"Horas y horas diarias entre el celular, la compu y la play, y fines de semana destinados a anclar en los jueguitos del shopping alejan al niño cada vez más de la vida familiar. La habitualidad al consumo de lo moderno está haciendo mella en el desarrollo de nuestros hijos que, a simple vista, son catalogados como increíblemente maduros, autónomos e independientes.
Dejar a un niño solo ante pantallas, pasearlo frente a vidrieras hasta comprarle 'alguna cosita' o depositarlo en espacios reducidos con aparatos mecánicos o estructuras inflables para que trepen, griten, se cuelguen y salten mientras los padres se aíslan frente a sus propios celulares, con suerte conversan y/o toman algo, si no se combina con otro tipo de actividades, no hace a una formación ni educación que signifiquen un desarrollo saludable. Pero, lamentablemente, 'viene bien'…"
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La vida actual implica para los adultos un cúmulo de ocupaciones que los conduce a tener en cuenta y priorizar las responsabilidades que les representan sus trabajos por sobre las que hacen a los hijos. Entonces, el tiempo y el compromiso que se destinan a ser empleado, comerciante o profesional acaban ubicándose en sitios de preferencia a los de ser padres… y termina siendo más importante cumplir con un trabajo que dedicar tiempo y atención al hijo. Tan es así, que cada vez hay menos comunicación entre unos y otros, porque los adultos se conectan con sus ocupaciones laborales en tanto los niños lo hacen con los dispositivos tecnológicos o a través de ellos. Según parece, hemos cambiado comunicación por conexión y, entonces, nos conectamos y desconectamos, enchufamos y desenchufamos, en contraposición al ida y vuelta nutricio que significa comunicarnos.
Sentar libremente un hijo a un aparato es una forma de 'sacarlo de encima' para poder hacer cosas, por propia comodidad, sin que moleste, y la justificación que el sentimiento de culpa genera lleva a ver cuán maduros, autónomos e independientes son como para manejarse perfectamente solos a la hora de encenderlo y apagarlo, servirse la leche, disponer qué, cómo, cuándo y dónde harán o dejarán de hacer algo, obviamente, si de tecnología y "cosas de grandes" se trata. Tal es la comodidad en que se instala el adulto, que no es capaz de ver más allá de lo que a él hace falta como para poder darse cuenta de que esa madurez, autonomía e independencia acaban siendo ficticias, porque se instalan en contraposición a una inmadurez y dependencia (generalmente en cuestiones físicas, que son las que generan más placer y suplen las carencias) en los aspectos en que deberían lograrse y que son los que hacen a hábitos. El decidir cómo usar el celular y cuándo encender y apagar la compu, pero llamar a alguno de los padres para que lo higienice después de ir al baño o para que le corte la comida o lo vista son incongruencias serias… si de pretender equilibrio y salud se trata.
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Durante el proceso de crecimiento, los vaivenes comportamentales que va teniendo el niño son esperables y lógicos porque forman parte de la evolución natural de las conductas hasta la instalación definitiva de la autonomía y la independencia. Pero el adulto-padre debe estar presente como puntal y guía que favorezca esto y no perturbándolo por pensar en sí mismo y sus propias necesidades, "dejando hacer al hijo" a fin de que no lo moleste, dando un paso al costado.
Traer un hijo al mundo encierra una responsabilidad y compromiso únicos, que van mucho más allá de los que implica cualquier trabajo porque, así como el niño no se hace solo, tampoco de ese modo puede educarse ni crecer. Sentarse a conversar con él, enseñarle, jugar juntos, leerle cuentos, contarle anécdotas, relatarle historias o compartir actividades al aire libre significan intercambios que hacen a la educación y formación que todo padre debería cumplir, independientemente de cualquier otra cosa que tenga que hacer, pensando en que 'venga bien'… al hijo.
(*) Psicopedagoga. M.P. N° 279.L.I.F.8
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