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Durante la tarde de este lunes declararon en el juicio cinco gendarmes que participaron del operativo que terminó con tres miembros de esa fuerza federal heridos.
Todos los testimonios coincidieron en la mayoría de los puntos necesarios para reconstruir la secuencia.
Según pudo establecerse, efectivos de distintas áreas de Gendarmería Nacional se reunieron ese día, en horas de la madrugada, sobre la autopista que une a Rosario con Córdoba, cerca de la gran ciudad del sur provincial.
Desde allí se movilizaron en caravana para allanar una serie de construcciones ubicadas en un punto de la ruta provincial 6, entre Gessler y San Carlos Sud.
Por una desinteligencia, el procedimiento se hizo en el lugar incorrecto. El punto de referencia era una “palmera” ubicada a la vera del asfalto, pero las tropas giraron por un camino rural hacia el oeste en lugar de hacerlo en sentido contrario. “Casualmente, había un grupo de casas similares hacia ambos lados”, reconocieron los testigos.
Por este motivo, los allanamientos fueron “negativos”. Fue minutos más tarde que se escuchó a Valdéz por la radio avisando de que había “gente” en el campo de soja cercano. Casi inmediatamente sonó un disparo.
Varios móviles de gendarmería se apresuraron para llegar adonde se había escuchado la detonación y encontraron a Valdez herido, quien fue trasladado a un centro de salud cercano.
Para ese momento, los prófugos habían escapado a bordo de la Renault Berlingo que le acababan de robar a Valdez y Encina.
A partir de allí, la situación se tornó caótica: las comunicaciones fallaban, la señal de telefonía era casi nula, el polvo que levantaban los vehículos corriendo a gran velocidad y los altos cultivos de maíz hacían casi nula la visibilidad.
En ese marco, los evadidos abandonaron el utilitario y siguieron la huida en una VW Amarok blanca de un ingeniero agrónomo, al que se llevaron secuestrado.
Fue la gota que provocó una situación que quedó al filo de la tragedia. Es que en una esquina de caminos rurales se toparon dos de los móviles no identificados (sin balizas ni insignias) de Gendarmería Nacional y los efectivos “se desconocieron”.
El cabo primero Walter Aguirre manejaba una Berlingo Blanca. Llevaba con sigo a tres compañeros, todos de “Inteligencia” y vestidos de civil. Tenían el dato de que los prófugos escapaban en una 4x4 blanca. Por eso “clavó” los frenos cuando vio, a través de pastizales, la S-10 que hizo lo mismo, a una distancia de menos de cien metros. En esa camioneta estaba Ariel Cueto, quien comandaba el equipo táctico del Grupo Alacrán (fuerzas especiales), con tres de sus subordinados.
Se generó entonces el tiroteo que terminó con la camioneta Berlingo acribillada y dos gendarmes heridos, entre ellos Aguirre, que fue alcanzado por un proyectil en la pelvis.
Resta determinar quién comenzó a disparar, teniendo en cuenta que había una orden expresa de capturar a los evadidos con vida. Cueto dijo en la audiencia que él no abrió fuego, pero uno de sus hombres sí lo hizo, sólo para inutilizar el motor del vehículo. En ese sentido, el testigo señaló que también había junto a ellos personal de la policía provincial.
Por su parte, Aguirre aseguró que él tampoco accionó su arma reglamentaria. “Frené y nos bajamos. Gritamos ‘Gendarmería’ y en ese momentos nos empezaron a tirar. Como pude me eché dentro de una zanja y mis compañeros hicieron lo mismo. Desde ahí sentí como seguían impactando las balas en el rodado”, recordó el cabo primero, que terminó en el Hospital Cullen.
En ese sentido, el abogado defensor hizo hincapié en que la Berlingo tenía 31 impactos de arma de fuego (una decena en el parabrisas) y la S-10 ninguno. Este punto parece darle la razón a los prófugos, que aseguran que actuaban de manera extrema porque en realidad sus perseguidores no querían atraparlos sino ejecutarlos.