Por Graciela Pacheco de Balbastro
¿Para comer cosas extrañas? ¡Ecuador!
Por Graciela Pacheco de Balbastro
Ecuador es el país de los mil colores, de los mil aromas y de los mil sabores. Un territorio que se abre al turista ofreciéndole otras mil propuestas distintas. Comenzando por las islas Galápagos, hoy en día un destino casi prohibitivo para el turismo argentino. Pero hay otro "símil Galápagos" para los bolsillos con menos dólares: la isla de la Plata, a la que se puede llegar sin un vuelo aéreo y que potencialmente hasta puede resultar mejor que Galápagos, al ser menos visitada. Además, posee una fauna voladora que la engalana, siendo dueña y señora de todo el lugar.
Pero este país tiene mucho más para toda clase de turistas. Por ejemplo, para los amantes de los deportes extremos y de montaña está el Chimborazo, "el techo de Ecuador": los andinistas pueden escalar tratando de llegar hasta su cumbre, conocido como el punto de la Tierra más cercano a la Luna. De todas formas, quien esto escribe es poco dada a los deportes en general y menos a los que requieren tanto esfuerzo y riesgos, así que caminaremos por mercados, ferias y comedores, para conocer, probar, degustar y… ¡Comer!
Ecuador exhibe frutos propios que nosotros acá consideramos exóticos. Así era el maracuyá o mburucuyá (Passiflora edulis), hasta que la moda por su sabor salvaje la puso ante nuestros ojos. Difícil de clasificar para propios y extraños, hasta su nombre en latín muchas veces oscila de una pasionaria a otra. ¡Ni hablar de sus nombres populares, que cambian de país a país, y en estos mismos, de departamento a departamento! Parchita, curubo, tumbos, porosas, poro poros, o puras.
En definitiva, ni el latín viene en nuestra ayuda cuando lo necesitamos. El mejor consejo: cuando se encuentre en la feria o el mercado ecuatoriano, señale con el dedo qué fruta de las pasionarias, o pasifloras, desea comprar. Y también tenga en cuenta que deben comerse cuando su apariencia está algo así como machucada, pues es el momento señalado de su mejor sabor (al igual que el tomate, estando verdes algunas de ellas son algo tóxicas).
Es tanta la variedad de frutas, que uno podría vivir de ellas sin aburrirse. Por nombrar otra, está el acai, la nueva fruta de moda, por así decirlo. La forma correcta de escribirla es açaí y de pronunciarla asaí o azaí, también llamada anón. Asimismo, entre los vegetales, otro exótico pero bien "sudaca" (¡Y a mucha honra! ya que proviene de una ilustre familia, nada menos que de las cucurbitáceas, y es prima hermana del zapallo, el pepino, el melón y demás) es la caigua, también conocida como achuqcha, achocha o archucha, pepino de rellenar, caihua, qaywa, kaíkua, jaiba, etc. (digámoslo de una vez y sin pudor: la Cyclanthera pedata). Semillas en mano, la muy noble caigua hasta da sus frutos creciendo en un macetón, bien hogareña ella.
También está el chayote, llamado por nuestras abuelas "papa del aire". Chayote y no cayote. Su trepadora es una bendición para los pobres (o ¿para los que estamos en camino de serlo?). Es tanto fruto como fruta, se come crudo o cocinado, hervido o al horno y me dicen que también sus hojas y zarcillos, y hasta la raíz es comestible, pero hasta allí no ha llegado mi paladar.
Y tenemos al babaco, chamburo o papaya de montaña (entre otros nombre), con su fruto enorme y sin semillas. O a la sutil uvilla (uchuva, alquequenje, aguaymanto), fruta casi silvestre que se ha distribuido a lo largo de la sierra y que asoma sus tonos amarillo o rojo entre una filigrana de "farolito" que la viste como si fuera una joya.
Todo lo anterior lo recomiendo: ¡Está probado y comprobado! Pero en lo que no me anoté fue con el chontacuro, un gusano grueso como el dedo de un hombre. En quichua su nombre significa "gusano de la chonta", que es una palmera que los aborígenes derriban para extraer de ella un palmito, además de usar sus frutos y su madera. También esperan que al tronco caído llegue un escarabajo a depositar los huevos, pues al cabo de un par de meses pasarán a recoger esos gusanos, muy ricos en proteínas.
Los locales aseguran que son muy nutritivos, con grandes beneficios para el cuerpo y hasta con cierto tufillo a Viagra, aunque viéndolos ensartados en las brochetas uno no los identifica en el momento: bien podrían ser otra cosa y no gusanos. Pero en defensa de ellos debo decir que (¡después de todo!) son de apariencia menos "terrorífica" que los famosos y súper valorados percebes gallegos, que cotizan en bolsa y son tan difíciles de extraer en las aguas que más fuerte castigan a Cantabria y la Costa da Morte.
En definitiva, recorrer los "híper-maxi-súper" de Quito es sorprenderse a cada paso, en especial cuando se recorren verdulerías y fruterías, porque con preguntar no alcanza. La forma más segura entonces es consultar al "profe" Google: sacar una foto con el celular y usar la aplicación Lens, recomendable forma de hacer turismo si uno es dueño de su tiempo. Ver para conocer, ver para entender.
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