Eva Routier es antropóloga egresada de la Escuela de Antropología de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR. Durante años trabajó en distintos espacios culturales y educativos de instituciones carcelarias de la Provincia de Santa Fe. Los resultados de su experiencia se ven plasmado en el libro Acá hay escuela de la Biblioteca de Antropología del sello Edita Prohistoria Ediciones. Este medio dialogó con la investigadora.
El origen de la experiencia
-¿Cuándo nace el interés por indagar las vivencias de escolarización en personas detenidas en unidades penales de la provincia?
-Hay distintas inclinaciones que puedo considerar para responder a tu pregunta. Elijo resaltar la importancia que tuvo en este proceso mi formación en la Escuela de Antropología de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR. Una experiencia que me transformó significativamente, me hizo “antropóloga”, pero también me hizo activista; y como parte de la cual conocí a quien sería un referente y compañero de militancia y de trabajo, Mauricio Manchado. En 2012, junto a Karina Busiglio, otra gran compañera, dieron una clase sobre educación carcelaria invitados por la cátedra Teoría del Sujeto de la formación docente. Me acerqué a hablar con elles después de la charla y me contaran un poco más sobre los talleres que coordinaban en la Unidad Penitenciaria 3 de Rosario. Al otro año, en 2013, empezamos a coordinar un taller de “Cerámica Precolombina” en la UP 3, junto con una profe de Artes Visuales, Paula Álvarez. Estábamos en un momento particular de las cárceles santafesinas, donde desde hacía años, desde la gestión penitenciaria y como “marca” de lo que fuera la “política penitenciaria progresista”, actores con pertenencias institucionales diferentes, no sin dificultades (aunque con menos de las que yo me hubiera imaginado), pudimos “entrar a la cárcel” y sostener distintas propuestas educativas y culturales. En el 2014, varios de los que trabajábamos en el sur provincial, armamos el colectivo de talleristas en contextos de encierro “La Bemba del Sur”. Ese año me presenté a la convocatoria de Beca Doctoral de CONICET, con un proyecto para analizar experiencias formativas en cárceles. Con mi codirectora Mariana Nemcovsky, decidimos focalizar en las experiencias de escolarización en el nivel secundario porque eran las menos abordadas en los antecedentes sobre la temática. Situamos el trabajo en las Escuelas de Educación Secundaria para Adultos (EEMPA) dependientes de la cartera educativa provincial, de dos unidades con “perfiles institucionales” y dinámicas muy distintas: la UP 3, una cárcel de “mediana seguridad” que alojaba a más de 250 personas y en el “Instituto Correccional Modelo” (UP 1) de Coronda. Esta es la cárcel más grande de la provincia en cuanto al territorio que abarca y en ese momento, 2015/2016, había alrededor de 1250 varones detenidos.
-¿Qué vectores tuviste en cuenta a la hora de realizar la investigación?
-Las dimensiones de análisis centrales fueron dos. Por un lado, las prácticas y sentidos que construyen los “estudiantes-presos” al transitar la escolaridad como parte de sus itinerarios de detención. La noción de experiencias formativas de Elena Achilli fue clave para indagar en esos saberes, prácticas y valoraciones que eran construidos cotidianamente en ámbitos interconexos y heterodeterminados como los son la cárcel y la escuela. Por otro lado, consideramos las políticas penitenciarias y educativas provinciales y nacionales; sus marchas, tensiones y adaptaciones en las últimas décadas. Cuando empecé el trabajo, hacía 9 años que se había sancionado la Ley Nacional de Educación, estipulando la obligatoriedad de la educación secundaria. El estado nacional (y el de las provincias mediante su adhesión a la ley) asumió el compromiso de garantizarla en todos los contextos donde fuera una necesidad.
El desarrollo
-En el desarrollo de la investigación, ¿Qué tensiones o fenómenos encontraste que te hayan sorprendido?
-El nombre del libro condesa algunos núcleos de sentido que constituyen los “hallazgos” del trabajo. “Acá hay escuela” fue la respuesta de un joven detenido en la UP 3 a mi pregunta sobre porqué había decidido iniciar la secundaria estando allí preso, luego de un largo derrotero por distintas instituciones penales y policiales. Uno de estos núcleos alude entonces a la relación existente entre el acceso a la escuela y el transcurrir de los itinerarios de detención de los jóvenes y adultos detenidos en Santa Fe por el “circuito penitenciario del centro sur-provincial” (me refiero a las UP 1, UP 3, UP 6, UP 11 y UP 16, e incluso algunas dependencias policiales). Las alusiones al tránsito por estas instituciones daban cuenta de condiciones de vida diferentes en cada una de ellas, vinculadas con el acceso a bienes, espacios y relaciones vitales, aunque escasas y/o desigualmente distribuidas, entre las mismas. Entre ellos, los espacios educativos, en general, y las escuelas, en particular. Acá hay escuela significa para este joven, que acá en la unidad 3, hay escuela, por eso puede y decide asistir a ella.
Estos desplazamientos que reconstruimos entre las unidades, ocurrían, también, al interior de una misma institución. Durante sus detenciones, los jóvenes y adultos pasaban por distintos pabellones, en los que existían condiciones materiales, rutinas y formas de sociabilidad que se conjugaban en la producción de fronteras de acceso a la educación escolar. Los desplazamientos entre pabellones, por lo general asociados a las etapas del “tratamiento penitenciario” y la evaluación de la “Conducta”, no solo producían interferencias o acceso a las experiencias escolares; también producían sentido. Acá hay escuela significa que “ahora”, - “en este momento del cumplimiento de mi pena”-, esta opción aparece en el horizonte de posibilidades. Y muchas veces aparecía bajo el sentido de un “beneficio”.
-¿Cómo afronta el sistema educativo carcelario un posible aumento de la demanda dada el aumento de la población carcelaria en los últimos años?
-Quiero señalar una cuestión importante. Estas experiencias y situaciones que estoy comentando, dan cuenta de un determinado momento de las instituciones y políticas penales y educativas locales. Me consta que el escenario educativo en cárceles del sur provincial fue cambiando durante los últimos años de la investigación y con posterioridad a la misma. En algunas unidades, donde no lo había, se inauguraron, aulas, anexos y escuelas secundarias. Además, durante la investigación se inauguró la UP 16 (en Rosario, lindante a la ciudad de Pérez) y se edificaron módulos en la UP 11 de Piñeros, lo cual limitó la estancia de los detenidos en comisarías, en situaciones extremadamente inhumanas. Sin embargo, años después, ante el crecimiento exponencial de la población detenida, las comisarias vuelven a ser un destino cada vez más frecuente, en el que el acceso a la educación es nulo. Con respecto a los procesos de selectividad escolar vinculados a las diferencias entre pabellones dentro de las unidades, es para indagar con profundidad en una nueva investigación, pero creo que en algunos casos se han acentuado. Es decir, en las cárceles de Santa Fe, en general, hay más recursos educativos, pero también, al interior de cada UP hay conjuntos detenidos que están cada vez más lejos de acceder a la escuela. Y esto está completamente fuera de la ley, no solo de la LEN, sino de la Ley de Ejecución Penal 26.695, sancionada en 2011.
Gentileza de la editorial
Una posibilidad certera
-¿Desde tu experiencia, pensás que es la educación secundaria un puente real para la reinserción social de la persona detenida? ¿Ayudan a aliviar las tensiones psíquicas propias del encierro?
-Aprovecho esta pregunta para hablarte de un segundo y tercer núcleo de sentido que reconstruyo en la investigación. Para muchos jóvenes y adultos detenidos, la escuela secundaria aparece como una opción y una posibilidad “certera” luego de que entraron en relación con las instituciones del sistema penal. Paradojalmente, la cárcel nos muestra así su faceta “restitutiva”, porque el acceso a la educación se produce en ese contexto y no antes. Es otro significado que atribuyo a la expresión “Acá hay escuela”, en relación con los recorridos biográficos y trayectos educativos previos a la cárcel.
El trabajo de campo permitió documentar una experiencia escolar afectada por la precariedad, tensión y agobio del encierro, pese a lo cual observé cómo, el tiempo en las escuelas se organizaba, fundamentalmente, a partir de las actividades de enseñanza propuestas por los docentes. Vos dirás, “una obviedad”, pero no, sabemos que no lo es. En el libro utilizo la metáfora sobre la caza furtiva, elaborada por Michel de Certeau en su libro La invención de lo cotidiano, para comprender la relación de los estudiantes con el conocimiento escolar. Ir a la escuela, era para ellos ir “a la caza”, de los conocimientos escolares. Una “caza” que, por ser furtiva, se produce desde un lugar de subalternidad, pero cuyo efecto termina alterando, al menos en el plano simbólico y subjetivo, algo de esta posición. Una “caza” que es sagas, que es creativa; porque a través de la oralidad y de la escritura (dos tesoros invaluables en el contexto de encierro), pero también a través de silencios, interrupciones, desplazamientos, gestualidades, los estudiantes estaban participando en la construcción del conocimiento escolar, estaban haciéndolo propio. Entonces, apuntando un poco a donde iba tu pregunta, considero que ir a la escuela era para los detenidos participar en la construcción de una institucionalidad no punitiva. Retomo aquí a Verónica Frejtman, referente en los estudios sobre educación carcelaria desde la perspectiva de derechos en Argentina.
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