Miércoles 23.10.2019
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Salís de tu casa y nunca lo notás, pero la vereda está llena de colillas de cigarrillos. Ni que hablar si se pasa frente a un bar o un restorán, por donde aún no pasaron la escoba: el sector está “minado” de esos pequeños tubitos que no sólo son residuos urbanos, sino que contaminan el medio ambiente y que pueden tardar 10 ó 12 años en degradarse. Aunque nunca nadie se percata del asunto, a cuatro estudiantes rosarinos de Arquitectura se les prendió la lamparita.
“Proyecto Cigadrillo”, bautizaron la iniciativa. O sea: mitad cigarrillo, mitad ladrillo. ¿Qué decidieron hacer? Recolectar todas las colillas que puedan —implementando puntos de acopio—, aprender a limpiar estos residuos de los 7 mil tóxicos que contienen, procesarlos y compactarlos mediante un sistema de prensado para fabricar placas aislantes termo-acústicas, y placas de acabado melamínico (para muebles e interiores).
Luján Fischer, Antonio Ramírez, Rodrigo Barbuscia y Luciano Carrizo se conocieron en la “facu” de Arquitectura de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). En 2017, le dieron forma a Axia Diseño y Construcción, que es su estudio dedicado al rubro: en ese espacio surgió Proyecto Cigadrillos. Los chicos son maestros mayor de obra, y Fischer es diseñadora de interiores. Por sus perfiles formativos —tienen entre 27 y 29 años—, todo cerraba para encarar un proyecto de estas características.
“Y nos lanzamos, porque sentíamos que podíamos armar algo propio paralelo a la facultad”, le cuenta Fischer a El Litoral. “En parte porque queríamos buscar una nueva alternativa para el mercado de la construcción, y también con la intención de que fuera algo relacionado con el reciclado y el medioambiente”.
Previo a darle forma final al emprendimiento, los jóvenes empezaron un arduo trabajo de investigación, rastreando informes académicos para ver si era técnicamente viable usar ese residuo que dejan los fumadores. “¿Por qué elegimos las colillas? Porque tienen como principal componente la celulosa. Y la celulosa se utiliza en la construcción de manera proyectada para aislar térmicamente recintos (paredes interiores de viviendas). Entendimos que podíamos trabajar con este residuo, reconvirtiéndolo”, agrega la joven universitaria.
Pero además, el proyecto buscó desde su génesis un triple impacto: generar un valor económico, social y medioambiental. “Cuando comenzamos el proceso de recolección de la materia prima, notamos que lo que realmente se necesitaba era una concientización, para revertir ese mal hábito del fumador de terminar un cigarrillo y tirar la colilla en cualquier lugar del espacio público, colilla que es un elemento contaminante. Lo que proponemos implica un granito de arena para el cuidado del medio ambiente”, dice Fischer.
Al principio, la recolección se hizo manualmente, vereda por vereda. Era una tarea extenuante. A los jóvenes se les ocurrió entonces colocar cilindros metálicos —llamados “Puntos Cigadrillos”, que cuentan con una capacidad de acopio de unas 15 mil colillas— que tienen una doble función: por un lado, sirven como cenicero de un fumador eventual, que puede apagar el ‘pucho’ y depositar la colilla adentro del cilindro; y por el otro, la tapa metálica es móvil, y así permite que las personas fumadoras que hacen recolección de colillas en sus casas, puedan ir hasta ese punto y depositarlas a todas de una sola vez.
“Primero se colocaron estos cilindros en las facultades de la UNR, y después en instituciones, gracias a un subsidio del programa Ingenia. También hay empresas privadas que se están sumando a tener un Punto Cigadrillo. Es básicamente un lugar de acopio, sólo de colillas, no de otros residuos”, aclara Fischer.
La celulosa de la colilla es lo que se sirve. “Una vez que tenemos la materia prima, lo que se hace es someterla a un proceso de saneamiento. En esa fase se quitan los 7 mil tóxicos que tienen estos residuos”, explica la joven. Luego se pasa a un proceso de trituración, donde se obtiene una especie de materia similar al algodón o a la lana.
Luego, con eso ya procesado e incorporando distintos aditivos, se prensa el material y así se obtienen las placas de aislación. “Trabajamos con dos tipos de placas: una es la aislante termo-acústica, y la otra es la placa de acabado melamínico. Estas últimas podrían ser incorporadas para fabricar muebles o pisos deck”, precisa Fischer.
Los emprendedores de Proyecto Cigadrillo ya tienen prototipos desarrollados. “Estamos en contacto con gente del Instituto de Mecánica Aplicada y Estructuras (IMAE) y del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), para poder realizar cuanto antes los ensayos pertinentes. Una vez superados esos ensayos, podremos recurrir a Iram para obtener las certificaciones pertinentes. Luego, podríamos largarnos al mercado”, dice la joven entusiasmada. La inventiva es la gran ventaja de la juventud.
“La repercusión que tuvo esta iniciativa aquí en Rosario fue muy buena. Al principio creíamos que iba a haber de parte de la gente cierto recelo, por el tipo de residuo que son las colillas: por la contaminación que portan y el olor que despiden. Ocurrió todo lo contrario. Y también se generó algún efecto respecto de los daños que produce fumar, lo notamos en nuestros amigos”, dice la joven.
Hace unos días se hizo una campaña de recolección voluntaria de colillas, en la zona de la Costa y con la ayuda de la Municipalidad rosarina. En 2 mil metros cuadrados, se recolectaron entre 37 mil a 40 mil colillas, en apenas poco más de una hora. Hay puntos de acopio en localidades cercanas como Funes o Casilda, y se trabaja con otras ONGs ecologistas. También hay contactos con la UNL, para replicar la experiencia aquí.