En conmemoración del Día Mundial de las y los Docentes
A mi Señorita Raquel, con afecto y devoción
Martín Duarte en el Teatro Municipal 1º de Mayo de Santa Fe, con el Premio Máscara 2022. Lo acompañan, desde la izquierda, su padre Miguel Ángel Duarte y las docentes Beatriz Zampar, Raquel Gonella y Olga Bauzá. Gentileza Orlando Gauna.
Gordita, con lentes culo de botella, enrulada, iba y venía incansablemente por la escuela con su guardapolvos. Era mi señorita Raquel Gonella. Me acompañó de cuarto a séptimo grado de primaria pero generamos un vínculo que nos une hasta el día de hoy (¡Y ya han pasado cuatro décadas!). Fui su alumno y, por las vueltas de la vida, su colega también. Estuve en manos de muy buenos educadores desde la primaria hasta la universidad. No obstante, hoy me quiero detener en su figura. Nos conocimos en las aulas salesianas de Santa Fe donde el carisma de Don Bosco sostiene que: "Educar es cosa del corazón". Y ella, fiel a esta convocatoria, me abrió de par en par las puertas del suyo.
Cuando era niño, me encantaba leer historietas y dibujarlas. Me gustaba el cine y reproducir sus escenas con mis soldaditos o con disfraces improvisados. En mi casa paterna, la educación era -innegablemente- importante: teníamos que cumplir con la escuela y asistir a inglés en horas extraescolares sin dejar de colaborar - ¡por supuesto!- en el kiosco familiar.
Agosto de 2023. Maestros y docentes jubilados celebran la alegría salesiana en el mes de Don Bosco.
Confieso que mi conducta no era buena en la primaria. Era súper inquieto y me costaba controlar mis impulsos. En una ocasión, fui suspendido por mis graves actos de indisciplina. Mis compañeros me apodaban "el cura loco" porque había confesado a viva voz -¡qué error!- que soñaba con ser sacerdote pero -¡claro!- andaba repartiendo generosamente piñas nada espirituales.
¿Qué hacemos ante un alumno revoltoso? ¿Ante un alumno que se comunica con trompadas? ¿Lo expulsamos de la escuela? ¿Lo "toleramos" o marginamos discretamente en el aula? ¿Lo "cancelamos" (como se dice ahora)? ¿Lo rotulamos o encasillamos hasta el fin de sus días escolares? ¿Perdemos la esperanza de que pueda cambiar y de que pueda aprender algo que lo transforme? En esta etapa de mi vida aparece Raquel y se vuelve pieza importante.
La incansable Raquel en un "picadito" con sus estudiantes.
Raquel no sólo me vio: me enfocó, me observó microscópicamente y me reconoció en la multitud de su aula. Hizo zoom en mis virtudes y no en mis defectos o en lo que los otros maestros decían de mí. Habrá pensado: "¿Te gusta ser el centro de atención? ¿No podés parar de moverte? ¿Sos charlatán y atrevido? ¿Te gusta el arte? ¿Actuás y dibujás con pasión?" Pues entonces: "¡Hagamos teatro!".
Raquel adoraba escribir obras de teatro y convertirlas en mega-eventos. Era una organizadora de eventos a gran escala. Todo tenía que ser ruidoso y llamativo. No se andaba con chiquitas. Sin nombrarlo así, puso en movimiento una propuesta didáctica basada en el ABP (aprendizaje basado en proyectos). El teatro era la vía para expresar problemáticas de la vida cotidiana, para abordar la inteligencia emocional, para hablar de educación cívica, para conocer la historia, para aprender a trabajar en equipo, para ejercitar la palabra escrita y oral, para ensanchar el compañerismo, para crear decorados y vestuarios, para visitar otras escuelas y conocer otras comunidades educativas, etc.
Año 2022. Martín Duarte recibe un reconocimiento del Concejo Santafesino acompañado por su hija y sus incondicionales maestras de primaria: Raquel, Olga y Beatriz.
En ese mundo creativo, ella le dio rienda suelta a toda la energía que yo encauzaba mal: confió en mí, me alentó, me puso al frente de las producciones teatrales que salían de su puño y letra, me dio un micrófono, me dio papeles protagónicos, me subió a un escenario. No me escondió detrás de un decorado o me condenó al rincón del aula por mis problemas de conducta.
Ella fue mi mentora. Se dice que los docentes somos "busca talentos": señalamos y resaltamos virtudes que han pasado desapercibidas - incluso- para sus dueños. Raquel me ayudó a sacar a la luz y a pulir los talentos que yo tenía archivados en un sótano. Como dice Ken Robinson, me ayudó a descubrir mi "elemento": ¿Quién soy? ¿Por qué soy así? ¿Cuáles son mis fortalezas? ¿Qué tengo que mejorar? ¿Dónde estoy y adónde quiero ir? ¿Seré actor, dibujante, docente, locutor, periodista o sacerdote?
Raquel Gonella en una propuesta didáctica donde se vincula la escuela con el barrio.
En ella veo una clara expresión de lo que se conoce en pedagogía como el efecto Pigmalión: su mirada tierna, confiada y posada sobre mí, hizo aflorar la mejor versión de mi joven personita. Según el mito, Pigmalión le puso tanta dedicación y amor a su obra que su estatua de piedra cobró vida. Pensemos, por un momento, en el caso contrario: ¿Qué pasa si a un niño le decimos todo el tiempo que es un desastre, que es un fracasado, que es un bruto o una vergüenza para los demás? Como en una profecía autocumplida, el niño asume el "mandato" de los adultos que lo rodean y concluye: "¡No te defraudaré! ¡Seré el mejor desastre, un rotundo fracaso, el más bruto y seré La Vergüenza con mayúscula!"
A mí se me ocurre pensar a Raquel como mi Javier Mascherano. Ella, como El Jefecito hizo con Chiquito Romero, me miró a los ojos y me dijo: "¡Hoy te convertís en héroe!" Y eso era luminoso para mí, salía a comerme el escenario. Tampoco me guardaba nada si me mandaba a vender empanadas para recaudar fondos para una capilla o si teníamos que vender alfajores para el viaje de séptimo grado. No amarreteaba fuerzas si me necesitaba para ensayar o preparar algún evento fuera del horario escolar. No podía fallarle porque nos amábamos.
Sí, educar es cosa del corazón. Como decía Don Bosco. Aprendemos más y mejor de y con las personas por las que sentimos un apego afectivo especial. Al respecto, hay una escena fundacional de la pedagogía salesiana; una escena que se considera la piedra fundamental del oratorio salesiano (un espacio lúdico, pedagógico y espiritual). El propio Juan Bosco cuenta, en sus memorias, que un sacristán sacó a escobazos a un chico de la sacristía porque "estorbaba": no sabía ayudar en misa y, por lo tanto, ¿qué hacía ahí?
Don Bosco reprendió a ese sacristán por su conducta agresiva y le ordenó que fuera tras los pasos de ese jovencito que había maltratado: "¡Déjelo tranquilo, que es un amigo mío. Antes bien, llámelo enseguida. Necesito hablar con él". Primer paso firme de Don Bosco: lo nombró "amigo" aunque no lo conocía. El chico se llamaba Barlomé Garelli: tenía 16 años; era analfabeto y huérfano; trabajaba de albañil; no había hecho aún la primera comunión y no asistía a misa porque tenía vergüenza de las burlas de los demás.
Con interés amoroso por el muchacho, Don Bosco le preguntó por sus talentos y descubrió que sabía silbar. ¿Qué hizo el santo pedagogo con ello? A diferencia de los escobazos reprobatorios del sacristán, capitalizó esa virtud del jovencito que afloraba a primera vista para invitarlo a formar parte de una aventura educativa transformadora. Insisto, en mi caso, Raquel miró el medio vaso lleno de mi joven vida para derramar en él su afecto, su paciencia, su confianza, sus conocimientos, su apoyo y su determinación.
Tengo a mano una foto de Raquel, con 60 años, jugando al fútbol con sus alumnos de la nocturna. Todavía la veo despeinada, recorriendo la ciudad con su "Chancho-móvil": una rifa benéfica que sorteaba un lechón a la parrilla que se asaba en un remolque que se paseaba por los barrios santafesinos. No me puedo olvidar de la vez que contrató y se subió a una avioneta para repartir volantes en medio de una procesión de María Auxiliadora. Y así, podría nombrar mil desopilantes aventuras más.
Hace pocos meses, Raquel fue internada en un sanatorio con un cuadro médico delicado. Pensé que no la contaba. Un día de esos, me sonó el teléfono a las 10 de la noche, era ella; le habían dado el alta hacía pocas horas y me contactaba para que la ayudara con la conducción de un evento social. Me decía que había señado un servicio gastronómico y que ahora, con los líos de la inflación, el dueño del servicio no le podía respetar los precios. Estaba preocupada pero al pie del cañón, imparable como siempre.
El teatro como herramienta educativa: Raquel actúa con sus estudiantes.
Así es ella, la he visto reponerse de grandes pérdidas familiares (¡La más reciente, su hijo Nacho que murió con 40 años aproximadamente!) y económicas con una resiliencia admirable. Tiene muchos nietos y le sobra tanto amor que, cuando tenía 52 años, adoptó un hijo: Leonardo llegó a casa de Raquel con 6 añitos y hoy es un hombre de 28.
Se dice que los maestros trabajamos por un futuro que no veremos. Como jardineros, regamos las flores de un mañana que -tal vez- no habitaremos. Hoy no soy actor ni dramaturgo. No soy guionista o dibujante de historietas. Soy un docente con toques de dramaturgo, de actor, de locutor, de conductor de eventos, de periodista, de comediante y de dibujante. Cualidades que me ayudó a desarrollar mi señorita Raquel. Ella, junto con otras docentes, como Olga Bauzá o Bety Zampar, son el espejo en el que me miro cada vez que salgo a escena en cualquier aula de Santa Fe.
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