Con Nicolás Peisojovich
Mi amor por la radio comenzó por herencia, el sonido latoso de la radio, las frituras, el sonido de la onda que se alejaba y volvía, como los sonidos de los trenes que traía el viento.
Con Nicolás Peisojovich
"Cuando fui a la escuela, me preguntaron qué quería ser cuando fuera grande, escribí feliz. Me dijeron que yo no entendía la pregunta. Les dije que no entendían la vida", John Lennon
Dicen que los grandes amores empiezan con una mirada, al menos es el disparador de tan vilipendiado pero siempre eterno sentimiento, también se dice que el amor se termina, que el amor tiene fecha de caducidad, pero de amores eternos y amores de leyenda y mitos que crearon libros y estrellas está plagado el mundo. El amor de mi vida empezó con la palabra, la palabra oída, las voces y las canciones que poblaban las habitaciones de mi casa, fue instantáneo, un amor espontáneo y fatal, primero fue ilusión, pasó a ser metejón y terminó siendo mi gran amor. Mi amor por la radio comenzó por herencia, el sonido latoso de la radio, las frituras, el sonido de la onda que se alejaba y volvía, como los sonidos de los trenes que traía el viento. En la época que se creó la radio, muchos amores se consumaban en pasillos y zaguanes, pero este amor se consumó en una azotea, por unos muchachos apodados los "locos de la azotea".
Hace un par de días se cumplieron 100 años de la radio. La radio argentina fue una de las pioneras en Latinoamérica, y mucho se les debe a estos locos de la azotea que en su azotea inquieta y creativa (léase sesera) tenían mucho para dar al mundo; ya que la radiofonía argentina es considerada una de las mejores en el mundo, vanguardista y original, con figuras que adornaron en palabras las primeras emisiones de radioteatro, humoristas que encontraron a través del micrófono niveles de audiencia increíbles, y por supuesto, la música.
La música fue la punta del iceberg, el puntapié inicial. En el libro "Días de Radio", Carlos Ulanovsky cuenta que en 1917, Enrique Telémaco Susini le comentó a dos de sus amigos -que luego serían quienes lo acompañarían en ese sueño-: "Miren, muchachos, si un día, nosotros, pudimos escuchar el canto de un gallo, debe existir la posibilidad de transmitir la voz humana. O la música. ¿Se imaginan lo grandioso que sería?". Y lo fue.
Y fue a través de la radio que la música se popularizó masivamente; las bandas, orquestas y solistas se nutrieron de la plataforma de lanzamiento a la popularidad gracias a la difusión de sus canciones, tanto en vivo, como se estilaba en una época, como en su material editado. La radio fue mi primer metejón y fue la música la que me hizo gancho.
Como todo enamorado, todo lo que salía de ese aparato (que en ese momento era un armatoste tirando a mueble) me enamoraba más, la intermitencia de sus voces atadas a la fantasía juvenil de saber cómo eran, las emisiones nocturnas que me generaban cierto tipo de comezón sensorial; los silencios; la imperturbable seriedad que acompañaban a las malas noticias, la energía y las noticias inacabables de la mañana; los conciertos suntuosos y serios de música sacra en días festivos religiosos; la dinámica catarata de frases hechas en las emisiones deportivas; las publicidades… Todas esas voces y sonidos fueron cincelando como un artesano mi personalidad y enfoqué toda mi ansiedad en pos de poder pertenecer a ese grupo de voces privilegiadas que podían multiplicarse en cada uno de los hogares. Encender la radio era mi recreo diario, la hora feliz, mi mejor momento. Y la radio, como el amor, tiene música.
Quise empezar mi tan autosatisfactoria y hebdomadaria costumbre de llevarles mis relatos con una hermosa frase de Lennon, uno de los últimos genios de la música contemporánea, irreverente, rebelde y creativo consumado. Su corto paso por la vida nos dejó como legado una de las revoluciones culturales y musicales que definieron los años sesenta del siglo pasado y que lo siguen haciendo aún en estos días.
En mis primeros días de radio, hubo un hecho que cambió mi forma de ver y escuchar la música, llegó hasta mi un "simple", esos discos chiquitos con dos temas promocionales que salían antes que el "longo" como solía decirle en mis audiciones, el caso es que ese simple promocionaba a "Los Grillos" y debajo en letra más chica "The Beatles", era una pegatina negra, de esas clásicas del sello "Odeon Pops" que pertenecía a la EMI Argentina. Algún directivo o cráneo de publicidad de aquella época no supo que nombre ponerle a ese conjunto inglés que cuyo nombre correspondía a escarabajo (beetle) pero con una simple modificación (colocando una A en la segunda E) para darle la connotación musical "beat" lo que significa algo así como "golpe o redoble", nombre muy propio de Lennon al que le gustaba jugar con las palabras. Evidentemente y ante la indiferencia, desidia o la disyuntiva de cómo se debía traducir semejante palabra que a oídos castellanos/españoles no significaba nada, los genios de la Odeon simplificaron en ponerle como nombre comercial "Los Grillos" (que en inglés sería Cricket), así que ni siquiera se molestaron en ponerle al menos "Los escarabajos" que de última hubiera requerido menos esfuerzo y más acorde al significado de la traducción… La cuestión es que cuando puse el disquito de ese grupo con nombre de insecto se me voló la cabeza, ahí sonaba majestuosa la armónica de los primeros compases de "Love me do" y todo mi mundo musical y artístico cambió. Lo demás es historia conocida (la de ellos), la mía aun la estoy escribiendo. Y fue así que ese simple, ese disquito cuya música hizo bailar a todo el mundo joven, ahora es buscado por muchos coleccionistas y fanáticos de la banda más querida del mundo, a 50 años de su disolución, los Beatles, siempre dieron la nota.
Como siempre dije, la radio fue mi teta, es mi amante, y será el sonido de mi epitafio, con música de fondo de alguna canción que sepamos todos, sponsoreada por la banda de sonido de mi vida.
Mi amor por la radio comenzó por herencia, el sonido latoso de la radio, las frituras, el sonido de la onda que se alejaba y volvía, como los sonidos de los trenes que traía el viento.
Todas esas voces y sonidos fueron cincelando como un artesano mi personalidad y enfoqué toda mi ansiedad en pos de poder pertenecer a ese grupo de voces privilegiadas.