¿Messi debía jugar los 90 minutos?: la tentación era ponerlo, pero la obligación es también sacarlo
La calurosa noche de Houston dejó abierto el debate en torno a un jugador único e irrepetible, que a los 37 años y lesionado, jugó un partido decisivo totalmente limitado.
¿Messi debía jugar los 90 minutos?: la tentación era ponerlo, pero la obligación es también sacarlo
“Siete días estuvo parado, ¿qué inactividad? Tuvo el mismo nivel que el resto del equipo…”. Esto fue lo que dijo Scaloni el jueves en Houston. Y De Paul, más emotivo, más pasional, contó que “dejame decir, porque él nunca lo va a decir, que para nosotros es súper importante el esfuerzo que hizo. Vi hasta qué hora se quedó trabajando, vi lo que sufrió, sobre todo para hacerlo por nosotros. El es como un hermano mayor para nosotros...”. Es natural que lo defiendan, que lo protejan. Todos lo hacemos, desde el lugar que nos ocupa, ya sea como hinchas, compañeros, entrenador, periodistas o simplemente argentinos. La realidad es que esta floja actuación del equipo y el riesgo extremo que corrió de quedar eliminado, debe ser un alerta con rápido análisis y resolución. Ya el martes, nomás, debería volver a verse la pasta de ese grupo campeón del mundo, que no pierde su esencia y ese hambre de gloria que es lo único que lo llevará al éxito perseguido.
Ver a Messi jugar así, disperso, ausente, limitado, no es algo habitual. No es común, no es corriente. Para muchos puede resultar hasta imposible. Comparto el concepto de aquellos que dicen que Messi nunca juega mal, porque entiendo que alguien como él, que distingue cada toque de pelota, cada pase, cada arranque o cada gambeta, por más que todo eso no termine en una opción de gol o en una jugada de peligro, siempre tiene una faceta, por mínima que fuere, que lo destaca del resto. Que lo hace diferente a cualquier mortal.
Cuando Scaloni dice que Messi tuvo el nivel del resto del equipo, entiendo que es el primero en admitir que no fue nada bueno. Messi quiso jugar este partido e hizo lo imposible por estar. Pagó un precio caro, máxime a esta altura de su carrera y con un equipo que no se encontró durante gran parte de los 90 minutos. Como en el segundo tiempo frente a Chile, cuando él mismo dijo que “no encontraba la pelota”, Messi deambuló en el campo de juego. Pero lo peor de todo, es que dejó un claro manifiesto de sus limitaciones físicas como producto de la lesión en el aductor: Messi no pateó al arco; y cuando lo hizo, fue de derecha, como en la jugada del segundo tiempo cuando apareció adentro del área para recibir un centro cruzado que consiguió parar a las espaldas de un defensor. Limitado físicamente, su brillantez se apaga. Es inevitable.
Scaloni admitió también que en varias oportunidades, durante el partido, le preguntó a Messi cómo estaba. “La última vez fue cuando faltaba cuatro minutos y me dijo que estaba bien”, señaló. Querer ponerlo en el equipo es algo que no sólo quiere Scaloni, lo queremos todos. Pero en el análisis, en la observación sincera y real de lo que estaba pasando, Scaloni debió haber tomado otra decisión. Seguramente, lo movilizaron otras cosas, como por ejemplo la chance de llegar a los penales, como ocurrió, y perder a un ejecutante de lujo… Messi ni siquiera estaba para patear el penal y por eso la picó. Basta con retroceder en el tiempo y ver de qué manera le pegó en los varios penales que pateó en el Mundial de Qatar para darse cuenta de que en una definición de esta naturaleza, Messi nunca iba a hacer lo que hizo. En Qatar, la mayoría de los penales los pateó fuerte y a asegurar. Acá quiso demostrar lo que no había podido en los 90 minutos, que es diferente. Y ni siquiera esa le salió.
Entonces, ponerlo en cancha era una obligación para Scaloni; y sacarlo, era un deber que el técnico no quiso afrontar. Si la explicación es que Messi tuvo el nivel del resto del equipo, es ponerlo en un contexto de globalidad y paridad en el que Messi nunca debería entrar. Messi no es uno más. Entonces, esa declaración del entrenador –al margen de reconocer en el fondo que el equipo no jugó para nada bien- está viciada de un contexto que no es el habitual para el análisis de Messi. Y es el contexto de la generalización o el de entenderlo como uno más. Y todos sabemos –Scaloni también- que Messi no es uno más.
No quisiera entrar en otro terreno que es el de hacer futurología. Ojalá Messi juegue para siempre y que, por lo pronto, la “rompa” en los dos partidos que faltan para que Argentina tenga el as de espadas preparado para quedarse otra vez con la gloria. Pero todos sabemos que hay un límite, empezando por él mismo. Messi es el primero en darse cuenta de que sus tiempos se agotan. Y no sería justo que ese final se vea desteñido u opacado. El jueves, en Houston, si no aparecía la figura monumental del Dibu Martínez, a quién el mismo Messi le agradeció lo que hizo diciendo en sus redes que es “el mejor arquero del mundo”, Argentina podría haber quedado eliminada y con Messi “dejando” Estados Unidos (es una forma de decir, porque apenas termine este torneo se reincorporará al Inter de Miami, su club) con la sensación amarga de una eliminación precipitada y hasta inesperada. Un riesgo que se asume, pero que no es justo para un futbolista único y de excepción como él.
No es fácil dejar afuera a Messi antes de un partido, tampoco es fácil sacarlo durante el mismo partido. Se entiende y es cierto también que es un digno poseedor de un desequilibrio único. Messi es capaz de ganar un partido con una genialidad, ya sea un tiro libre, un gol sacado de la galera, un pase milimétrico y viendo lo que nadie ve. Haberlo hecho a lo largo de su carrera lo coloca en ese nivel de excepción única. Pero cuando la pelota le pasa por al lado, no puede recibirla, lo enciman de a dos o de a tres para que ni siquiera se pueda dar vuelta o está limitado para intentar un remate al arco, Messi pasa a ser uno más (o uno menos). Y si el equipo no aprovecha el hecho de que haya dos o tres rivales empeñados en cercarlo, para capitalizar los espacios que él mismo puede generar a partir de eso, peor todavía. Y todo ese combo se dio el jueves en el NRG de Houston, en medio de ese deambular incómodo de un jugador de excepción, que evidentemente muere de ganas de ponerse la celeste y blanca. Y a veces, eso mismo lo lleva a vivir situaciones poco frecuentes para él, como la de pasar desapercibido en todo un partido y errar lo que habitualmente no erra.
Sea lo que sea el futuro de Argentina en esta Copa América en los dos partidos que le restan jugar (el de semifinales y luego lo que le toque de acuerdo al resultado del martes), este es un desafío también para lo que viene de acá a dos años. Más allá del negocio, de los intereses comerciales y de un éxito que depende en buena parte de lo que él genera y juega, la selección tiene que ir armando su propio proyecto futbolístico que hoy, más que nunca, tenga a Messi como la frutilla del postre y no como el aceite esencial para que la comida salga rica. Scaloni consiguió hacerlo en varias ocasiones, cuando el equipo funcionó y hasta brilló sin su presencia. Ese plan B debe estar armadito y calibrado por si es necesaria su utilización.