El 13 de julio de 1996, en Córdoba, Unión vivía una de sus horas más gloriosas. Con un equipo de pibes surgidos del club, lograba el ascenso a la máxima categoría en cancha de Instituto. Carlos Trullet, el hacedor de todo aquéllo, lo definió como una “revolución social”.
Alejandro Villar El equipo de los pibes que hizo historia con el ascenso en 1996.
“Borom bom bom, borom bom bom, es el equipo, del Cabezón”, rugía en ese 15 de Abril lleno siempre. Carlos Trullet había encontrado la frase justa para definirlo: “Es una revolución social”. Por los pibes que formaban parte del equipo, porque eran todos chicos de Unión, porque él era de Unión, porque la gente se identificó a pleno, porque el club estaba muy mal y había que ponerle el pecho, porque no había jugadores, ni luz ni agua, porque Colón había ascendido y Unión se había quedado en la B, porque llegaron jugadores de nombre que hicieron poco y nada, entre ellos Marchi y Amodeo. Porque la gente entendió que debía ser protagonista de una hora clave e histórica y produjo hechos realmente increíbles, sorpresivos y hasta inentendibles, como el de llenar la cancha un sábado a la tardecita, en un partido televisado (si la memoria no falla, contra los tucumanos de Atlético), cuando el equipo estaba bien de mitad de tabla para abajo, colmar el cielo de fuegos artificiales y una euforia descontrolada y fuera de contexto para lo que en ese momento se estaba viviendo a nivel deportivo, todavía lejos hasta de la zona de clasificación para el octogonal final.
El principio y el final de aquella gran historia, fueron de película. Recuerdo una entrevista con quienes en ese momento comandaban el fútbol amateur de Unión (el “Negro” Vergara, Oscar Frutos y Miguel D’Allarmi, entre otros), antes del comienzo del campeonato, hecha a oscuras porque en el club no había luz porque la habían cortado. Tampoco había comisión directiva, porque al frente había quedado el síndico (Ricardo Tenerello), que gobernaba con coraje y con la tenacidad de varios dirigentes (Ángel Malvicino, Juan Leonardo Vega, Marcelo Martín y “Chiche” Flamini, entre otros) que apoyaban desde afuera y que luego formaron parte de la estructura principal de la nueva comisión directiva. Y así se formó un grupo entusiasta que comenzó a solucionar los problemas que acuciaban a la institución desde todos los aspectos. Y fue de película el final, con el apoteótico e inolvidable regreso desde Córdoba, al día siguiente (el 14 de julio), en un viaje que duró más de 8 horas porque resultaba intransitable la ruta y ni qué hablar del acceso a la ciudad y la llegada a un 15 de Abril con 25.000 almas colmándolo de punta a punta, sólo para ver a los jugadores dando una improvisada vuelta olímpica.
Alejandro Villar Carlos Trullet, el gestor de esa gran campaña, llevado en andas por los hinchas.
Carlos Trullet, el gestor de esa gran campaña, llevado en andas por los hinchas.Foto: Alejandro Villar
La idea, en el principio, era apostar a un trabajo a mediano o largo plazo, con un técnico de la casa y con muy poco dinero para refuerzos (la mayoría de ellos fracasaron: Marchi, Amodeo, D’Ascanio). Trullet apenas pidió que se quedara el uruguayo Noé (jugó poco en ese torneo) y algunos que venían del proceso anterior, como Juan Carlos Maciel. Derrota en el primer partido con los salteños, derrota por goleada como local en el segundo ante Talleres y derrota en el tercero ante Central Córdoba de Rosario. Esa tarde, en Rosario, una multitud acompañó a Unión y despidió al equipo con pañuelos blancos al aire y quedándose un largo rato gritando en la tribuna. ¡Increíble! Y creo que algo de aquella mística se empezó a gestar ahí mismo, en el Gabino Sosa.
De a poco, Trullet empezó a encontrar mágicamente el equipo. Empezaron a aparecer algunos pibes (su hijo Lautaro, el Bicho Mendoza, Zavagno, Clotet, Perezlindo, el Negrito Pereyra, Patita Mazzoni y Cachito Vera, entre otros), Cabrol se cargó la responsabilidad de ser el estratega adentro de la cancha, Bezombe le dio una gran dinámica al equipo y “Pochola” Sánchez agregaba también su calidad. A mitad de torneo, en el receso, llegaron los dos refuerzos que necesitaba para encontrar definitivamente el equipo: Alejandro Castro y un intratable José Luis Marzo que se cansó de gritar goles y cosechar elogios e idolatría.
Llegó la tarde en Mendoza, la última fecha de la fase regular ante Godoy Cruz. Había que ganar sí o sí para clasificar. Terminaba el partido y se esfumaban las chances. Córner para Unión, conecta Clotet y la pelota entra pidiendo permiso. Victoria y clasificación al octogonal, donde lo esperaban grandes equipos y siempre jugando en inferioridad por la posición y definiendo de visitante.
A Unión lo aguardaba nuevamente Godoy Cruz, en cuartos. Un brillante 3-0 en Santa Fe (dos de Marzo y uno de Cabrol) y otro no menos brillante 3-1 en Mendoza (Marzo, Cabrol y Garate). Llegó Talleres de Córdoba para la semifinal. Fue 3 a 1 en el 15 de Abril (Lautaro Trullet y dos de Cabrol) y otro 3 a 1 en Córdoba (Clotet, Cabrol y un golazo de Bezombe). El equipo arrasaba y faltaba la final ante Instituto. El 6 de julio de 1996, ante una multitud, fue victoria por 3 a 1 con dos goles de Marzo y el restando de “Patita” Mazzoni, el “relojito” que tenía aquel equipo en la mitad de la cancha. Pero el “Payaso” Bonfigli le daba, con su gol, un 1-3 que le brindaba chances a Instituto para el encuentro de vuelta. Pero ese 13 de julio (hace 25 años), en un estadio de Alta Córdoba también colmado y con 7.000 enfervorizados simpatizantes tatengues, descargó la alegría que no tuvo fin. Klimowicz marcó el tanto de los cordobeses y apareció la enorme figura de la “Araña” Maciel, para atajarse todo en un partido dramático, porque un gol más le daba el ascenso a los cordobeses.
La noche del festejo, en Carlos Paz, fue inolvidable. El “Laucha” Garate cantando “La última curda”, don Angel Malvicino emocionado y llorando, jugadores e hinchas caracterizados hermanados en un festejo íntimo y la espera para partir al día siguiente, bien temprano, de vuelta a Santa Fe. Los últimos 80 kilómetros se hicieron prácticamente a paso de hombre. La gente se arrodillaba en la ruta, rosario en mano, agradeciendo a Dios y a esos jugadores por la alegría que estaban recibiendo. El cruce de la 19 con la autopista fue sensacional y sirvió de presagio para lo que fue la entrada a la ciudad y el espectacular recibimiento en el estadio.
Son imágenes que jamás se borrarán. Las de un equipo de pibes, muy de la casa, identificados al máximo con Unión, con un técnico muy capaz y que supo convertir aquella malaria en un recuerdo inolvidable. Pasó un cuarto de siglo, pero nadie podrá borrar de su mente y de su corazón, aquella epopeya del equipo del “Cabezón”.
La cábala del plantel: el "Laucha" Garate cantando "La última curda"