Con Nicolás Peisojovich
La prematura muerte de John Lennon nos privó de ese hombre que marcó la cultura musical y estética, que fue piedra fundamental de una generación que iba a cambiar el mundo y el rol de la juventud.
Con Nicolás Peisojovich
"Un sueño que sueñas solo es sólo un sueño. Un sueño que sueñas con alguien es una realidad." John Lennon.
Solo había llegado a cumplir 40 años, dos veces la sumatoria de esos 20 años que no son nada, pero que él, con su genialidad, su curiosidad y su vanguardismo, había inventado, dicho y hecho casi todo.
Su llegada al mundo, según decía, no había sido fácil, supuestamente nació en pleno bombardeo alemán. Nació en plena Gran Guerra, la Segunda como decimos los hispanoparlantes; fue un activista de la paz mundial y murió violentamente por un ex fanático y desencajado mental llamado Mark David Chapman que aún cumple condena, pese a su decena de apelaciones. El buen sentido a veces práctico de los yanquis prima, si llegasen a darle la libertad, no duraría vivo un tema de los Beatles de sus primeros discos, o sea, un puñadito de minutos nomás. Su condena convive con el dolor de millones de fans. Terminaba el mes de diciembre de 1980 cuando John dejaba huérfano a miles de miles de hijos de su música, y el mundo no volvería a ser el mismo, y la soñada reunión de los Beatles de la que siempre se hablaba pasaba a ser solamente un sueño; y su prematura muerte privaba la claridad de su pensamiento, las contradicciones de uno de esos grandes hombres, ese hombre que había marcado la cultura musical y estética, que fue piedra fundamental de una generación que iba a cambiar al mundo, la idea del mundo, el rol de la juventud y la manera de hacer las cosas a través de la libertad de acción. A sus jóvenes cuarenta años, John Lennon pasaba a ser parte de la inmortalidad, y su historia y la del grupo que fundó, pasarían a ser tema obligado de periodistas, biógrafos autorizados, no autorizados y desautorizados. Lennon pasó a ser parte de todos y todos pasamos a ser parte de su historia. Yoko Ono, su viuda, su mono, su gran amor y quizás la responsable; el click disparador de sus zonas más sensibles, rebeldes y controversiales. Comercialmente astuta y ávida de dar a conocer parte de su patrimonio, parte de su matrimonio y obviamente parte del profuso legado, para engordar su legado económico también, supo movernos el piso cada diez años con algún que otro tesoro musical o fotográfico, en forma de documental o reunión homenaje. Ella, Yoko, quizás movida por la máxima de aquel recordado tema de "The White Album", donde Lennon y Harrison hacían gritar sus guitarras en un furibundo rock 'n' roll lleno de "loops" y palmas mientras aullaba irónicamente que todos tenían algo que ocultar excepto él y su mono (entiéndase por "mono" a esa omnipresente figura chiquitita, de ojos rasgados y cabellera negra a dos aguas, voz chillona y sempiterna letanía impostada: Yoko Ono), ella, Yoko, siguió en su empeño a lo largo de los años en demostrar y mostrar que entre él y ella no había nada que ocultar, y aunque fuera en largas cuotas que duran decenas de años, ella sigue dándonos partes de esos retazos que Lennon dejó cuando estaba vivo. Retazos de esos que él sabía regalar según dicen; se cuenta en una de las tantas historias que giran en torno a él, que cuando tenía reuniones en su casa y al momento de despedir a las visitas, acostumbraba -imitando alguna costumbre milenaria oriental- a tomar un martillo, romper parte de una vajilla u objeto pequeño y que a cada uno de sus invitados, les entregaba su correspondiente trozo, asumiendo en ese noble acto que algún día, en algún mañana, esos pedacitos se volverían a juntar para volver a ser de nuevo un todo, rotos, pero juntos y completos.
Hoy las partes que fueron el principio de todo lo que Los Beatles hicieron están incompletas, me imagino que Mc Cartney y Starr no estarán muy ansiosos de volver a reunir la banda (ni física ni espiritual), pero de vez en cuando se encuentra una grabación perdida, una voz solitaria, una maqueta esperando volver a la vida, entonces ellos sacan sus añosas manos de viejos piolas y deciden volver a poner arte en la música, hacer diferente lo que era igual, reunir aquella banda de viejos amigos, de incorregibles figuras, e invitar a otros incorregibles y eternos amigos de ruta para volver a hacer sentir la magia.
Mucho de lo que digo aquí ya fue escrito miles de veces y más, aquellos que crecimos y amamos la música de los Beatles o de Lennon, siempre vamos a seguir abriendo el diario y a detenernos automáticamente ante una foto, nota, o cualquier cosa referente a ellos. Con las redes sociales, las noticias digitales, las plataformas de cine, documentales, transcripciones y reediciones de libros, cada generación posterior a Lennon ha podido sentirse parte de esa generación que en los 60´s se sacaron el polvo y el tufo del viejo mundo. Tan vigentes y clásicos, tan modernos y "vintage", todos, quien más o quien menos, nos sentimos fascinados por el embrujo de su música, por la creatividad artística, por el vanguardismo estético y el idealismo "naif" de algunas de sus letras. El anecdotario de Lennon es inmenso y por suerte está al alcance de todos. Las letras de sus canciones nos hablaban de amor, de paz y sobre todo de humanidad.
Quiso ir a vivir a New York, y como era un empedernido idealista - pacifista (considerado comunista para las autoridades estadounidenses de la época), luchó con el Gobierno (la C.I.A. y el F.B.I) para que le dieran la visa y poder mezclarse casi anónimamente en esa inmensa y cosmopolita ciudad que le encantaba y amaba. En una entrevista había dicho que a lo mejor viviría un par de años en New York, porque como los elefantes, seguramente volvería a su terruño para morir en su lugar de nacimiento. Su asesino no le dio esa alternativa. En algo tuvo razón, murió un gigante. Y lo lloramos todos.
Este 9 de octubre, John Winston Lennon hubiera cumplido 80 años. Y cada año se hace cada vez más inmortal.
Cuando todavía eran The Beatles, durante aquel recordado recital en la terraza de los estudios de Abbey Road, mientras Mc Cartney cantaba que tenía un sentimiento (I got a Feeling), John le contaba/cantaba al mundo que todo el mundo había tenido un buen año, que todo el mundo se había dejado crecer el pelo, que todo el mundo había hecho un esfuerzo, y que todo el mundo había puesto los pies en el suelo. ¡Oh yeah!...
Terminaba definiendo y sintetizando en un par de frases toda una magnífica, colorida y revolucionaria década signada por su música. ¡Happy Birthday John!
(*) "Puedes decir que soy un soñador..." (Imagine)
Su prematura muerte nos privó de ese hombre que había marcado la cultura musical y estética, que fue piedra fundamental de una generación que iba a cambiar al mundo, la idea del mundo y el rol de la juventud.
Tan vigentes y clásicos, tan modernos y "vintage", quien más o quien menos, nos sentimos fascinados por el embrujo de su música, por la creatividad artística, por el vanguardismo estético y el idealismo "naif" de algunas de sus letras.