(Enviado Especial a Belo Horizonte, Brasil)
Con la ayuda del VAR y un penal atajado por Armani, Argentina logró un empate que no mejora en absoluto este presente lleno de incertidumbres. Corremos el serio riesgo de quedar eliminados el domingo ante Qatar. Hay que ganarles, pero uno se pregunta: ¿de qué manera?
(Enviado Especial a Belo Horizonte, Brasil)
Así, jugando así, no queda otra que esperar algún milagro. Estamos entregados a la buena de Dios. Ya ni Messi aparece con chances de ser un salvador y, definitivamente, tampoco hay un equipo que lo pueda respaldar. Se llegó a una situación de desgaste e impotencia tan profundo, que parece no haber nada de claridad en nadie como para esperar que algo suceda para que se cambie el cuadro de situación.
Argentina jugó decididamente mal; y cuando se había mejorado y había un aire de positivismo que permitía vislumbrar algo distinto, apareció en escena el entrenador para hacer todo lo contrario de lo que debía hacer y contribuir a que el desmejoramiento se produzca con rapidez y se vuelva a la inoperancia y la impotencia del resto del partido.
Sin patear al arco, sin encuentros asociados, sin contención en el medio, Argentina no progresó nunca en el primer tiempo. Y cuando Almirón se decidió a encarar, lo hizo con tal rapidez que se llevó “puesto” a todos hasta tirar el centro atrás para que Richard Sánchez concrete. Desorganizado, desordenado y apenas con algo de voluntad, Argentina jugó un primer tiempo realmente malo que requería, para el reinicio del partido, un cambio desde lo temperamental y lo futbolístico casi rotundo.
Se produjo a partir del ingreso de Agüero, del retroceso de Paraguay y del empuje de una selección que mejoró más por amor propio que por otra cosa. Sirvió, porque se jugó con una mejor actitud y porque el VAR y Armani también jugaron a favor nuestro. Al penal sólo lo vieron desde el VAR. Cuando Agüero metió el pase atrás luego de dominar el pelotazo cruzado para que Lautaro Martínez remate al arco, la pelota pegó en la mano de Piris y rebotó en el travesaño; le cayó a Messi y motivó una magistral intervención de Fernández. Nadie se dio cuenta de que hubo esa mano. Fue penal y convirtió Messi; y después, Armani le tapó un penal a Derlis González. Parecía que los planetas se alineaban a favor de Argentina, pero fue una percepción equivocada. Ahí apareció la incongruencia y esas decisiones inentendibles de Scaloni para retomar la senda del 4-4-2, seguramente con la intención de sumar gente a un mediocampo desequilibrado.
Estamos a la buena de Dios, entre otras cosas, por esos desaciertos de un técnico inexperimentado que no sabe cómo hacer para mejorar al equipo. Al contrario, lo desmejora cuando dice que el equipo está desequilibrado pero no pone un solo volante de neto corte defensivo. Y porque además formó un plantel que, de por sí, está desequilibrado y con jugadores que, evidentemente, no piensa utilizar. Caso Dybala, por mencionar un ejemplo.
Si Messi dice que a Qatar hay que ganarle cómo sea, es porque debe ser el primero en darse cuenta de que esto no funciona. Los desplantes y dislates futboleros han sido letales en estos últimos tiempos. Todo se ha desmejorado y ni siquiera la idea de la renovación se ha llevado a cabo de la mejor manera. Argentina no da señales de futuro promisorio, pero esto no es de ahora. Ocurre que se eligió a un entrenador inoportuno para los tiempos que se viven. Se improvisa en todo, pero lo que es peor, se improvisa en donde no se debiera improvisar.
Se perdió un año con Scaloni. Y salvo que ocurra un milagro, es hora de empezar a pensar que los verdaderos proyectos necesitan, entre otras cosas, gente capacitada para llevarlo adelante. Y si es posible, con chapa, con prestigio, con trayectoria y convencido de lo que hace y por qué lo hace. Nada de esto se hace con la selección. Y así estamos. A la buena de Dios.