I
I
Afligidos por la agresividad de las elecciones internas en la provincia de Entre Ríos entre los dirigentes radicales Raúl Uranga y Silvano Santander, un grupo de correligionarios viajó hasta la localidad cordobesa de Villa María para transmitirle su preocupación a don Amadeo Sabattini y solicitarle los consejos del caso, porque confiaban encontrar una respuesta esclarecedora en el célebre Tano considerado en esos años el heredero más genuino de Hipólito Yrigoyen. Se dice que Sabattini los recibió en su casa vestido con su bata, los invitó con unos té de peperina, y después de escuchar a sus correligionarios entrerrianos les dijo más o menos lo siguiente: "Las internas en nuestro partido son necesarias y a veces tal vez sean un mal necesario, pero si queremos ser un partido democrático no podemos eludirlas. Es verdad que a veces las disputas son muy duras y pueden poner en riesgo la unidad del partido, pero hay algo que deben prestar atención: si después de concluidas las internas los candidatos, ganadores y perdedores, salen a hacer la campaña electoral juntos, hablan en los mismos actos e incluso se alojan en el mismo hotel, quiere decir que el partido se ha fortalecido". Un correligionario preguntó: "¿Y si eso no ocurre don Amadeo?". El caudillo radical apoyó la taza de té en la mesa y contestó sin inmutarse: "Entonces estamos en problemas".
II
Casi setenta años después, y en otro contexto incluso institucional, los "problemas" a los que mencionó don Amadeo se hicieron presentes en el centenario partido, porque si bien en este caso la disputa interna no fue por cargos partidarios sino por la conducción del bloque en la cámara de diputados, lo que los diputados liderados por Emiliiano Yacobitti y Martín Losteau deben saber es que en todo comicio interno hay un ganador y un perdedor, lo cual es obvio, pero lo que no resulta tan obvio es que los perdedores acepten la derrota . Como es de público conocimiento, Yacobitti compitió contra Mario Negri y éste se impuso por 33 votos contra 12, un resultado concluyente para todos, menos para los perdedores que resolvieron constituir un bloque aparte atribuyéndose ser representativos de un cambio generacional o de un nuevo momento histórico, virtudes que más allá de que sean o no ciertas, en todos los casos están subordinadas a las reglas de juego de todo proceso democrático, porque más allá de la sinceridad de sus sentimientos o de la justicia de la causa que dicen encarnar, no son estas supuestas virtudes las que importan en una compulsa interna, sino los votos y -conviene insistir- el acatamiento a las reglas de juego.
III
Se dice que Lousteau y Yacobitti están asociados con Rodríguez Larreta en una estrategia que instala al actual jefe de gobierno de CABA como candidato a presidente para 2023 y a Lousteau en la ciudad porteña, una imputación que se contrapone con la que sostiene que Gerardo Morales, el actual gobernador de Jujuy, sería socio de Sergio Massa y, además, en estos años ha sido funcional a Alberto Fernández, imputaciones en los dos casos muy opinables, aunque importaría una vez más aclarar al respecto que Lousteau está en su derecho a aliarse con Rodríguez Larreta si lo considera conveniente, del mismo modo que Morales puede elaborar sus propias estrategias, pero lo que en todos los casos no es admisible para la salud institucional de una fuerza política, es desconocer las reglas de juego básicas y, muy en particular, la que establece que en un proceso interno la mayoría gana y la minoría acepta el resultado, y en todo caso se prepara desde la oposiciópn para ganar posiciones y continuar disputando estrategias de poder hacia el futuro. Desde el punto de vista estricto de los hechos, no es verdad, o por lo menos no es una verdad que se impone de manera absoluta, afirmar que los doce diputados liderados por Lousteau expresan la renovación, mientras que sus contendientes internos serían la manifestación de lo viejo o superado. En política nadie puede imponer que se acepte su autopercepción, una verdad que Lousteau o Tetaz no deberían desconocer, aunque no deja de ser una ironía que así como fue considerado un despropósito que Alberto Fernández se presente como ganador de una elección que no ganó, los diputados radicales "Doce" hayan caído en una alienación similar, es decir, considerarse ganadores de victorias que no fueron tales, titulares absolutos de votos opinables o representantes de tendencias históricas renovadoras que deberán probar que efectivamente lo son.
IV
Por lo pronto, y si es verdad que el valor generacional gravita de alguna manera, diputados jóvenes hay en los dos sectores porque, por ejemplo, en el bloque liderado por Negri estás presentes dos legisladoras, una de Franja Morada y una reciente ex presidente de la Federación Universitaria Argentina (FUA), observación que debería completarse recordando que el fin de semana pasada este sector le ganó la conducción de la Juventud Radical a la corriente juvenil liderada por Yacobitti, acontecimiento político que relativiza e incluso impugna la afirmación de "los doce" acerca de ser la encarnación de lo nuevo o de lo juvenil, con el añadido o la consideración política, que en un partido tradicional como la UCR la edad o la juventud no debería ser un privilegio político, sobre todo en un partido cuyos presidentes históricos llegaron al poder en la mayoría de los casos con más de sesenta años y a dos de ellos, Yrigoyen e Illia, se los reconoció con afecto por parte de sus seguidores, y con ironía en el caso de sus tenaces adversarios, por sus condición de "viejos", porque en definitiva, y a fuer de ser sinceros, los errores o aciertos de Negri no provienen de su edad, del mismo modo que las virtudes o defectos de Rodrigo de Loredo no provienen de su condición de yerno de Oscar Aguad. Una referencia histórica por último. Una de las honorables tradiciones radicales fue su bloque parlamentario durante los años del régimen peronista, bloque constituido por 44 diputados e integrado por corrientes internas que no vacilaban en debatir con dureza entre ellos, diferencias que en ninguno de los casos habilitó la ruptura interna, porque estos distinguidos legisladores entre los que se destacan Frondizi, Balbín, Zavala Ortiz, Sanmartino o Yadarola, siempre consideraron que las diferencias internas debían superarse en nombre del objetivo superior: resistir los abusos autoritarios del peronismo, una consideración que Lousteau, Yacobitti o Tetaz harían muy bien en tener en cuenta. .
V
Se podrá observar que este episodio interesa exclusivamente a los radicales y que ellos deben hacerse cargo de sus disensiones internas, una apreciación opinable entre otras cosas porque en los partidos de extensión nacional sus problemas internos suelen ser de una manera u otra problema de todos los argentinos, pero en el caso que nos ocupa, lo sucedido, además de sentar un pésimo antecedente por parte de un partido que reivindica los procedimientos como un dato constitutivo de la democracia, que un grupo de sus dirigentes desconozcan las reglas de juego internas, pésimo antecedente que en este caso se extiende hacia toda la coalición de Juntos por el Cambio, en tanto coalición opositora que ha hecho de la crítica al autoritarismo y a los procedimientos reñidos con la ética democrática una de sus causas centrales. Puede que lo sucedido con los diputados radicales en este vértigo de acontecimientos que distingue a la política argentina dentro de una semanas esté olvidado, pero en todos los casos no deja de ser lamentable que a dos semanas de una impecable victoria electoral uno de los partidos constitutivos de la coalición opositora se enrede en una riña menor poniendo en juego los denodados esfuerzos realizados por muchos dirigentes radicales para superar la crisis de representación iniciada hace casi veinte con la catástrofe que representó para el partido de Alem e Yrigoyen la candidatura de Leopoldo Moreau. Convendría recordar, finalmente, que sin pretender otorgarle a lo sucedido más importancia que la que tiene, sus protagonistas nunca deberían perder de vista que cada uno de sus actos y decisiones son controlados severamente por un electorado que votó por la sigla Juntos por el Cambio y no hace falta ser una suerte de exégeta del voto para saber que ese mandato tiene objetivos muy precisos: derrotar al kirchnerismo, por lo que sospecho que no dispone de mucho margen de paciencia para consentir aquello que precisamente don Hipólito Yrigoyen calificó como "las miserabilidades patéticas".