Por Néstor O. Scibona
El actual gobierno kirchnerista está pagando todos los costos de su extravagante política cambiaria, combinada con alto déficit energético y descomunal emisión de pesos, sin haber obtenido beneficio alguno que permita reducir la desconfianza sobre el tortuoso tránsito hasta las elecciones de 2023.
Por Néstor O. Scibona
Los resultados hablan por sí solos. El deliberado atraso del tipo de cambio oficial aplicado desde 2021 no sirvió para “anclar” la inflación, que este año apunta a más de 100 % y a un nivel similar en 2023. Ni el sucesivo endurecimiento de los “cepos” para frenar la salida de divisas impidió que se agotaran las reservas líquidas del Banco Central debido al fuerte aumento de las importaciones (energéticas y no energéticas). Hoy apenas alcanzan para pocas semanas de pagos, a menos que organismos multilaterales desembolsen créditos de libre disponibilidad mientras se mantenga a flote el acuerdo con el FMI.
Por si fuera poco, la tácita exigencia de Cristina Kirchner a Sergio Massa de evitar un salto devaluatorio tampoco diluyó esta expectativa, que ahora se traslada al verano ante la perspectiva de menores ingresos de divisas debido a la intensa sequía en la zona núcleo, que afectará la próxima cosecha de granos y la ganadería. Mientras tanto, la brecha cambiaria con los dólares financieros y el paralelo se mantiene en torno de 75/80% y, junto con el cepo, encarece los insumos importados y los costos de producción. Otro tanto ocurre desde septiembre con la aceleración del ritmo mensual de ajustes diarios del tipo de cambio oficial para alinearlos con la suba de las tasas de interés y devaluar “en cuotas”.
A falta de aval político para disponer una devaluación clásica que promueva mayores exportaciones y desaliente importaciones (o sustituirla transitoriamente por un desdoblamiento del mercado oficial con un dólar comercial y otro financiero más alto), Massa optó por alternativas más intervencionistas y heterodoxas.
Por un lado, amplió el menú de autorizaciones previas de importación para blindar las reservas y hasta incluyó en el presupuesto 2023 un blanqueo de dólares para la importación de insumos y compra de inmuebles usados. Por otro, apeló a una serie de “parches” con múltiples tipos de cambio diferenciales y /o discrecionales (15 por ahora), que implican devaluaciones parciales “a medida” destinadas a selectivamente a frenar la salida de divisas o incentivar ingresos adicionales. En este desdoblamiento asimétrico, el caso extremo es el “dólar tarjeta” a $ 330 con recargos impositivos a cuenta para encarecer viajes y compras en el exterior. En cambio, las retenciones a la exportación hacen que el tipo de cambio efectivo para el complejo sojero equivalga a $ 107 y a $ 147 para las petroleras, si bien éstas podrán disponer a partir de 2023 de un porcentaje de divisas libres, condicionadas a nuevas inversiones y al incremento trimestral de sus ventas externas. Pero no en todos los casos este tipo de beneficios sectoriales abarca a sus cadenas de valor, ni evita problemas colaterales.
Una prueba visible del atraso cambiario fue en septiembre la “promo” por sólo 25 días para el “dólar soja” a $200, que impulsó liquidaciones récord por US$ 8000 millones, permitió sumar casi US$ 4000 millones a las reservas del BCRA y cumplir la meta del tercer trimestre con el FMI, a costa de una fuerte emisión de pesos para cubrir la diferencia cambiaria.
No obstante, estos dólares ingresados anticipadamente faltarán en los próximos meses (en octubre las ventas de los productores ya cayeron 85%) y acentuaron la primarización de las exportaciones sojeras. Según el monitor mensual de CIARA -CEC (Cámara de la Industria Aceitera y Centro de Exportadores de Cereales), las exportaciones de poroto de soja (1,16 millón de toneladas) aumentaron 252% en septiembre con respecto al mes previo, mientras las de aceite de soja (122 mil, casi una décima parte) retrocedieron 28,4% y las de harina 5% (a 91 mil).
Este desvío preocupa al complejo agroindustrial ya que la molienda de soja está virtualmente estancada desde 2015, pero en los últimos ocho años no dejó de crecer en Brasil (27%) y los Estados Unidos (19%) -con 11 y 10 millones de toneladas respectivamente-, frente apenas 270 mil toneladas en la Argentina (1%), donde la capacidad ociosa llegó a 51% en septiembre. A esto se suma la creciente competencia del “biodiesel renovable” (reprocesamiento de aceites usados) en el mercado internacional, cuyo volumen se multiplicó por 10 (de 2 a 20 millones de toneladas en los últimos años) a un costo inferior al de producirlo.
Si el Gobierno hubiera decidido corregir el atraso del tipo de cambio hace un año, en vez de lanzar el plan “platita” a pura emisión de pesos en su fallido intento de revertir la derrota del oficialismo en las elecciones legislativas, tal vez la situación sería otra en el mercado cambiario oficial (MULC), que sólo en los papeles es “único y libre”.
Pero ahora, con la actual dinámica inflacionaria de tres dígitos anuales y sin un plan de estabilización a la vista, la tardía decisión de acelerar los mini-ajustes diarios (crawling peg) del dólar oficial, se asemeja a sacar a un auto de los boxes para reanudar una carrera con muchas vueltas perdidas frente al avance de la inflación. En lo que va de 2022, el dólar fue ajustado 52,7%, alrededor de 22 puntos menos que la inflación.
En valores nominales, el dólar mayorista subió de $ 59,91 desde fin de diciembre de 2019 hasta $ 156,91 a fin de octubre de 2022 con un incremento de 162%, mientras la inflación acumulada en ese período fue de 264%. Esto significa que, en menos de tres años, el peso se depreció 62% en términos reales.
En cuanto a la competitividad de las exportaciones argentinas, un cálculo realizado por el Estudio Broda revela que el tipo de cambio real multilateral (que mide la relación del peso con una canasta de monedas integrada por el dólar, el euro y el real brasileño), registraba el 1° de noviembre último una apreciación (caída) de 30% respecto de diciembre de 2019. En otras palabras, el TCRM pasó de $ 225 a $157,2 a precios actuales en ambos casos. Y no sólo se ubica 23% por debajo del promedio histórico desde 1997 ($ 204), sino también -12,5% respecto de diciembre de 2021 ($ 179,7 a valor actualizado), el nivel acordado inicialmente con el FMI para mantenerlo este año en términos reales y que quedaría a fin de diciembre algo rezagado por la mayor inflación.
Con este panorama cambiario y mientras el BCRA padece la falta de dólares, un dato oficial es más que elocuente. Según el Indec, hay más de US$ 258.000 millones (casi la mitad del PBI anual) atesorados por argentinos en cajas de seguridad y escondrijos caseros, que no se vuelcan al circuito económico por desconfianza.
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