Un día en la vida de los pescadores de la Bajada del Espinillo
La veda pesquera dictada por la Justicia llevó a los pescadores a cortar la parte norte de la avenida circunvalación en Rosario por casi una semana. Esta medida trajo inconvenientes a muchas personas que circulan por esta vía. Desde el lunes 11, a través de otra medida judicial, volvieron a pescar. ¿Cómo es el oficio de pescador? ¿Qué hacen cuando salen al río? ¿Cómo es el proceso desde que el pez está en el Paraná y llega a la mesa? En esta nota, se intenta responder estas preguntas.
Estuvieron en la mira en los primeros días de enero. Desde el lunes 4 hasta el viernes 8, los pescadores de la zona sur de la provincia cortaron la Circunvalación rosarina para protestar contra la veda total que se impuso en toda la provincia. Esto generó momentos de tensión entre los que protestaban y los que querían circular. Aquel mismo viernes 8, tres jueces dictaminaron que la veda era inadecuada y forzaron una prohibición parcial. A partir del lunes 11, se pueden extraer peces del río los lunes, miércoles y jueves. No podrán trabajar los otros cuatro días de la semana ni los feriados.
El Litoral se acercó (con un fotógrafo y un periodista) hasta una zona de pescadores para mostrar cómo es el oficio de la pesca en el río Paraná, uno de los más caudalosos y extensos de todo el mundo. El lugar está ubicado en el límite entre Granadero Baigorria (pertenece a esta localidad) y Capitán Bermúdez, en el norte del Gran Rosario. Para acceder se debe tomar la calle Pablo Ricchieri de Baigorria, el límite sur de la empresa Celulosa Argentina S. A. Tras pasar por un pasaje sinuoso con casas de los mismos pescadores se accede a la llamada Bajada del Espinillo. Enfrente está Puerto Pirata, un parador muy conocido. Al lado, la guardería náutica Tifón. Unos 50 pescadores de oficio dejan sus embarcaciones en la bajada. Estos trabajadores del río viven en un submundo distinto del resto con el Paraná como elemento vital.
Marcelo Manera
Foto: Marcelo Manera
La cita fue a las 7 de la mañana del lunes 18. Un día más de pesca para los trabajadores del río. Orlando Migueles es uno de los que vive de la pesca. Él se encarga de llevar los pescados frescos a un frigorífico en la ciudad de Santa Fe. Todos trabajan juntos para vender todos los productos juntos y sacar su parte.
La situación de ellos, según comentaron, no es la mejor. “El pescador es cada vez más pobre y los que están haciendo plata son los acopiadores y los frigoríficos”, comentó uno. “Todo para atrás. Tendría que ser igual para todos”, aseguró otro. El sábalo, la especie más común en nuestro río, se exporta tras su paso por los frigoríficos que están en nuestra provincia y en Entre Ríos. De él también se extrae harina. El pescador le puede vender al frigorífico o a otros mayoristas, que lo comercializan. Cada sábalo se paga hoy a unos 80 o 90 pesos y los acopiadores lo pueden vender a 300. Dependiendo del día, se pueden sacar entre 40 y 100 pescados. Uno de los grandes costos es la nafta de la lancha. Con un motor grande, consume más que un auto y no puede llevar ni gasoil ni GNC. Sólo nafta súper con un aceite especial.
Martín Benavídez es uno de los 50 pescadores que tienen sus lanchas en la Bajada del Espinillo. Él mostró cómo es esto de pescar con red, o tejido como ellos le llaman. Para eso, hay que adentrarse en el lecho del Paraná y lanzarla. A este primer paso se le llama “calar”. Lo que se hace es dejar este tejido de 1,50 metros de ancho y unos 250 metros de largo que cuenta con dos grandes bidones flotantes y con plomos para hacer bajar el tejido hasta el fondo del afluente.
El lugar para calar no es cualquier lado. Hay límites porque los del Espinillo no son los únicos que extraen pescados del Paraná. Para ellos, es la cancha (así se llama al sector limitado para pescar) La Canaleta. Está a la altura de Celulosa.
El hermano de Martín, mayor que él, también se dedica a la pesca. No así su padre que hacía chapería y pintura en autos. Esta zona del río es prácticamente desconocida para la mayoría de los habitantes de Santa Fe. En el sector de Capitán Bermúdez, se observan una especie de acantilados de metros de altura. Sólo se pueden ver en una embarcación. Y pegado a la barranca, árboles altos. Uno de estos quedó dañado tras una tormenta, quedó muy inclinado, aunque se resiste a caer al río. “Ese árbol hace cinco años que está así. Todavía no se cayó”, dijo Benavídez en una muestra de conocer a fondo la zona. Los trabajadores deben tener cuidar de no lanzar la red cuando pasan los barcos o las barcazas. Benavídez debió dejar a una de éstas, de bandera paraguaya, que navegaba río arriba y seguramente iba camino al país vecino. Martín lanzó su red y ahora lo único era esperar.
Marcelo Manera
Foto: Marcelo Manera
El proceso total de pesca lleva unas dos horas desde que se sale de la orilla, se deja la red, se espera una hora a que los peces queden en el tejido y se lo recoge. La profundidad del río es grande en su zona central. Tiene unos 15 metros. En crecida, este número es mayor y puede llegar a los 22 metros. Allí hay otro submundo pleno de diversidad ecológica con peces y plantas.
Pasados unos 60 minutos, Martín Benavídez salió a recoger su red. Es el segundo paso en el proceso de pesca. Entre los peces a sacar, el sábalo es el más común, pero también se encuentran especies como la boga, la vieja del agua, el patí, el surubí, el dorado o el armado chancho.
El tejido lanzado comenzó a descender con la corriente del río, de norte a sur. Entonces, en una hora se movió muchos metros hasta que fue recogido. En la red pueden aparecer objetos sorpresivos como pañales, gorras, ropa, botellas, zapatillas o un motor de lancha. También se pueden encontrar ramas de árboles, especialmente después de tormentas.
Si los sábalos, que son los más numerosos con diferencia entre los peces de esta zona, son menores a 42 centímetros de largo, se deben devolver al río. Levantar es una cuestión de fuerza a puro brazos. Hay que recoger toda la red que esta vez vino cargada.
La cosecha fue fructífera. En esta vuelta salieron unos 25 sábalos junto a otros pescados menos abundantes como dos bogas, dos patíes, una vieja del agua y un armado. Una vez en la costa, llegó el tercer paso. Destripar a los pescados. Se les extrajeron las vísceras y la vejiga natatoria. Este órgano lleno de aire les permite flotar y no hundirse en el fondo. Algunos permanecen vivos por algunos minutos pese a no estar en el agua. Las tripas se descartan totalmente o se usan como carnada para pescar con caña. Los de la Bajada del Espinillo ponen todos los pescados en unos baldes grandes de color azul. De allí, hasta el camión refrigerado de Migueles a mano, que los lleva a su vez a Santa Fe. A veces se les puede vender a otras compradores en cantidades menores a un precio un poco mayor.
Al fotógrafo de El Litoral le gustó mucho una boga grande que Martín sacó. Entonces se la compró fresca, recién salida del río. El destino fue la parrilla para la gran cena del día.