Un dragón de papel, de cola celeste y colgado con tanzas desde el techo, custodiaba cada movimiento en La Redonda. De contraluz un enorme cuadro que mostraba la épica de ese lugar como bastión ferroviario. En el centro cultural y de eventos devenido hoy en vacunatorio anti Covid la gente llegaba, era recibida por un asistente, y tras la toma de temperatura y las preguntas de rigor, proseguía por un caminito bien demarcado, sin atajos ni desvíos.
Pero a diferencia de lo que pasó en la campaña de vacunación de primeras dosis (e incluso de segundas), en la cual se arrancó a inocular en "cascada" -personal esencial, gente de más 90 años hacia abajo en los rangos etarios, luego los chicos de 12 a 17 y los de 3 a 11-, ahora el vacunatorio recibía a personas muy mayores, a adultos jóvenes, a niños y preadolescentes con sus padres o madres.
Ese día se habían emitido 1.448 turnos. Con Sinopharm, primeras dosis para niños de 3 a 11; con Pfizer, primeras y segundas para preadolescentes de 12 a 17, además de los refuerzos; con Sputnik V, segundas para completar esquemas de vacunación. En la jornada anterior la pandemia había dado otro cachetazo: 10.604 nuevos infectados de coronavirus en toda la provincia.
Pero la vacuna, con el comienzo de la aplicación de las dosis de refuerzo, ahora igualaba a niños con jóvenes adultos y con ancianos. Una saludable nivelación de todo un abanico generacional. Y como en otras ocasiones también puso en un mismo nivel de atención sanitaria pública a gentes de condición humilde, a otras de clase media, a otras de clase alta. La vacuna, como el virus al que combate, no hace distinciones de ningún tipo.
"La enfermera le va a aplicar Pfizer, ¿sabe? Quédese tranquilo, es segura como las otras. Y recuerde que esto es un refuerzo… Con las dos dosis usted ya está inmunizado", dice detrás de su barbijo N95 un muchacho del área de admisión. Y recomienda un paracetamol en caso de levantar algo de fiebre, y un paño frío si hay dolor en la zona del brazo donde fuera puesta la inyección. Hay que esperar unos minutos hasta el llamado de otra asistente, que indicará el box: será el número 20.
Otra distinción: en la campaña de vacunación de primeras dosis, en los centros de inoculación (la Esquina Encendida, por caso), había pantallas mostrando videos con información del gobierno: las obras hechas, el trabajo de Salud, etcétera. Una persona poco perspicaz podría suponer que en ese entonces (junio de 2021, por ejemplo), ya había empezado la campaña preelectoral para las elecciones legislativas. Ahora en La Redonda había una sola pantalla, arrumbada a un costado, que pasaba un video cultural.
En el box Nº 20, la enfermera duda. "Yo tenía entendido que hoy solamente se inoculaba al personal esencial. ¿Usted es policía o docente? A ver disculpe, voy a consultar porque no quisiera equivocarme", dice, responsable y solícita. El turno era el correcto. Milagros se acerca, pide "no respire es un segundo aguante", y pincha.
Más allá, un niño recibe su primera dosis de Sinopharm. Pone cara de corajudo y queda así unos largos segundos tras recibir la inyección. Lleva una remera con la imagen de El Hombre Araña. Le da un beso a su papá y van juntos hasta otro sector, que es donde hay que esperar cinco minutos por si la vacuna produce alguna reacción. Hay un "gracias" respetuoso hacia la enfermera, diplomada en paciencia y empatía.
Todo el trámite para recibir cualquier dosis demanda apenas unos 15 minutos, 20 como máximo. Afuera espera un sol abrasador, implacable, y ese viento de fuego que quita el aliento. El dragón de papel seguirá adentro, impertérrito guardián de las buenas causas que, según la mitología china, es también dador de las lluvias que llegarían dos días después a la ciudad.