Las gira del Cosmos de Beckenbauer por Argentina, cuando Maradona lo hechizó
El astro alemán, que falleció este lunes a los 78 años, viajó dos veces al país con el mítico elenco estadounidense. Los cruces con Diego y el amistoso con un show muy especial
Las gira del Cosmos de Beckenbauer por Argentina, cuando Maradona lo hechizó
Los gritos y los cantos de pronto se llamaron a silencio. Nadie lo había programado, pero el sentimiento lo dictaba así. El estadio La Ciudadela de San Martín de Tucumán desbordaba por cada rincón, pero en este instante, todos quedaron detenidos, y fue cuando esa figura se recortó por sobre el resto, en medio de la cálida noche. Para muchos era un sueño, algo imposible hasta hacía un puñado de años: Franz Beckenbauer y su leyenda gloriosa, pisaban ese césped, encabezando al equipo del Cosmos, que iniciaba su primera gira por Argentina.
Allí estaba el Kaiser, ese al que tanto se admiraba, el referente ineludible en cada picado, cuando un pibe cortaba un ataque y salía jugando con elegancia, a despecho de la irregularidad del piso del potrero. Sus pergaminos se conocían de memoria: la aparición fulgurante en Inglaterra '66, la valentía para jugar con la clavícula lesionada en la semifinal frente a Italia en México '70, la vitrina desbordante de trofeos como capitán de aquel invencible Bayer Múnich o el poster eterno de su figura sonriente, alzando la Copa del Mundo en su tierra, en el Mundial '74.
Ahora estaba ahí, en la cancha de San Martín de Tucumán, robándose todas las miradas, enfundado en su camiseta verde con el número 6, liderando a un grupo de trotamundos, también reconocidos a nivel internacional, como el brasileño Carlos Alberto o Giorgio Chinaglia, mezclado con jóvenes y entusiastas compañeros, que conformaban ese itinerante Cosmos, que salía de gira por el planeta, en medio del soccer incipiente de los Estados Unidos.
La tapa de El Gráfico luego de la gira del Cosmos por Argentina. En su interior, la prestigiosa revista publicó la opinión de Beckenbauer sobre Diego Maradona.
La noche tucumana lo llenó del calor que marcaba el termómetro, pero también del que brinda la gente, la que se agolpó a las puertas de la hostería del cerro San Javier, donde él y sus compañeros aguardaron el momento de partir rumbo al estadio. Allí se enfrentaron con la selección juvenil, ese embrionario proyecto de César Luis Menotti, quien afirmaba que tenía entre sus manos a un grupo único. Menos de un año más tarde, le daría la razón en Japón, ganando el título mundial, en esas madrugadas que nos abrían los ojos a fuerza de goles y buen trato de pelota.
Pero en noviembre del '78 estaban dando sus primeros pasos y fue una excelente idea medirlos ante ese Cosmos, compuesto por elementos de alto linaje. Los tucumanos que colmaron el estadio, se dieron el gusto de ver la calidad infinita de Beckenbauer, pero descubrieron, también, a dos chicos que fueron decisivos para la victoria por 2-1: Ramón Ángel Díaz y Diego Armando Maradona.
Una ovación despidió a los dos equipos, pero las miradas volvieron a él, que agradeció los aplausos antes de perderse en el túnel. Más de uno en las tribunas le habrá preguntando a su ocasional compañero si era cierto que por allí había pasado Franz Beckenbauer. Los periodistas lo fueron a buscar para preguntarle sobre Maradona, que recién había cumplido 18 años: "Es un jugador fantástico. Cuando terminó el partido, yo le di mi camiseta y él se puso muy contento. Claro que yo también me llevé la suya y créanme que es un lindo recuerdo. Porque este chico me pareció muy superior a casi todos los jugadores argentinos que vi y enfrenté en los últimos tiempos. Incluso, no vi ninguno mejor que él en la Copa del Mundo. Es extraño que allí no jugara. ¿Pelé? No son buenas las comparaciones, pero este chico es un crack".
Así se promocionó un amistoso. Fue el que en cancha de Belgrano de Córdoba, el local recibió al Cosmos de Beckenbauer.
Pocas palabras eran más respetadas en el mundo del fútbol que la suya y allí dejó una sentencia concluyente, demostrando su claridad para ver el juego, del mismo modo que lo aplicaba dentro del campo. La expedición Cosmos siguió por la geografía argentina y la parada siguiente se dio en la provincia de Córdoba, para enfrentar a Belgrano, en el estadio mundialista. Mayor capacidad para albergar espectadores, pero el mismo asombro de poder ver en acción a la leyenda viviente que configuraba Beckenbauer.
Eran los tiempos del auge de la música disco y la consagración de Fiebre de sábado por la noche, la película que disparó prontamente a la fama a John Travolta y las canciones de los Bee Gees. Pero había alguien en el mundo de la música que tenía tanto o más éxito que ellos y era Gloria Gaynor, quien se presentó esa noche en Córdoba, como previa del match. Su tema I Will survive ("Resistiré", en castellano), había alcanzado el número 1 en los ránkings más importantes del universo. Hubo juegos de luces y una puesta a la altura de una estrella de semejante nivel, que realizó un excelente show, haciendo bailar a la concurrencia y dejando un grato recuerdo para todos los que estuvieron en el estadio en esa jornada cordobesa tan peculiar, con entradas cercanas a precios populares, que comenzaban en $2.500 (2,60 dólares al cambio del momento). A continuación, se disputó un atractivo partido que finalizó 1-1.
Pocos días más tarde, otro estadio construido para el Mundial '78 esperaba recibir a Beckenbauer y sus compañeros de un Cosmos que era sensación por aquí. En Mendoza se reiteraron la admiración y las ganas de observar a esos legendarios futbolistas, que habían quedado en la retina de algún partido de las Copas del Mundo o en las amarillentas páginas de diarios y revistas. Enfrente estuvo Independiente Rivadavia, en otra noche de fiesta, pero con un diferencial con respecto a lo que se había vivido tanto en Tucumán como en Córdoba.
El partido estaba igualado en uno y tanto los hinchas del cuadro local, como los neutrales, observaban con buenos ojos el rendimiento del equipo vestido de azul, jugándole de igual a igual al Cosmos. Pero el señor Beckenbauer tenían guardada una carta especial debajo de su imaginaria manga de mago y la puso sobre la mesa justo en el minuto 89, cuando marcó el gol de la victoria, que fue celebrado por todos. A lo largo de su descollante carrera, había marcado más de 100 tantos, una inmensa marca para quien no era delantero, pero su capacidad lo hacía estar muchas veces en posiciones cercanas al arco rival y definir como el aplomo de un experimentado goleador.
En la última escala de la gira, el Kaiser dejó algunos destellos de su categoría dentro de la cancha y se mostró deslumbrado fuera de ella, por la belleza de la ciudad, que recorrió a pie en los momentos libres. Aquel eslabón final fue en Mar del Plata, para medirse nada menos que con Boca Juniors, que se prepara para disputar la final de la Copa Libertadores, que ganaría frente a Deportivo Cali. Para su técnico, Juan Carlos Lorenzo, no había amistosos, y por ello mandó al Chapa Suñé y al Chino Benítez, para le hicieran marca alternada al Kaiser alemán, para que tomara el menor contacto posible con la pelota. El triunfo fue por 4-2 para Boca que, como detalle curioso, utilizó por primera vez en un partido completo una camiseta marca Adidas.
En marzo del '80 se produjo la segunda gira, con dos partidos y escenarios disímiles. El arranque no fue contra ninguno de los cinco equipos grandes. Tampoco el lugar fue alguno de los estadios construidos para el Mundial. La revolución Cosmos apuntó hacia el Sur, para llenar de asombro a la localidad de Cipolletti, en la provincia de Río Negro. Hasta el día de hoy, a los afortunados que dijeron presente se les hace cuento que en el campo de juego del estadio conocido como La Visera de Cemento del club que lleva el nombre de la ciudad, haya estado Franz Beckenbauer.
No fue sorpresivo reconocer su calidad como futbolista, pero sí su calidez cuando la pelota no rodaba, ya que accedió a todas las requisitorias, incluidas varias fotos de la previa con sus ocasionales adversarios. Su estilo inconfundible hizo más agradable la noche rionegrina, porque en los primeros minutos dictó una cátedra de manejo y claridad. Más tarde llegó la pierna fuerte y el pincel del Kaiser fue reemplazado por el hacha de ambos lados, desdibujando un poco la histórica jornada, que terminó en empate en un tanto.
La última imagen de Beckenbauer como futbolista en nuestro país fue en el estadio José Amalfitani, en una noche al que el término lluviosa le queda corto. Un diluvio se desató en las horas previas y persistió en los minutos inicial, donde apenas se podía divisar a los protagonistas. Enfrente estaba Argentinos Juniors, con un Maradona ya campeón mundial juvenil, en camino a ser estrella internacional y autor del único gol de su equipo, que cayó ante Cosmos 2-1. El Kaiser nuevamente dejó su sello durante el match al enviar el centro que Chinaglia, de cabeza, convirtió en el tanto de la victoria. Al terminar y requerido por los periodistas, Beckenbauer sostuvo que Diego se encontraba entre los tres mejores del mundo, junto a su compatriota Rummenigge y el inglés Kevin Keegan. Con el brazo en alto, agradeciendo las muestras de afecto y respeto, se retiró del estadio y ya nunca se lo podría ver con sus mejores ropas, las de futbolista.
Sin embargo, su historia seguiría muy vinculada al fútbol argentino. En septiembre de 1984, hizo su debut como entrenador de la selección de su país, enfrentando al cuadro dirigido por Carlos Salvador Bilardo, que aquella noche de Dusseldorf tuvo una de sus mejores actuaciones, al imponerse por 3-1. Menos de dos años más tarde, se volverían a cruzar, en la legendaria final del Mundial de México y las vueltas de este mágico deporte quisieron que ambos volviesen a ser los DT protagonistas de la definición en Italia '90.
Pese a las diferencias en las formas de ser, siempre hubo entre ellos una evidente corriente de respeto y admiración. Un día antes de la final de la Copa del Mundo en Roma, Bilardo dejó en claro lo que significaba Beckebauer para él: "Nos hicimos amigos desde ese partido del '84 y nos encontramos infinidad de veces, porque casi siempre él dirige al combinado de Europa y yo al de América en los amistosos. Con respecto al partido de mañana, va a ser la primera vez que, si nos toca perder, ojalá que no, en que voy a saludar a un contrario. Cuando pierdo, no saludo a nadie, porque me voy muy mal de la cancha, pero jamás me podré olvidar de que en el medio de toda esa algarabía y ruido que había en el estadio Azteca, apenas terminada la final del '86, cuando uno lloraba, gritaba y festejaba, sentí que me golpeaban la espalda y, cuando me di vuelta, vi que era Beckenbauer que venía a felicitarme".
También en Argentina, como en todas partes del mundo, el Kaiser dejó su marca. Aunque uno presume que aquí, sintió de manera distinta de calor de un público que sabe de fútbol y le brindó su afecto. Como retribuyendo la magia de pensar que ese imposible, que era verlo jugar de cerca, fue una maravillosa realidad.