Por Juan Franco
María Carolina Guallane, o Paula Cortassa Zapata, a casi 24 años de la recuperación de su identidad, sigue sumando retazos de su historia personal. Ahora el valioso aporte lo hizo Abuelas de Plaza de Mayo, con la entrega del Archivo Biográfico Familiar. Y la nieta N° 61 lo celebra en Venado Tuerto junto a los suyos. Se propone conocer más sobre la personalidad y militancia de sus padres biológicos, pero en calma, controlando los tiempos, sin ansiedad ni obsesiones.
Por Juan Franco
Nacida como Paula Cortassa Zapata, en poco más de un año de vida, en medio de duras circunstancias, se convirtió en María Carolina Guallane, y este jueves 10 de febrero, a sus 46 años, recibió de manos de Abuelas de Plaza de Mayo, el Archivo Biográfico Familiar. Ni más ni menos que una valiosa caja que contribuye a la reconstrucción de la historia de vida de sus padres, Blanca Zapata y Enrique Cortassa, a través del relato oral de compañeros de militancia, familiares y amigos que los recuerdan.
En 1977 la niña fue secuestrada junto con sus padres en la casa donde vivían en la ciudad de Santa Fe, y dada en adopción Jorge Guallane y María Moro, un matrimonio residente en Venado Tuerto, a quien el juzgado le mintió sobre el origen de la chica. Años más tarde, con el apoyo de su familia adoptiva, la joven se lanzó a la búsqueda de su verdadera historia. Y, en noviembre de 1998, obtuvo los resultados de los análisis genéticos y confirmó su verdadera identidad. Desde entonces, va reconstruyendo esos retazos de historia que la dictadura quiso borrar y, ahora, gracias al trabajo de Abuelas de Plaza de Mayo, el Archivo Biográfico Familiar viene a sumar en esa restauración.
“Nunca sabemos lo que hay acá adentro, es sagrado, pero lo que sea, va a llenar algunos huequitos de tu historia, y por supuesto la de tu hijo. Porque el hijo hereda la historia también. Si vos no supieras quién sos, él tampoco lo sabría”, le dijo Estela Carlotto a Carolina y a su hijo Nicolás, que la acompañó junto a su esposo Daniel y su suegra, todos “pilares fundamentales” para ella.
Emoción inolvidable
Sobre esa ceremonia, Carolina, afincada en Venado Tuerto, comentó sus sensaciones a El Litoral: “Este Archivo Biográfico Familiar es un trabajo minucioso que Abuelas de Plaza de Mayo elabora en beneficio de cada uno de los nietos recuperados, y en este caso contiene fotos ampliadas de Blanca y Enrique, mis padres biológicos, y entrevistas periodísticas realizadas a mis padres adoptivos María y Jorge, en un pendrive y también por escrito, y además un cuadernillo con entrevistas a ex compañeros de militancia de Blanca y Enrique que yo no conocía. Ya leí algunos párrafos con descripciones que son totalmente nuevas para mí, y me causó gracia cuando aludían al ‘carácter fuerte’ de Enrique. Incluso en la última página figuran los contactos de cada uno. Me gusta la idea de encontrarme con ellos porque no tuve muchos vínculos con gente que los conociera, más allá de la época del reencuentro con mis abuelas y un vecino, que me contaron algunos aspectos de la personalidad de Enrique. Pero no había tenido contactos con sus compañeros de la militancia política y estoy decidida a visitarlos y conocer cosas nuevas sobre sus características personales y sobre la militancia de los ‘70. Será una experiencia interesante”, intuyó sobre ese venidero capítulo sanador.
Y sobre el emotivo acto en la sede porteña de Abuelas de Plaza de Mayo, hizo hincapié en “el inolvidable instante” en que la presidenta de la organización, Estela de Carlotto, le obsequió el simbólico pañuelo blanco con la inscripción: “Para Paula con el amor de las Abuelas”. “Me emocioné mucho, es difícil de poner en palabras, pero los argentinos sabemos del significado especial de ese pañuelo blanco, y recibirlo en ese marco fue algo enternecedor. Incluso en otras ocasiones había estado con Estela de Carlotto, pero no había sentido lo mismo. Eran tiempos en los que había recuperado mi identidad, estaba conociendo mi familia biológica y mi atención se enfocaba en otra cosa, pero ahora supe aprovechar de otra manera la dimensión de esa gran mujer, y después de entregarme la caja y el pañuelo, hablamos mucho y me contagió esa vitalidad, esa entereza, esa fortaleza propia de las Abuelas”.
“Ya no cargo con obsesiones”
Más adelante, El Litoral consultó a Carolina si hoy, a sus 46 años, sostiene alguna búsqueda específica y su respuesta fue terminante: “Hoy espero lo que suceda, no me ato a interrogantes o cuestionamientos, porque a veces se impone cierta conducta obsesiva, la ansiedad puede más y las respuestas nunca llegan a tiempo. Eso me pasó al principio, en mis primeras búsquedas. Hoy lo tomo distinto y sé que esos datos, esos pedazos de historia que faltan, podrán aparecer o no. Mientras tanto, todo sirve y es bienvenido en el cometido de reconstruir la historia de ellos y la mía. Hasta hoy cuento con un conocimiento superficial de Blanca y Enrique, y ahora me dispongo a profundizarlo, cuando termine de leer estos testimonios y luego conociendo a sus ex compañeros”.
Además, aclaró que Abuelas de Plaza de Mayo sigue adelante en la búsqueda de su hermano/a, dado que no existe el dato fehaciente de que haya muerto junto con su madre embarazada de casi nueve meses. “Ya hace un tiempo que decidí abandonar esa búsqueda para preservar mi salud mental. No me estaba haciendo bien pensar en todo momento si ese hermano o hermana estaría con vida, y dónde viviría y cómo estaría, y si sabría que es hijo de desaparecidos. Como decía antes, uno se pone obsesivo con ciertas cosas, y preferí salir de eso”, sostuvo la nieta recuperada N° 61.
En la causa judicial, un médico declaró que ese bebé había muerto, e incluso se lo dijo años más tarde a la propia Carolina, mirándola a los ojos, aunque también es cierto que si declaraba lo contrario hubiera quedado involucrado en el delito de robo de bebés. Aunque el tema no la desvela, admite que está siempre presente, e incluso revela que “un muchacho que vive en la provincia de Buenos Aires suele comunicarse conmigo y está convencido de que es mi hermano. Varias veces le dije que vaya a la sede de Abuelas, se haga un examen de ADN y luego se pueda comparar con el mío. No puede estar viviendo con esa obsesión”, dice Carolina sobre quien se presume su hermano menor.
Desde septiembre de 2015, por una resolución judicial, en su DNI figura el 13 de diciembre de 1975 como fecha de nacimiento, pero su nombre sigue siendo María Carolina Guallane, y ella misma lo justifica: “Nunca tuve dudas al respecto, yo me siento hija de María y Jorge. Entre mis familiares biológicos, en Entre Ríos, algunos me llaman Carolina y otros, Paula, y yo lo acepto sin problemas. También mi abuela de Rosario (ya fallecida) me decía Paula y yo respondía de igual manera, no me molestaba para nada, pero yo sigo siendo Carolina Guallane y eso está muy claro”.
La verdadera historia
Paula Cortassa Zapata, nacida el 13 de diciembre de 1975, es una de las víctimas del asalto a la casa de calle Castelli, en la ciudad capital de Santa Fe, el 11 de febrero de 1977, cuando una patrulla del Ejército secuestró a su padre Enrique Cortassa -aún desaparecido- y a su madre Blanca Zapata, embarazada de ocho meses y medio, quien murió dos semanas después por un balazo en la frente. En esa oportunidad también fue asesinada Cristina Ruiz de Ziccardi, otra militante que vivía en la misma casa con sus hijos de 5 y 2 años.
Los tres niños sobrevivientes de la masacre fueron entregados al Juzgado de Menores de Santa Fe, pero a diferencia de los hermanitos Ziccardi, devueltos a sus abuelos 15 días después, Paula fue dada en adopción como NN, luego de tres meses, al matrimonio compuesto por Jorge Guallane y María Moro. Ambos habían llegado a la ciudad de Santa Fe en busca de un bebé adoptivo y, de buena fe, recibieron a la niña en sus brazos, a la que llamaron María Carolina, sin siquiera sospechar que ese juez de Menores, Luis María Vera Candiotti, se convertiría tres décadas más tarde en el primer ex magistrado procesado por los delitos de apropiación y sustracción de identidad.
Ya en el viaje de regreso a Venado, los Guallane descubrieron que la salud de la chica estaba muy quebrantada y debieron pasar largos meses de cuidados y rigurosos tratamientos para recuperarla en lo físico y psíquico, después de la traumática experiencia del secuestro y la ruptura de lazos con sus padres biológicos.
Aunque Carolina supo desde muy chica de su condición de hija adoptiva, por varios años creyó que sus progenitores habían muerto en un accidente, hasta que a los 12 años, en virtud de su propia curiosidad, Jorge y María -enterados a esas alturas de la verdadera historia- le revelaron que sus padres biológicos formaban parte de la larga lista de desaparecidos en Argentina. Y por siete años la adolescente cargó con esa cruz, la de saber que nada sabía sobre sus orígenes. Recién a los 19 años emprendió la búsqueda, se animó a hablar del tema y seguramente le ayudó la incipiente actividad periodística que desarrollaba en LT29. Sin embargo, no fueron sencillos esos primeros intentos, muchas puertas se cerraban, pero ya estaba en alerta permanente. “¿Quién me va a decir la verdad (…) Lo único que pido a la vida, al destino, a Dios, a lo que sea, es que afloje el corazón de las personas que conocen mi historia y se decidan a hablar", decía la joven al diario El Litoral, en junio del ’98.
Apenas dos meses después, ya con la fotografía de María Carolina circulando por los medios periodísticos, alguien descubrió una semejanza, un parecido, y esa sospecha se confirmó con el álbum de fotos de una señora de más de 80 años de edad, quien resultó ser la madre de Enrique Cortassa y la abuela de Carolina. El análisis de ADN, en noviembre, confirmó lo que todos presumían. Y desde el 13 de diciembre de ese 1998, el año de la recuperación de su identidad, comenzó a festejar su cumpleaños ese día, el verdadero, no aquel 4 de abril dibujado caprichosamente en un papel por el juez Candiotti.