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LUIS ALBERTO LLINAS DE GUADALUPE OESTE
"Soy el secretario general de la Agrupación Canillitas. Con motivo de un nuevo año de existencia del diario quiero saludar a todos sus integrantes. Significa una fecha muy importante para Santa Fe, ya que El Litoral es el patrimonio de la ciudad. Les auguro muchos años más de crecimiento y servicio a la sociedad. Muchas gracias".
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LIDIA DE AV. CAPUTTO
"He leído que quieren crear el Ministerio de Seguridad Vial. ¡¡Por Dios!! ¡¡Basta de crear ministerios!! Están quitando el subsidio a la energía para invertir en más carga burocrática. Ministerios, dependencias, secretarías, direcciones, departamentos, etc. Todos con altísimos sueldos. La energía se subsidia en el mundo entero: en Japón, en el Reino Unido, en Europa... Los subsidios de España eran similares a los de Argentina, el kilovatio por año, por habitante. ¡Basta de hacerles pagar el déficit a los privados, a los que trabajan, a los que producen! ¡Por favor: que el periodismo nos ayude un poco! ¡Basta de tanto abuso! Se los ruego. Por favor, ayúdennos un poco para evitar tantos excesos".
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MARÍA INÉS B° CANDIOTI SUR
"Leí el mensaje de la lectora Celeste, en reclamo por los ciclistas en la ruta 168. Coincido totalmente con lo expresado. Ocupan 2 ó 3 trazas. No es ciclovía. Después hablan de accidentes. No son accidentes: es causa y efecto... ¡¡Basta de ciclistas en las rutas!!".
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UN LECTOR
"En épocas de crisis económica severa, como la que estamos atravesando, cuando desde los poderes políticos y de los estamentos del gobierno se nos insta a los ciudadanos a soportar un ajuste que se viene y que ya lo están instrumentando, se supone que se deben priorizar los gastos para hacerse eco de las carencias y limitaciones que se están viviendo. Sin embargo, y como ciudadano santafesino, como aportante a través de mis impuestos, veo con impotencia cómo la Municipalidad gasta en publicidad. ¿Esta es la manera de administrar los dineros públicos? Señor Jatón: no me cuente que está dejando la ciudad más linda, para eso fue votado. ¿Está pensando en las elecciones del año que viene? Tenemos prioridades, urgencias que atender. Hay gente que no tiene para comer... Estoy indignado".
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LLEGAN CARTAS
ALEJANDRO DE MURO
Ante un nuevo aniversario, ayer, del fallecimiento del General José de San Martín -y con el reflejo de su epopeya bien presente- resulta oportuno preguntarnos qué torna señeros a los funcionarios gubernamentales. Sin duda, la probidad con que realizan sus obras.
Cuando el Padre de la Patria decidió abandonar el Viejo Mundo y afrontar la cruzada libertaria en nuestro país -aún en ciernes- Chile y Perú, lejos estaba de suponer que su épica lo perpetuaría en el bronce.
No fatigó las aguas del Atlántico animado por el anhelo de lograr honores, compensaciones económicas o ascensos en su carrera castrense. Su orgullo fue vestir el uniforme del Ejército Nacional, honrarlo y, por supuesto, servir a su Patria. En un contexto donde el único reto que aceptó fue prodigarse en favor de una Argentina todavía difusa, sobresalen dos anécdotas que lo definen como persona sensible.
En Córdoba: en vísperas de una revista de tropas, recibió un pedido de audiencia urgente no ya al general sino al "señor" San Martín. Concedida la entrevista, un coronel, encargado de abonar los sueldos de los efectivos, se cuadró ante el alto jefe: le confesó que había dilapidado dichos fondos en juegos de azar. Ante ello -consciente de que merecía la destitución y un ejemplar castigo carcelario- ofreció devolver la suma sustraída en el menor lapso posible. "Apelo -insistió- al caballero". La respuesta obtenida fue: "Cumpla a la brevedad con lo prometido y evite que el general se entere, porque es capaz de fusilarlo a usted y a mí si lo supiera".
En Francia: con el título de abuelo, orgullosamente asumido, observó que una de sus nietas lloraba sin consuelo. Para calmarla extrajo varias medallas de un cofre y se las entregó. En cuestión de segundos, la menor recuperó su sonrisa ante la expresión indignada de su madre que le recriminó, al dueño de las condecoraciones, tan reprochable gesto. "Cómo puede ser -inquirió- que reconocimientos tan valiosos vayan a manos de una criatura". La respuesta no se hizo esperar: "Si estos galardones no sirven para disipar las lágrimas de un ser tan entrañable, entonces, qué sentido tienen...".
Nuestros próceres no solo trascienden por sus actos heroicos. Los de carácter íntimo también los agigantan y merecen divulgarse.
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MIGUEL ÁNGEL REGUERA
Benjamin Constant fue el primero en escribir sobre la libertad de los antiguos, de los que vivían en sociedades pequeñas, basadas en el trabajo productivo de otros (esclavos o siervos), donde el inmiscuirse en los asuntos públicos era una obligación moral.
Lo diferenció del concepto moderno de libertad de las sociedades industriales nacientes, donde el predominio de las libertades civiles llevaban a elegir representantes o mandatarios (pues el tiempo del hombre moderno se concentraba en defender su propiedad, aumentar sus ingresos, educar a sus hijos, proteger sus intereses privados en definitiva).
En el esquema del pensamiento argentino del siglo XIX, Alberdi comulgaba con el pensamiento del liberal moderno, y Sarmiento fue el ícono del republicano antiguo, extrañado de ver caminar a su lado a personas incompletas, que se ocupaban de su familia y hacienda, sin dedicarle tiempo a los asuntos públicos.
Hoy, el egregio sanjuanino se sorprendería de ver que su prédica de formar al ciudadano ha fracasado.
Cada dos o cuatro años, la mayor parte de los argentinos concurren a las urnas a elegir representantes, saludan a las autoridades de mesa y por otros dos o cuatro años se despreocupan de "lo público".
La mayor parte se pone el traje de usuario, de consumidor, de emprendedor, de trabajador y deja colgada hasta nueva ocasión la noble toga del "ciudadano", o sea del que se preocupa por lo suyo, lo del otro y lo de todos. No estoy hablando de militar religiosamente en partidos políticos, asistiendo a mitines, elecciones internas, etc., sino de recuperar el espíritu de la libertad republicana que tanto amaba Sarmiento.
Ese espíritu que late en una cooperadora escolar o al menos en asistir a una reunión de padres y madres. Ese sentir la vida en comunidad de una asamblea de consorcio en el edificio donde se habita. Puede ser desde contribuir siendo socio de la cooperadora del hospital o comprar la rifa de los bomberos voluntarios, hasta ser uno más de los que reclamen ante las empresas de servicios públicos por su deficiente atención o incluso comunicarse con los medios barriales para denunciar la falta de una tapa de desagüe o un semáforo que no funciona.
Nuestros abuelos participaron en sociedades de fomento, crearon clubes de barrio, fundaron la salita de salud, etc. y hoy sus nietos caminan simulando ser figuras egipcias de perfil, para esconder su carácter incompleto, porque supinamente o con intención se han olvidado de participar en la vida pública cotidiana.
Una plaza con sus juegos rotos o sin bebederos, una estación de trenes sin teléfonos públicos, una calle mal iluminada, una escuela con sus paredes derruidas y cientos de obras sencillas están esperando que la toga republicana vuelva a ser vestida por los ciudadanos y que se pongan al frente de esas pequeñas batallas.
De esos ciudadanos, saldrán los gobernantes del futuro, los de una Argentina donde lo público y lo privado se complementen para formar una integridad, un hombre completo para una sociedad que atienda la totalidad de sus necesidades.