El artista francés, revolucionario del color, realizó a principios del siglo XX una obra en la cual una ronda de figuras estilizadas se convierten en un testimonio de la alegría de vivir.
En “La danza”, óleo sobre lienzo de grandes dimensiones, Matisse logra plasmar una escena simple pero que al mismo tiempo da una idea de movimiento. Foto: Museo del Hermitage de San Petersburgo
“No hay nada más difícil para un pintor verdaderamente creativo que pintar una rosa, porque antes debe olvidar todas las rosas que nunca fueron pintadas”. Henri Matisse, uno de los pintores más influyentes de su generación, nació el 31 de diciembre de 1869, hace exactamente 154 años. Sobresalió gracias a su gran dominio del color (era una de sus obsesiones), su experimentación con diferentes estilos y técnicas que decantó hacia un mirada innovadora y su búsqueda incesante de la expresión artística auténtica.
Formó parte del fauvismo, movimiento que ponía énfasis en la libertad creativa. El uso audaz y expresivo del color y la preferencia por los colores intensos y no naturales, en contraposición con la vertiente realista, hicieron de este movimiento un espacio en el cual Matisse se destacó, en especial porque logró algo complejo: transmitir emociones a través de la intensidad cromática, liberando al color de las restricciones de la representación realista. Asociado a esto, Matisse fue proclive a la simplificación formal.
"Autorretrato con camiseta a rayas" de Henri Matisse. Foto: plazzart
De su vasta producción pictórica, una de las obras que sobresale según el consenso existente entre los especialistas es la que lleva por título “La danza”. Se trata de un cuadro de grandes dimensiones (casi 4 metros de ancho por 2,5 de alto) que el artista francés desarrolló a principios del siglo XX por pedido de un coleccionista ruso. Matisse generó una primera versión que se conserva en el MoMA de Nueva York y luego subió la intensidad cromática para la versión final, que está expuesta en el Museo del Hermitage de San Petersburgo.
Podría decirse que en esta obra, una de las más conocidas de Matisse, hace honor a una de sus frases, en la cual señala que “el artista sólo ve verdades antiguas con una nueva luz, porque no hay nuevas verdades”. Es que, por sus características, la composición remite a la mitología griega, en particular a una presunta era pretérita en la cual los seres humanos vivían en una utopía sustentada en la pureza y en la imposibilidad de la muerte. Podían disfrutar sin pensar en el mañana ni en el ayer. Los colores elegidos enfatizan este aspecto: el fondo azul y verde contrasta con la tonalidad de los cuerpos.
Museo del Hermitage de San Petersburgo
En el cuadro aparecen cinco mujeres que danzan desnudas, formando un círculo al cual se suman aferrando las manos de las demás. Los cuerpos femeninos están concebidos de una forma estilizada y, en línea con el resto de la obra del autor, están fuertemente simplificados. El autor pone hincapié así en las curvas de los cuerpos, pero no aparecen demasiados detalles de la anatomía, sino más bien las siluetas, bien acentuadas a través de las líneas. La sensación general es de valoración de la vida, de enérgico disfrute en comunión, de profunda alegría y de impulso hacia adelante.
El movimiento vencedor
Miguel Calvo Santos señala que en “La danza”, el artista “simplifica las formas y satura los colores, que son tan intensos que llaman la atención. Es uno de los rasgos característicos del pintor: el uso libre del color, además de ese vigor expresivo”. Marisol Román, especialista en historia del arte, señala a su vez que “el baile para Matisse personifica el ritmo y la alegría de vivir. Esta se transmite de forma contagiosa e inconsciente. El baile circular está presente en el arte desde la más remota antigüedad. Ese sentimiento que se crea de unión, protección, fuerza y de conexión con un mundo interno, espiritual y mágico, está relacionado en estas primeras representaciones con la idea de grupo”.
Bruno Ruiz-Nicoli en Traveler indica por su parte que en la obra “las figuras muestran la búsqueda de lo primitivo. La línea define su perfil y establece una anatomía esquemática. Los rostros se abstraen. Vence la expresión, el movimiento”. Alguna vez, el propio Matisse expresó su convicción respecto a que en sus trabajos debía “buscar la forma más enérgica de color posible, el contenido carece de importancia”. Sin embargo, en “La danza” logró esa perfecta conjunción, tan difícil de lograr, entre forma y contenido.
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