagadas por la colectividad. Sarmiento, que se declara admirador de la cultura, el arte y la música italiana, apunta su crítica hacia la inutilidad y gasto innecesario de los padres para que sus hijos se eduquen "italianamente", considerando que las escuelas públicas argentinas reciben a todos los niños en edad de aprender.
"El Congreso pedagógico nos ha dado en sus debates la razón de esta anomalía. Se ha discutido si los hijos de italianos debían ser educados en absoluto 'italianamente' (es la palabra empleada), si debían serlo como los argentinos o si debía adoptarse un término medio. Las conclusiones del Congreso han sido favorables al último de estos temperamentos y se ha sancionado la enseñanza de la lengua y la historia nacionales en las escuelas italianas, como una concesión al país". (El Nacional, 13 enero 1881)
"¿Qué es eso, pues, de educar italianamente? ¿Conservar o fomentar en el ánimo del niño el culto de una patria que no conoce, que probablemente no conocerá, apartándolo del sentimiento natural que lo empuja a querer la tierra en que ha nacido? (…) ¿Es para que aprendan el idioma italiano? Lo hablan desde que han nacido; lo que se consigue es que nunca sepan la lengua del país y es ese el resultado único que vemos a las escuelas italianas, a más de aquel que hemos consignado, esto es, de hacer que los italianos gasten doble en educar a sus hijos, que los demás habitantes de este suelo". (El Nacional, 13 enero 1881)
Sin embargo, la preocupación de Sarmiento va más allá de la función educativa básica de las escuelas italianas. En El Diario del 20 diciembre 1887, pone sobre el tapete las medidas proteccionistas de los gobiernos italianos a través del otorgamiento de subvenciones a escuelas italianas, en donde haya italianos establecidos, para la propagación de las ideas y "della nostra civiltà" (cita textualmente). Denuncia además que el gobierno italiano "supone que hay colonias italianas bajo su dominio" en estas latitudes. Y, en este sentido subraya las acciones de la República Argentina que ejercita un vasto sistema de educación común, gratuita y obligatoria para los hijos de todos sus habitantes, entre los cuales se cuentan en mayoría los italianos.
Se refiere, indudablemente, a la Ley 1420, de 1884, que estableció la educación común gradual, gratuita y obligatoria, en el marco de la organización de un estado liberal, que se completará con la Ley Láinez, de 1905, que dispuso la creación de escuelas nacionales en los territorios provinciales a solicitud de las Provincias. Estas discusiones se dan en un período en el que los crecientes nacionalismos europeos amenazaban con "extender su soberanía estatal allí en donde sus ciudadanos, y los hijos de éstos, se encontraran" y que Sarmiento llamará "los protectorados en la América del Sud" (El Diario, 20 diciembre 1887). Surgen de inmediato las cuestiones de la nacionalidad y es el mismo Sarmiento quién se interroga acerca de la identidad argentina, tal como lo expresa en "Conflicto y armonía de las razas en América" (1883):
"¿Somos nación? ¿Nación sin amalgamas de materiales acumulados, sin ajuste, ni cimiento? ¿Argentinos? Hasta dónde y desde cuándo es bueno darse cuenta de ello".
La incipiente nacionalidad argentina se vio sometida a la embestida de las incesantes olas de inmigración y el sueño de un proyecto de Nación homogénea en un Estado de orden y progreso parecía destinado a ser derrotado. Los inmigrantes bregaban por mantener su statu quo negándose a "solicitar" la ciudadanía argentina para seguir considerando a sus hijos como europeos (ius sanguinis), a pesar de que la reforma constitucional de 1860 había establecido el ius soli y se había sancionado la Ley 346 de ciudadanía en 1863. Por otro lado los señores Peusser y Crespo, comerciantes de Buenos Aires, realizaron una petición "para que se otorgue la ciudadanía a tout venant, sin solicitarlo", cuestión que debería tratarse a través de una modificación de la Constitución.
En el medio de esta discusión, Sarmiento firma la petición haciendo excepción y observando lo que considera una "traidora frase" ya que excluye la solicitud expresa de la ciudadanía. Distingue entre los inmigrantes a aquellos que son "recién llegados", que no hablan la lengua del país, no tienen propiedad ni representación y los "residentes", que han enraizado en la Argentina y que optan por la ciudadanía. Patria y nacionalidad son los valores en juego y la República está en peligro de llegar a ser considerada res nullius:
"(…) señalando (…) el fenómeno, hoy tan claro, de que a medida que la Nación adquiere fuerzas mayores en riqueza y población, más se debilita en su cohesión nacional". (Belin Sarmiento, A. en Advertencia del Editor, Condición del Extranjero: V, 1899).
El ejemplo de Santa Fe le servía para ilustrar esta posibilidad de una nación sin nacionales. Basándose en el censo de Carrasco (1887), expone cómo la propiedad de la tierra va pasando a los trabajadores extranjeros (no partícipes del gobierno) cuyo porcentaje continúa en aumento, mientras el habitante antiguo, en constante disminución, reserva para "su casta" el derecho de gobernar.
"Toda la República sigue el mismo derrotero; y si no son por su atraso, distancia e inutilidad, la propiedad de la tierra irá pasando a los que no son nación, ni pueblo, ni Gobierno. En Santa Fe ya está hecho". (El Diario, 20 enero 1888).
Estas controversias formaron parte de un proceso de transculturación que operó desde la segunda mitad del siglo XIX y que sacudió estructuras pensadas y ejecutadas para perdurar sin modificaciones en una nación "condenada" al progreso. En este contexto, estigmatizado por unos y alabado por otros, Sarmiento se constituyó en el clivaje de nuestra Historia nacional. Como hombre de su generación, concibió la Nación en todos los aspectos del desarrollo y de la promoción humana de sus habitantes. Bastaría recorrer sus escritos periodísticos para comprobar, sin prejuicios, la magnitud de sus ideas y la energía de sus actos. Con aciertos y contradicciones, pasiones, amores y rencores, desmesuras e ironías, pero jamás indiferencia, Sarmiento continúa interpelándonos.
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