Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a Buenos Aires)
Unión ganó 4 a 3 en un partidazo. La “presencia” de Diego Barisone se hizo sentir en un equipo que encontró, en el dolor por la muerte del amigo, la mejor razón para ejecutar la hazaña.
Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a Buenos Aires)
“Santi” Zurbriggen hizo las inferiores con él, era un amigo de la vida, y lloraba. Emanuel Brítez creció cuando él ya estaba un poquito más grandecito y “ducho”, y lloraba. Nereo Fernández le llevaba diez años pero había sido un guía, un referente, una persona a la que él escuchaba, y lloraba. Aquéllos que no lo conocían desde tanto tiempo atrás pero que habían compartido el plantel con él, como Gamba o Malcorra, lloraban. El técnico pensaba a cada momento en Gerardo, su papá, y lloraba. Desde su puesto hoy de técnico de Talleres, Darío Kudelka escribía contando de aquella vez que se había perdido en un campamento de La Salle, y lloraba. Los dirigentes, que lo habían visto crecer y asistían a todo ese increíble, indescriptible e inolvidable espectáculo del fútbol y de la vida en la Bombonera, lloraban. Los hinchas de Unión y lo que no son de Unión también, lloraban. Esa bandera posada en el mítico césped de la bandera con la leyenda “Bari, nunca te olvidaremos”, era la bandera que desde arriba miraba Diego, antes del partido, para darle fuerzas a ese grupo de muchachones vestidos de jugadores que salieron a la cancha a jugar con el corazón en la mano ante 50.000 personas por el amigo, por el compañero, por el “hermano” que se fue al cielo y desde ese lugar los ayudó a generar lo que generaron.
La vida en estado puro y el fútbol asociado a esa cadena de sentimientos que penetraron hasta lo más hondo y se hicieron sentir desde el dolor y la alegría más profunda. Era llanto de tristeza, emoción y alegría a la vez. Era el dolor y la algarabía mezclada, imposible de poder razonar sin entender que se trata de sentimiento puro. Ganar y llorar, sufrir y llorar, alegrarse y llorar. Razones hay de sobra, como en la vida. Pero no se puede explicarlas, hay que sentirlas y entenderlas como una reacción a algo muy fuerte y muy querido.
Unión metió cuatro goles en la Bombonera, ganó un partidazo, enmudeció a 50.000 hinchas rugientes, Brítez y Martínez (amigos de Barisone) metieron su primer gol en Primera y el equipo se sobrepuso a un comienzo totalmente adverso, donde parecía que estaba para el cachetazo. Fue inolvidable desde todo punto de vista. Y emotivo. Porque además de la Bombonera llena, enfrente estaba el puntero del torneo con uno de los jugadores más queridos del pueblo argentino con todo lo que eso significa. Y porque Unión llegaba con el corazón en la mano, maltrecho y habiendo llorado a ese pibe que se fue una madrugada sin avisar, dejando lágrimas y un dolor profundo del que no se podía ni se podrá salir rápidamente.
Pocas veces el significado de una victoria es tan grande que puede exceder lo meramente deportivo. ¿Importa que Unión llegó a 30 puntos en 19 partidos, generando una cantidad de puntos nunca alcanzada en la cantidad de partidos de los viejos torneos cortos?, claro que importa. ¿Importa que le metió cuatro goles a Boca en la Bombonera por segunda vez en la historia?, por supuesto que importa. ¿Importa que se metió entre los diez primeros del torneo?, está claro que sí. ¿Importa que el equipo dio otra muestra de coraje y valor, como la que tuvo en ese segundo tiempo ante River en el Monumental para emparejar un partido que perdía y que parecía conducirse inexorablemente a una derrota y hasta holgada en las cifras?, naturalmente que sí. Pero a todo eso hay que agregarle el valor espiritual, el hecho de haber ganado por él, de hacerlo partícipe al amigo fallecido de la hazaña, de admitir que jugaron con “12”, que el pibe está vivo en el sentimiento y en el corazón de cada uno de esos chicos que corretearon con “Bari”, alguna vez, por las canchitas de La Tatenguita, por la cancha auxiliar o disfrutaron de alguna ronda de mates en la concentración o de una de sus bromas (dicen que “Bari” era o se hacía el sonámbulo y andaba por los pasillos “asustando” gente en las concentraciones).
El pibe estuvo ahí. Seguro que estuvo ahí. Este chico no murió para este plantel.
Barisone no se mató en la autopista chocando contra un camión. Para ellos está ahí, más vivo que nunca. Y seguirá estando metido en cada uno de sus corazones, para darle fuerzas a sus piernas y garra y temple a sus espíritus.
PULGAR ARRIBA
* La actitud y la capacidad para llegar al gol a partir de la media hora del partido.
* El técnico, con los cambios y a pesar de tener un jugador más en la cancha, jamás resignó la chance de atacar y buscar la victoria.
PULGAR ABAJO
* La falta de marca y los problemas defensivos en la primera media hora, hasta el penal de Orión.