Danilo Chiapello
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Rubén Darío Ocanto (53) fue uno de los presos que hace 17 años protagonizó uno de los motines más cruentos y macabros de la historia carcelaria argentina.
Ocurrió el 30 de marzo de 1996 en el penal de Sierra Chica. Durante la revuelta, hubo muerte y canibalismo.
Hace 17 años, la banda liderada por Marcelo Brandán Juárez y Jorge Pedraza encabezó una rebelión de 1.500 presos. Recibieron el nombre de los “Doce Apóstoles” por llevar a cabo la revuelta durante Semana Santa.
Diecisiete rehenes, entre ellos una jueza y su ayudante, siete reclusos muertos, cuerpos descuartizados e incinerados, canibalismo y caos son la síntesis de un motín que mantuvo en vilo a las fuerzas penitenciarias y políticas y cuyos rastros aun persisten en la actualidad.
Acribillado a tiros
En sintonía con su historia, los días de Ocanto terminaron de manera violenta.
Ayer a la mañana, su cuerpo fue hallado sin vida tirado en calle Liberación y pasaje vecinal, en jurisdicción de Villa Oculta. Ocanto dejó el mundo de los mortales sintiendo el rigor de la ley de las armas. Su cadáver presentaba no menos de cinco impactos de bala, todos entre la zona del abdomen y espalda.
Ya herido de muerte, el infortunado cayó a metros de la entrada de una precaria finca. Estaba boca arriba y tenía puestos un pantalón corto y zapatillas.
Nada se sabe de él o los autores del crimen.
Preguntar por él es como hablar de un fantasma.
Ocanto era un hombre de mediana estatura, morocho, de ojos negros y acuosos y mirada cansina. Una cicatriz le atravesaba la mejilla izquierda desde la comisura de la boca hasta la oreja.
Si bien hace ya algún tiempo había “aterrizado” en Villa Oculta, de qué manera se ganaba el sustento diario es algo que muy pocos se atrevieron a averiguar.
Algunos dijeron que cierta vez lo vieron pasar a bordo de un carro tirado por un caballo.
Cargaba con varios nombres. Se hacía llamar Rubén Darío; Ramiro Daniel o Antonio Ocanto Ramírez. No obstante, todos lo recuerdan por su apodo: “Cicatriz”.
Hasta el momento nadie reclamó por el cuerpo.
Así y todo, una vez consumado el crimen, alguien se apiadó de él y cubrió el cadáver con una frazada, la que tenía estampada la cara de un tigre...
El “apóstol arrepentido”
El 15 de marzo de 2000, Ocanto confesó ante la Justicia detalles de aquella sangrienta revuelta. Si bien dio detalles, evitó complicar a los acusados.
Desde entonces se lo conoció como el “apóstol arrepentido”
Lo que sigue son extractos de una nota publicada en el diario La Nación, firmada por el periodista Ramiro Sagasti, sobre esa declaración.
En su relato, el interno aseguró que había sido obligado a participar de la revuelta. Si no lo hacía -dijo- lo mataban. ¿Quiénes lo iban a asesinar? Los líderes. Pero no nombró a ninguno de los procesados en esta causa.
Por aquel entonces. Ocanto tenía 40 años y una condena de 22, por homicidio en ocasión de robo, que vencía el 14 de febrero de 2010. Si era absuelto, podría salir con condicional el 4 de octubre de 2002.
Antes de declarar, Ocanto pidió garantías hasta el fin de su condena. Dijo que quiere que lo amparen de otros presos y del Servicio Penitenciario.
Participación o muerte
El sábado 30 de marzo de 1996, Ocanto estaba en el patio del penal de Sierra Chica cuando escuchó disparos.
Según su testimonio, corrió al pabellón 4, donde vivía, y rompió el candado de la puerta trasera, que daba al campo de deportes. Antes de entrar, fue interceptado por El Negro Teté, que le ordenó tomar un rehén, bajo amenazas de muerte.
“Grité: se pudrió todo, tomen rehenes. Y vi a dos oficiales. Agarré a uno de la muñeca y le dije que me acompañara. Era (Juan) Piorno. El otro me dijo que también venía. Le contesté que uno me alcanzaba para justificarme y para que no me pasara nada”, narró Ocanto.
Luego relató que a instancias de Jorge Pedraza, procesado en este juicio, llevó al rehén al hospital porque corría peligro. En Sanidad -aseguró Ocanto- estaba El Negro Teté, que le dijo: “Menos mal, te salvaste”.
“Yo le contesté que ya había cumplido y que me iba. Él me dijo: ‘Te quedás acá’, me amenazó e insultó a mi madre. Me quedé”, confesó.
Después admitió que se armó con una faca -cuchillo improvisado- y custodió a rehenes que eran usados como escudos.
No habló de muertes, ni de descuartizamientos, ni de antropofagia. Pero el motín quedó grabado en su memoria como una fotografía definitiva: intentó quitarse la vida tres veces.
Por qué apóstoles
Recibieron el nombre de los “Doce Apóstoles” por llevar a cabo la revuelta durante Semana Santa. Diecisiete rehenes, entre ellos una jueza y su ayudante, siete reclusos muertos, cuerpos descuartizados e incinerados, canibalismo y caos son la síntesis de un motín que mantuvo en vilo a las fuerzas penitenciarias y políticas y cuyos rastros se sienten aún en el penal.
La cárcel
Sierra Chica está ubicada a 12 kilómetros de Olavarría y a 350 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires. Tiene una población estimada de 5.000 habitantes y 3.000 presos distribuidos en tres Unidades: Nº 2, Nº 38 (régimen semiabierto) y Nº 27 (régimen semiabierto y abierto). El penal 2, de máxima seguridad, fue construido en 1882 en forma de panóptico compuesto por 12 pabellones, con capacidad para 140 presos cada uno, y otros cuatro de hasta 60 internos.