¿Sabía, amigo lector, que a Enrique Santos Discépolo (1901-1951), uno de los más grandes exponentes del tango argentino, le decían "Don Fulgencio", porque parecía que no había tenido infancia? ¿La verdad? Yo no lo sabía, por eso lo comento y lo comparto. Fue realmente el poeta mágico, escudado siempre en el humorismo literal y también sarcástico.
En 1928, bajo su autoría en letra y música, Discépolo fantaseó una historia que por fortuna salió bien, pero al susto que tuvo "gracias" a ella lo perdió recién después de muchos años. Por suerte, el popular Discepolín lo único que perdió fue el susto, ya que su capacidad creativa siguió intacta en todo el recorrido de su monumental obra tanguera. Y en este tango del que les hablo seguramente transitó por los momentos más sublimes, haciendo explotar su mejor humor.
Discépolo lo hace retratando a uno de sus personajes de su falsía con unos versos que se utilizan hoy en día como síntesis del desengaño. En su mente focalizó la fantasía de una mujer y un hombre que, producto de la seducción, fue "enganchado" para ser estafado. Por eso, el título de este tema, "Chorra", no deja mucho margen a la equivocación o las dudas; no hay mucho que pensar, ni tampoco es el caso de "hacerse el coco".
Engañado, estafado, traicionado, por impotencia, resentimiento y despecho, el protagonista no deja pasar la oportunidad para enfatizar el robo, no solo material, sino también emocional por haber sido despojado de sus bienes por la mujer… su mujer… su pareja… su amada… que traduce en un juego de palabras todo el defalco sufrido conforme a inventario:
"Por ser bueno/ me dejaste a la miseria/ me pusiste en la palmera, me robaste hasta el color/ En seis meses, me comiste el mercadito, la casilla de la feria, la ganchera el mostrador/ Chorra, me robaste hasta el amor".
Evidentemente ha sido muy buena la inteligencia y la estrategia utilizada y muy buenos resultados los obtenidos ya que el raid solo le demandó seis meses para dejarlo "en la pampa y la vía", fuera de combate, loco y seco. Este tango es uno de los tantos que reflejan situaciones de la vida cotidiana y es un ejemplo perfecto pues advierte que el engaño, la desilusión amorosa y las consecuencias de confiar ciegamente en alguien, son detonantes de situaciones que, en ocasiones suelen terminar en tragedias:
"Aura, tanto me asusta una mina/ que si en la calle me afila/ me pongo al lao del botón/ lo que más bronca me da/ es haber sido tan gil (…)".
Tarde se dio cuenta este amigo, que ahora manifiesta su desahogo; se atemoriza y busca resguardo en la policía cuando ve una mina. Este ñorsi no reparó que todo fue por su culpa, producto de su ingenuidad, que le abrió la tranquera a la deshonestidad y la manipulación:
"Si hace un mes me desayuno con lo que he sabido ayer/ no era a mí que me cachaban tus rebusques de mujer/ Hoy me entero que tu mamá noble viuda de un guerrero es la chorra de mas fama que ha pisao la treinta y tres/ y he sabido que el guerrero que murió lleno de honor/ ni murió ni fue guerrero como me engrupiste vos./ Está en cana prontuariado como agente e la camorra, profesor de cachiporra, malandrín y estafador".
Qué bien le hubiese venido a este muchacho el dicho bíblico: el ingenuo todo lo cree; el prudente mide bien sus pasos; el sabio teme y se aparta del mal; el insensato es insolente y confiado; el que fácilmente se enoja comete locuras y el hombre perverso es aborrecido. Así habría evitado caer en semejante trampa, la de una "fulana" que ni siquiera actuaba sola, porque era acompañada en sus fechorías por el padre y la madre (también chorra y mentirosa), todos asiduos asistentes a la Comisaría 33, en Belgrano, donde la actividad delictiva era moneda corriente.
Y vaya si lo embocaron a este buen hombre que no merece ser catalogado de ingenuo, más bien con un calificativo muy argento, utilizado y difundido en el colectivo urbano y tribunero:
"Entre todos me 'pelaron' con la cero/ tu silueta fue el anzuelo donde yo me fui a ensartar/ Se tragaron vos, la viuda y el guerrero/ lo que me costó diez años de paciencia y de yugar (…)/ Chorros, vos, tu vieja y tu papá/ Guarda, cuídense porque anda suelta/ si los cacha los da vuelta/ no les da tiempo a rajar./ Lo que más bronca me da/ es haber sido tan gil".
La fantasía que transitó por la cabeza de Discépolo al crear esta obra musical, el poeta la fue armando de distintos personajes que tenía en mente. Pero, vaya casualidad, había pasado algo parecido en la vida real, con el mismo resultado (desamor, engaño y fraude), sufriendo un carnicero las consecuencias de tamaño embuste.
Enterado de la letra del tango, este buen hombre averiguó quién era su autor y entonces lo fue a buscar a don Enrique en su parada habitual de la esquina principal del Mercado del Plata. El carnicero, enojadísimo, encontró a Discepolín y lo increpó mal, "yendo al hueso del asunto", que de eso sabía mucho:
- ¿Usted es Discépolo? ¿Quién le contó lo que me pasó con la sinvergüenza de mi mujer? ¿Y por qué se lo contó a través de la canción a toda la ciudad? ¿Con que autorización?
Discépolo no respondía, solo miraba que el "carniza" no utilizara el elemento corto punzante de gran tamaño. El fortachón siguió:
- Pero vea, usted me ha vengado y yo vengo… ¿Sabe a qué? A agradecerle, porque ahora se hizo público y todos saben lo que esa malvada hizo conmigo.
Agradecido y emocionado, el poeta no se animó a contarle que esa historia fue inventada, que todo fue una mera coincidencia entre la real del pobre carnicero -lamentablemente pero puede ocurrir- y la simple fantasía del autor. Ahora bien, al zogaca que pasó, al bueno de don Enrique, no se le fue por mucho tiempo…
Hasta la próxima.
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