En un solo partido, le hicieron tantos goles como le habían convertido en los otros 11. Un 5 a 1 sorprendente y sólo explicable desde el desorden y la ausencia de fútbol, amor propio y rebeldía que tuvo el equipo. La imagen desdibujada y desconocida de Unión fue la causa de una verdadera debacle.
A Unión le habían convertido cinco goles en 11 partidos hasta que fue a jugar este partido con Tigre en Victoria. Y en uno solo, el peor equipo del año (así lo marcaba el último puesto en la general que ostentaba) le marcó la misma cantidad. Unión hizo todo mal. La defensa tuvo una endeblez inusitada y sorprendente, el mediocampo no existió ni en la marca ni en el juego y arriba, apenas el gol de Orsini. Pero no sólo fue eso, sino la falta de rebeldía y la ausencia total de amor propio. Fue extremadamente extraña la actuación de Unión, por lejos la peor de este torneo y posiblemente del año. Un equipo desvanecido, desconocido, inexistente en la cancha durante los 90 minutos.
Como si fuera ya una costumbre, a Unión le costó mucho el comienzo del partido. A la pelota la manejaba Maroni en el medio y no la encontraba Rivero. Pero además, las imprecisiones impedían que Unión pudiera encontrar espacios para el ataque rápido o juntar pases para manejar la pelota. Tigre era más y no perdonó. Ya había complicado con un par de pases filtrados entre los centrales de Unión, hasta que Ortega llegó por derecha hasta el fondo, metió el centro bajo y Monzón –que ya había tenido una chance previa- anticipó y envió la pelota al fondo del arco.
Era manifiesta la incomodidad de Unión para hacer pie, para lograr que su fútbol prevalezca y también para frenar a un rival notoriamente superior tanto desde lo técnico como de lo táctico y lo físico. Los volantes de Tigre (sobre todo Maroni y Galván) ganaron permanentemente las espaldas de los mediocampistas rivales. Y Unión sufrió mucho.
A diferencia de lo que pasó en otros partidos de comienzos complicados, a Unión le costó muchísimo salir de ese encierro futbolístico colmado de impotencia, que lo condujo a esa derrota parcial que generaba mucha preocupación. No había confianza para el manejo de la pelota, costaba darle fluidez al traslado y no se fabricaban espacios. Tapados los dos laterales, Unión debía centralizar el juego y sufría por esa persistente movilidad de los volantes de Tigre, más rápidos y precisos que los de Unión.
Kily González no encontró respuestas en el planteo del partido. Crédito: Matías Nápoli
Fue, el primer tiempo, lo peor que se le vio a Unión en este torneo. Así como no logró establecer diferencias por los costados, sufrió en esos sectores, sobre todo por el costado de Bruno Pittón con las subidas constantes de un Ortega que se desdoblaba muy bien entre la función principal de tapar la trepada de Bruno y complicarlo con llegadas constantes para colocar centros, como pasó en la jugada del gol que le dio un triunfo justo a Tigre en ese primer tiempo en “modo pesadilla” para un Unión desconocido y sin reacción.
La obra de Tigre se completó con el gol de cabeza de Monzón, que capitalizó un córner desde la derecha para marcar el 2 a 0 que no sólo fue un premio para el que mejor hizo las cosas, sino un gran castigo para este Unión impotente, endeble, perdido en la cancha, sin sorpresa ni frescura. Desconocido en todos los aspectos del juego.
Tocó el equipo el Kily para intentar cambiar esa imagen sin rebeldía que tuvo el equipo. Entraron Tanda y Del Blanco por dos jugadores de bajísimo primer tiempo como fueron Mosqueira y Bruno Pittón. Unión no sólo había desperdiciado un tiempo, sino que además tenía que salir a buscar un cambio rotundo de imagen para aspirar a que su suerte se modifique.
Pero una corrida de Tomás Galván por izquierda, ganando en el espacio que había entre Vargas y Paz, terminó con un pase adentro que capitalizó Armoa para empujar la pelota al fondo del arco. Y enseguida, Maroni metió el cuarto con un remate sin obstáculos a la vista que dejó sin chances a Cardozo. En tres minutos del segundo tiempo, el partido estaba 4 a 0. Inexplicable. Mucho más cuando enseguida llegó el gol de Orsini después de un remate de Del Blanco, que dejó abierta una mínima hendija para ir por la hazaña, algo para lo que, futbolísticamente, Unión no generaba ninguna chance ni ilusión.
Iba un cuarto de hora cuando el Kily dejó la línea de cinco, sacó a Vargas y metió a Morales para sumar más gente en ataque. Primero fue Bruno Pittón y luego Vargas los que dejaron la cancha, signo elocuente de que los dos no tuvieron un buen partido, siendo ambos importantes para generar sorpresa en el ataque. Esto, más allá de que Vargas participó en la jugada del gol de Orsini con un pelotazo cruzado para Del Blanco que terminó con el centro que capitalizó el autor del gol.
Era mucho pedir que tan poco Unión –casi nada- pudiera revertir ese compendio de errores, desaciertos y ausencias que tuvo durante 50 minutos del partido (el lapso en el que Tigre convirtió cuatro goles). Tigre decidió retroceder 20 metros en la cancha para achicar espacios y fabricarlos en el campo rival para el contragolpe, pero a sabiendas de que se había conseguido una diferencia decisiva. Máxime cuando Benítez aprovechó otro error defensivo para convertir el quinto.
Las entradas de Roldán y Gamba por Corvalán y Balboa fue más para aprovechar la ventana reglamentaria que para buscar algún efecto futbolístico. El partido estaba totalmente definido. Y este Tigre de penurias, que sólo había ganado un partido de local en este torneo y sufría ocupando el último puesto de la tabla general, conseguía una victoria sorprendente y muy difícil de digerir.