La Plaza Colón y su doble vida: de un Palomar mágico a los robos nocturnos y oferta sexual
Es uno de los espacios más emblemáticos, con conexión al centro y al Puerto. Los fines de semana, se llena de familias sacando fotos a sus niños con las palomas. Pero por las noches hay arrebatos y prostitución. Falta iluminación y mantenimiento.
Libres. Aleteando y volando hacia aquí y hacia allá, las palomas son el gran atractivo de un lugar neurálgico en la historia de la ciudad. Crédito: Mauricio Garín
Y ahí, rodeada por la alienación urbana, con los autos que pasan si cesar, con los colectivos de donde bajan y suben gentes, con el Puerto y el Shopping a pocos metros, con un hipermercado, con las avenidas principales que marcan el ritmo de la ciudad, con los limpiavidrios en la esquina de San Luis y Av. Alem, está la Plaza Colón. Acaso hoy también tiene otro "torniquete" a su alrededor, que es el ruido visual de los cartelones de campaña electora, donde se venden nombres y rostros retocados por Photoshop.
La Plaza Colón tiene una mitología fundacional que se remonta a la década del '40, que es cuando se construyó El Palomar, el hogar de las palomas de la ciudad. Allí se ve la cúpula de tejas anaranjadas, el enrejado y claro: bandadas y bandadas de estas aves. Los fines de semana y los feriados, el lugar se llena: van las familias con sus sillones a pasar la tarde, y la familias jóvenes con los chicos, que disfrutan tanto, tanto de darles y comer y verlas acercárseles, que esa inocencia pura de la niñez queda luminosamente al descubierto. El ritual de la foto en El Palomar sigue intacto.
El tejido del portón de entrada, roto. Crédito: Manuel Fabatía
Pero tenía que llegar la conjunción adversativa. El "pero" es el "Lado B" de ese espacio público tan emblemático para la capital provincial, lugar como se dijo enquistado en el medio de la locura de cemento, pero que a su vez se invita a sí mismo como una pausa, un paréntesis, para una charla mate de por medio. Lamentablemente, no todo es así como se cuenta
Según un relevamiento de El Litoral, tanto a la Plaza Colón como al Palomar les falta mantenimiento y algunos arreglos. Hay tres luminarias altas, centrales, con luces led, que dan luz al palomar. Y otras dos más bajas cerca del sector de juegos, en buen estado, huelga decir. (El pasto está cortado y no se ve basura; la fuente principal está funcionando.) Pero casi todas las farolas de las columnas antiguas están fuera de servicio, rotas o descalzadas de su lugar, incluso retiradas. Las instalaciones eléctricas (sobre la base baja de las columnas) se encuentran abiertas o rotas. Apenas unos cables quedaron a la vista.
El monumento de Cristóbal Colón, realizado por el maestro José Sedlacek, si bien se encuentra en un buen estado general, tiene al menos tres rajaduras sobre su base, que se ven al subir las escalinatas. Y en el extremo de la plaza, mirando a la esquina que da Tucumán y Av. Rivadavia, la imponente estatua del Dr. Rodolfo Freyre, se quedó (casi) sin luz.
Uno de los reflectores que iluminaba la estatua del Dr. Rodolfo Freyre -político, abogado y periodista, gobernador de Santa Fe entre 1902 y 1906- ya no está. Crédito: Luis Cetraro
Ocurre que se le habían instalado dos reflectores de importante tamaño para que alumbren a dicho prohombre de esta ciudad, que fue abogado, periodista, político y gobernador provincial a principios del siglo XIX. Cada uno de los reflectores estaban adentro de una estructura de material, y protegidos con cerramientos hechos con mallas de hierro.
En una de estas protecciones de metal está descalzada y abierta, como si la hubiesen "barreteado", y el reflector de adentro (puede usted intentar adivinar…) ya no está. No se sabe si lo retiraron por un desperfecto y será reemplazado, o bien si los amigos de lo ajeno hicieron de las suyas. El otro reflector, sí se encuentra todavía.
Vida nocturna
Tamara trabaja en el puesto donde desde hace un año vende agua caliente, café al paso, pochoclos y todo tipo de juguetes infantiles. "Los primeros 15 días de cada mes se vende bien. Y luego poco, esa es la verdad -lamenta-, aunque repunta los fines de semana largo, donde el Palomar se llena. La vamos tironeando", narra. Está allí de 10 a 11 horas por día, y cuenta a El Litoral lo que ve.
"De día este lugar es hermoso. Los chicos se vuelven locos con las palomas, sus papás les sacan fotos. Pero de noche, esto es tierra de nadie. Tenemos las luminarias nuevas de arriba que funcionan, una lucecita por acá y la luces de la avenida Rivadavia, nada más. Las farolas viejas ya no funcionan", relata.
Hay algunas tejas anaranjadas descalzadas de la cúpula del Palomar. Crédito: Manuel Fabatía
¿Robos y arrebatos? "Tremendo. Si estoy trabajado sola, no puedo ir al baño porque al volver me robaron seguro dos o tres cosas, a cualquier hora del día. Además, hay mucha prostitución; se ve todos las noches", sentencia la joven.
Oscar es otro puestero que está ahí, a la pesca de poder vender algún artículo de otoño (ofrece gorritos, bufandas, guantes y medias). Está todos los días en el Palomar, en el Palomar. Dice que "con suerte" puede vender algo los fines de semanas o algún feriado. "La gente no tiene un mango", observa el hombre, desde el sentido común.
Las instalaciones eléctricas de las columnas de luz antiguas, desarmadas. Crédito: Luis Cetraro
"Por las noches este lugar se pone áspero, sobre todo por los robos -agrega Oscar-. Te digo más: después de las seis de la tarde, circular por acá ya es un peligro. A los estudiantes les manotean el celular, o lo que lleven encima que tenga valor. Quizás falte más luz y alguien que se encargue de la seguridad...", dio su opinión a El Litoral.
Palomar adentro
La estructura del palomar presenta algunas falencias. La cúpula está bien, si se considera su antigüedad. No obstante, algunas de las tejas anaranjadas del techo están descalzadas. Lo más llamativo es que el portón de entrada al palomar está roto: el tejido metálico está levantado. Lo más probable es que haya sido vandalizado. Por último, el bebedero de las palomas, al momento del relevamiento de este diario, estaba vacío. No había agua.
Muchas de las farolas antiguas ya no están. Crédito: Luis Cetraro
Las palomas van y vienen. Se mueven en bandadas hasta cerca de la Terminal de Ómnibus, hasta la Av. Alem, incluso hasta el Puerto. Son libres. Y pueden volver, toda vez que lo necesiten, a su refugio que es el Palomar. Los niños siguen jugando, intentan tocar las alas de esas aves que les revolotean alrededor. Es esa inocencia pura de la infancia la que hace que sólo conozca la magia del lugar. Y esa misma infancia los protege, quizás, de conocer la doble vida de la plaza.
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