La conocí por intermedio de Eliana Mércuri, quien me sugirió leer su libro. Se trata de María Soledad Cappelletti; actualmente es terapista ocupacional. A pocos meses de terminar la secundaria, sufrió un accidente que le cambió la vida: "La elección de mi carrera la había realizado cuando tenía 15 años. Yo decía a viva voz que quería ayudar a la gente pero no con la palabra, sino con el hacer. Un día, viene una profesora de secundario y me dice: 'encontré la carrera para vos'. ¡Y fue así! Lo que no estaba en los planes era que me convierta en paciente antes de recibirme".
Tres décadas después de la fecha funesta que la transformó, decide contar su experiencia. La movilizan: su cumpleaños número 40, el flagelo de la pandemia, una pasión incontrolable por la escritura y la urgencia por compartir. Dice: "Siempre escribí como modo de plasmar mis emociones, lo hacía también como forma de ejercitar mi nueva escritura con la zurda. Llegó la pandemia, y por más que uno siguió trabajando, tuvo más tiempo para uno, más silencio en su cabeza, y las emociones a flor de piel. Entonces, decidí ponerle forma a esa historia que estaba tan presente en mí. Y no porque uno se haya quedado fijado con lo que pasó, sino porque se hace presente en cada actividad de mi vida diaria".
Su biografía se llama "Viviendo en el mientras tanto": "Muchas veces he pensado y expresado a mi círculo más cercano, que estaba viviendo de prestado, que en cualquier momento se iban a dar cuenta del faltante. Es más, no quería llegar a mis 40 años porque tenía la idea de que esa era la fecha de vencimiento (sin dimensionar que mi vida iba a cambiar drásticamente a esa edad por el fallecimiento de mi esposo)".
Contar una experiencia traumática no es fácil: "El escribir y editar mi libro, me trajo calma; es como si me hubiera sacado una mochila. Nunca puse como excusa el accidente; fue un acto de valentía presentarme vulnerable ante el lector y fue a partir de ese momento que pude disfrutar de las palabras y emociones. Nunca quise que me recuerden como la chica del accidente, sino como la persona que transformó su vida a raíz de lo que pasó".
Perturbación
Fue en una Semana Santa de hace tres décadas aproximadamente. Junto a sus mejores amigas, pasaban el fin de semana largo en una chacra; jugaban a disfrazarse de damas antiguas; se sacaban fotos; paseaban; se despedían de la escuela; aprovechaban ese tiempo juntas antes de que las obligaciones de los adultos las distanciaran; soñaban con el mundo del trabajo, con una carrera universitaria, con viajar, casarse y tener hijos; corrían, se reían y montaban a caballo: "Sólo recuerdo dos caballos y tal vez sea porque vi, un tiempo después, fotos de ese momento: señoritas vestidas de época en un corral, custodiadas por esas hermosas figuras.Todo lo que pasó después son pedacitos, como un gran rompecabezas de mil piezas".
Sobre el accidente, señala: "El relato más claro que puedo hacer, sin emocionarme ni agitarme es: el simple tejido que bordeaba el campo de la estancia, hecho de alambre de púas, se cosió a mi cuerpo como si fuera un collar de varias capas y se hizo carne con mis prendas raídas; cómo saber que esa aparente caricia o abrazo efusivo iba a ser el comienzo del cambio." En un primer momento, el diagnóstico fue traumatismo de cráneo. Con el paso de los días, llegaron más precisiones: "Era un accidente cerebro vascular por obstrucción de la arteria carótida izquierda. El flujo sanguíneo se obstruye y no llega suficiente cantidad de oxígeno al cerebro; en mi caso, una púa de alambre aplastó mi arteria (la podría haber roto, y otra sería la historia, o no habría historia) y ese tiempo sin recibirlo causa la lesión. Hemiplejia derecha, con dificultad motora y senso-perceptiva, con problemas en el habla, disartria".
¿Cómo se superaría esto? ¿En cuánto tiempo? ¿Volvería a ser la misma? ¿Se había roto su cuerpo y se había fracturado su futuro irremediablemente? ¿Era una flor cortada de raíz a pocos minutos de asomar a la luz? El panorama no era el más alentador: "Una adolescente de dieciséis años, con alma de atleta (¡Sólo alma y pasión!); con todo por descubrir; en un cuerpo que no la acompañaba y una sucesión de imágenes, pensamientos y sentimientos que no podía ordenar en su cabeza".
Transformando el dolor
En su libro, María Soledad utiliza una frase de Hemingway que refleja su lucha por superar las secuelas de su accidente: "El mundo nos rompe a todos y, luego, algunos se hacen más fuertes en las partes rotas." Lo que para otros representa un límite infranqueable o tocar fondo, para ella resultó un punto de inflexión.
Primero, parecía que no iba a despertar del coma. Luego, parecía que nunca iba a desprenderse de una silla de ruedas ni que iba a poder hablar. María Soledad fue tenaz. Confiesa que siempre ha sido tozuda y que la han rebelado los "no se puede". A pocos meses de su accidente, volvió a la escuela; descubrió que allí había pocas "herramientas" para ayudar a las personas con discapacidad pero no se desalentó; terminó el secundario; hizo el viaje de egresados con su promoción; y se anotó en la universidad para lo cual tuvo que mudarse de ciudad: "Hacer las cosas más simples: como atarse los cordones, escribir legible, prenderse el corpiño, prender un fósforo, llevar una bandeja cargada, caminar descalza, prender un botón, son actividades que llevan más tiempo y más concentración en su realización. He aprendido nuevas formas de realizarlas; he buscado atajos; algunos me han salido y otros, con el tiempo. La mayor capacidad que posee nuestra mente es la de sobrellevar el dolor, y esto se da, una y mil veces, cuando parece quebrarse el cuerpo en mil partes, quebrarse como un vidrio roto; y el dolor nos carcome. Ahí, en ese preciso momento, volvemos a creer que es posible".
En la actualidad, esta experiencia con el dolor le permite estar más cerca de sus pacientes: "Decidí mi vocación antes del accidente, pero seguramente mi conocimiento en carne propia me hizo más empática con las situaciones vulnerables de la vida. Y si bien fui y soy exigente conmigo misma, también lo soy con mis pacientes. Entiendo que siempre hay una forma diferente de hacer las cosas, pero también sé que, en ocasiones, existen situaciones de ansiedad, desazón, hartazgo, de no poder." Ante los callejones sin salida que la vida nos traza, ella afirma: "No nos damos cuenta de lo valientes y fuertes que somos hasta que necesitamos serlo. Que siempre hay una manera creativa de encontrar luz cuando parece que se nos cae el mundo".
Aprender enseñando
¿Por qué vale la pena contar una vida de esta naturaleza? ¿Quiénes podrían ser sus lectores ideales? ¿Escribir ayuda a sanar? Reflexiona María Soledad: "Muchas veces pensé en estas líneas: para quién debería escribir; con qué sentido; a quién estarían dirigidas. En una primera instancia, fue pensado para desmitificar la patología, aumentar las expectativas de todo el que leyera; aunque a veces, más de las deseadas, a mí no me alcanza. Acunaba la idea de que mis pacientes y sus familiares iban a actuar como aliciente de que siempre hay una salida, una forma nueva de hacer las cosas, una nueva manera de vivir. Y eso no es posible porque cada uno vive como puede y aprende de las propias experiencias. Pero igual, aquí estoy escribiendo; riendo de vez en cuando; llorando otras tantas y sanando. Se me vienen a la mente los animales que se lamen sus heridas para sanar, y me parece que eso hago yo con la escritura".
En su libro, puede verse la foto del primer poema que le escribió a su padre mientras ella estaba en recuperación; son breves versos que dicen en letra titubeante: "No quiero morirme sin haber vivido antes". Éste es el mientras tanto de María Soledad. Como la canción de Vox Dei: "El momento en que estás. El presente y nada más". Un presente agradecido por las rosas que, por supuesto, no están exentas de aguijones.
Así concluye María Soledad su capítulo titulado "Buenos momentos": "Uno siempre tiene ejemplos de lo bueno, de lo malo; ejemplos de resiliencia, de fortaleza; pienso que tenemos ejemplos de todo. Algunas veces usamos uno y, otras veces, nos preguntamos qué hubiera sido si elegía el otro camino. La vida es un constante elegir: me visto con una remera o una camisa; tomo café o mate; hago deporte o me quedo en la cama. Y entre esas elecciones transcurre la vida. Es tan fácil perderse en lo que no es importante que el verdadero objetivo es encontrarse a uno mismo riendo por lo que va a venir".