Luciano Andreychuk
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Fue directora de la Escuela Zazpe, en Santa Rosa de Lima. Esa institución fue un símbolo de resistencia ante el embate del río Salado por el oeste de la ciudad, hace 15 años. Realizó una labor humanitaria incalculable en medio de la tragedia. Pidió justicia y sentencia en la causa.
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Entró como una poetisa beatnik salida de los ‘70. Sus ropas anchas y coloridas, su cabello largo surcado por líneas blancas de pura vida vivida, una mitología de luchas. La abrazaban y la besaban como a una Santa Patrona y ella devolvía ese cariño con más cariño, ¡con lo que me gusta abrazar!, decía. Era Ana María Salgado (67), militante social y barrial siempre, Maestra (así, con mayúscula) hasta el final, hasta que la Parca llegue.
Salgado tenía 52 años y era directora de la Escuela N° 1298 Mons. Zazpe, en Santa Rosa de Lima, cuando el 29 de abril de 2003 el Salado empezaba a entrar a la ciudad. A ella, el recientemente fallecido Marcelo Álvarez (intendente por aquel entonces) le dijo que el agua no iba a entrar. Pero el agua entró, mató y dejó secuelas que duelen y sangran: pasaron 15 años.
Su labor de ayuda humanitaria durante la mayor tragedia de la ciudad es unánimemente reconocida en la ciudad. Y la Zazpe fue uno de los símbolos de resistencia a esa tragedia. Aquel 29 de abril, Salgado -hoy jubilada- alojó a alumnos y vecinos en el techo de la escuela. Mucha gente se salvó porque pudo treparse al techo alto y esperar ahí el rescate.
Memorias del techo
Llegó a haber seis metros de agua en la Zazpe. El techo de la escuela era en declive: había 400 personas inundadas, la mitad eran niños y niñas.
“Recuerdo salir de madrugada a caminar por el barrio, y ver por calle Mendoza, del oeste al este, a la gente llevando a sus niños sobre sus espaldas, sacando de sus casa colchones, televisores. Dimos clases normalmente, los chicos almorzaron. Un vecino y querido amigo había llevado una escalera, muy temprano. Cuando el agua me llegó a la altura de mi cintura ahí dije: ‘Hay que subir al techo’”, dice Salgado a El Litoral.
El anecdotario de la situación vivida es interminable y dramático. “Con nosotros se había quedado (en la escuela) una mujer en silla de ruedas, de barrio San Lorenzo. ¿Cómo la subíamos, cómo la cargábamos para subirla al techo? Llegó una canoa con alguien que venía a rescatar a sus familiares. Pero se llevó a la mujer en silla de ruedas, a su hija embarazada y a una nietita. Las salvó. Debimos cargar hacia arriba a un chico con epilepsis”. Salgado es memoriosa y da con precisión fechas, situaciones, hechos.
Ella recuerda la noche, la llovizna, la oscuridad, al gobernador (de aquel entonces, Carlos Reutemann) diciéndole que no había combustible para las embarcaciones que sacaban inundados. Recuerda ver cómo quedaban vacíos los techos de las casas, ya tapadas por el agua, y no saber si la gente había podido salir en canoa o no. Es decir, salvarse o morirse.
“Yo los voy a sacar”
Y recuerda de golpe otra vez la madrugada, la llovizna. “Se acercó con su propia canoa el papá (Luis Cejas) de un chico de la escuela, y me dijo: ‘Yo los voy a sacar, Ana. Por grupos. Y a la gente que todavía queda en otros techos también. Y los voy a llevar a las vías de la ex Estación Mitre’. Eso hizo”, rememora.
Salgado salió en el último grupo, donde iban unos pocos hombres, porque primero se sacaron a niños y mujeres. “Este papá siguió remando. Y recuerdo el ruido del golpe de la canoa contra las vías del Mitre. Y empezar a caminar, y luego me caigo en la vía, y ahí encontrar gente desesperada... Alguien me pregunta: ‘¿Mi mamá, adónde está?’”.
Ana María recuerda los disparos. Quizás aún retumban en su memoria emotiva. “Los tiros eran para hacerle saber a alguien (los equipos de rescate) que ahí había gente que esperaba ser salvada. No mataban ni robaban a nadie. ¡Era gente desesperada que pedía que la salvaran!”, relata. “Volvimos de la muerte, mojados, desesperados. Volvimos del abandono y de la desidia”.
“En el barrio aprendimos que para saber hasta dónde nos iba a llegar el agua, teníamos que mirar una zanja y buscar caracoles. Porque el caracol coloca sus huevos cada vez más alto, justamente para que no los toque el agua. Cuanto más alto llegan esos huevos, más alto llegará el agua”. Salgado es un testimonio vivo de la tragedia. Su energía y su “juventud aumentada” piden a gritos no olvidar, aprender a ayudar a otros, arremangarse en el fango y superarlo todo.
Ese bastión
—La escuela, con todos los problemas sociales que en ella desembocan hoy, y tomando su experiencia como docente y militante, ¿sigue siendo un bastión de resistencia cultural, con el trabajo diario de los docentes y directivos?
—Ah, ser maestra. Es la palabra más bella que existe. Mirá, estoy absolutamente segura de que la escuela es el bastión de resistencia por excelencia. Hay una sencilla razón: la escuela es el lugar donde niños, niñas, maestras, todos, se “empoderan” de aquello que es el eje de la “dominación”: el saber. El que sabe, domina. Y en la escuela, una comunidad se apropia del saber. Los maestros y maestras también, porque se aprende tanto de los alumnos y del barrio.
“Fue un genocidio”
“Si no hay sentencia, no hay justicia. (Marcelo Álvarez) me había dicho que el agua no iba a entrar a Santa Rosa de Lima. Pero creo que él no fue el principal responsable. A lo mejor no estuvo a la altura de las circunstancias, quizás se metió en un cargo que no era para él. El responsable mayor tiene nombre y apellido: Carlos Alberto Reutemann (por entonces gobernador de la provincia)”, opina Salgado.
“Para mí, y me hago cargo de lo que digo, la inundación de 2003 fue un genocidio, un delito de lesa humanidad. ¿Por qué genocidio? Un genocidio es un ataque o exterminio contra poblaciones específicas (por decisión política). ¿Y a quiénes se quería exterminar? A la gente de la franja oeste de la ciudad”, dice la militante social.
Charla
Salgado fue entrevistada por este medio en el marco de la charla “Cómo fue el rol de las escuelas y ONG’s en la inundación de 2003”, de la cual participaron, además de ella, la Lic. en Artes Visuales Ana Castro con la muestra “Detrás del Agua: prácticas artísticas originadas a partir de la inundación de 2003”; Sandra Gallo y Victoria Rey (Asoc. Civil Canoa-Hábitat Popular). Organizó el Foro Santafesino.