Romina Meyer (14 años) tuvo un embarazo normal hasta los cinco meses y medio. Pero en la semana 23 de gestación rompió bolsa. “Nos dijeron que la beba era muy chiquita, que era muy riesgoso. Nos prepararon para lo peor”, relató su mamá, Liliana Roa.
El 23 de enero nació Kiara con un peso de 625 gramos. “Yo estaba contenta porque pensé que me la iban a dar al otro día. Pero me di cuenta de que era muy chiquita y de que iba a pasar más tiempo. Eso me angustiaba mucho”, contó Romina.
La joven mamá fue dada de alta, pero Kiara quedó internada en Neonatología del Instituto de Diagnóstico. En incubadora y con respirador, la beba fue perdiendo peso y llegó a 475 gramos. “Los médicos nos dijeron que dependía de un milagro porque era muy chiquita”, recordó la abuela.
Durante dos meses y medio, Romina y Liliana pasaron sus días dentro del sanatorio. “Al principio, sólo podía mirarla y me sacaba leche para que ella tomara. Tuve que esperar dos semanas para tocarla y un mes para alzarla”, recordó.
La alegría de las primeras caricias no estaba exenta de temores. “La higiene estaba muy controlada, pero me daba miedo de que entrara un germen. Kiara era muy chiquita y muy indefensa. Pero el contacto con su mamá era necesario”, recordó Liliana.
Hoy, la beba pesa siete kilos y está por cumplir 10 meses. Sigue estrictamente los controles médicos y la estimulación temprana. “Ya se para, hace fuerza con las piernitas y da vueltas”, contó Romina.
Ser madre adolescente no es fácil, por eso es fundamental el acompañamiento de la abuela. Romina, su pareja -Mauro Luna- y Kiara viven con ella. “Kiara es mi sol. Paso mucho tiempo con ella porque quiero que Romina termine la escuela”, concluyó Liliana.