Viajeras y siempre libres, las golondrinas llenaron de belleza los cielos de Santa Fe
Se pueden ver con sus febriles aleteos en el Ex Predio Ferial, las plazas Constituyentes, España y el Puerto. Llegaron buscando el calor. Contemplarlas da goce.
Un aluvión de golondrinas. Ya están anidando sus pichones juveniles. Crédito: Fernando Nicola
Hay varios elementos que vuelven fascinantes a las golondrinas. El primero, que nadie las puede agarrar o tomar; por tanto, son soberanamente libres. Segundo, como orgullosas dueñas de sus destinos, inician una migración de más de 8 mil kilómetros desde el norte continental, en febril aleteo, hasta estas tierras calurosas.
Porque eso sí: necesitan del verano para alimentarse de insectos, para procrear y cuidar a sus pichones, ya que el frío las mata. Son heraldas de la estación ardiente. Es el único límite natural que tienen. Por eso, antes de que empiece el otoño en la ciudad de Santa Fe, inicia viaje hasta la nueva “tierra prometida”, otros miles de kilómetros, hasta el sur de los Estados Unidos.
Poema en vuelo
A todo esto lo entendió a la perfección el gran poeta -acaso no valorado lo suficiente-, Alfredo Le Pera, en 1934, si Internet y sin celular, cuando escribió “Golondrinas”, la letra de la canción que fuera inmortalizada luego por Don Carlos Gardel, el “Zorzal Criollo”.
¿Dibujo artístico? No: es la foto de un reportero gráfico de El Litoral. Crédito: Manuel Fabatía
“Golondrinas de un solo verano, con ansias constantes de cielos lejanos. Alma criolla, errante y viajera, querer detenerla es una quimera (N. del R.: un imposible). Golondrinas con fiebre en las alas, peregrinas borrachas de emoción, siempre sueña con otros caminos, la brújula loca de tu corazón”. No hay una descripción poética mejor de esa cuestión fascinante de estas aves.
Dónde están
Anidan en lugares difíciles de encontrar, para que nadie las moleste ni las ataque. En los recovecos oscuros de los muros, en los hoyos de los árboles. Y se muestran durante el día con sus espasmódicos aleteos, siempre en comunidad, sobre todo durante las tardecitas. Las bandadas pueden verse en el El Predio Ferial, Plazas Constituyentes y España, en el Puerto de la ciudad.
A la ciudad y a la provincia llegan durante cada año un total de 11 especies de golondrinas: dos en invierno (ya se fueron a regiones más frías) y las otras nueve llegaron ahora, buscando temperaturas más elevadas. Las más comunes de ver en esta capital son la doméstica, la parda y la negra. Vinieron a nidificar, es decir, a instalarse para tener sus pichones.
El alimento
Una vez que nidificaron, se reproducen los pichones; éstos ahora son juveniles, y se pueden ver en las plazas y grandes arbolados. Con el fin del verano y la llegada del otoño en la Argentina, para ellas ha llegado la hora de emigrar hacia el norte continental. Pero, ¿por qué las golondrinas llegan siempre de una forma tan masiva a la ciudad capital?
Un ejemplar de golondrina en el Puerto de Palos. Crédito: Mauricio Garín
“Vienen aquí porque hay un aumento del alimento de ellas, además del calor. Es que se alimentan de insectos voladores chiquitos: mosquitos, moscas, abejas, algunos escarabajitos que vuelan, pero sobre todo mosquitos. Y claro, en la ciudad hay muchos...”, le había explicado a El Litoral en una nota el experto en aves, guía e interprete de la naturaleza, Pablo Capovilla.
Existen factores climáticos y geográficos que llevan a inferir que en Santa Fe ciudad las golondrinas encuentran un lugar muy confortable: el calor, la humedad, la cercanía de los ríos y del sistema lagunar, el abundante festín de insectos, las frondas tan generosas de los árboles, entre otros.
“Creo que es fundamental conocerlas y saber que están. Darnos ese ratito para tomar conciencia, con la compañía de un mate, de que estas aves que están ahora aquí, no todo el año. Ellas generan un equilibrio biológico (con los insectos, su fuente de alimento); entonces, molestarlas o tapar los huecos de nidificación no es pertinente”, había explicado el experto.
Quedándote o yéndote: la emigración
Ya se dijo que con el inicio del otoño, las especies de golondrinas que habitualmente llegan a esta capital darán vuelo hacia Centroamérica y el sur de los Estados Unidos: entre 7 mil y 8 mil kilómetros, surcando los cielos de la América profunda. Son unas 22 horas en avión. Miles morirán en el sacrificado intento de llegar al calor tropical.
La golondrina parda (Progne Tapera) es una de las que llegan a la ciudad. Crédito: Gent. Pablo Capovilla
Así, las viajeras incansables llevarán en sus alas la certeza de que siempre habrá un verano al que regresar. Y cuando el sol abrasador vuelva a imponerse en los cielos santafesinos, ellas regresarán, siempre libres, para dibujar en el aire sus aleteos que se parecen a curiosos arabescos. Al volver, vale decir, reafirmarán la plenitud de la vida y la vigencia de un ciclo milenario.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.