Jueves 31.3.2022
/Última actualización 15:59
En un acto realizado en el recinto del Concejo Municipal de Santa Fe, el miércoles 30 por la mañana se realizó un acto para entregar al maestro Jorge Chiappero Favre la declaración como Santafesino Ilustre. Estuvieron presentes el presidente del cuerpo, Leandro González, la concejala Jorgelina Mudallel (autora del proyecto) y los ediles Juan José Saleme, Carlos Pereira e Inés Larriera.
En sintonía con la propuesta, también se allegaron el senador por el departamento San Justo, Rodrigo Borla, y el intendente sanjustino Nicolás Cuesta: el Concejo de esa ciudad envió su aval a la declaración (por iniciativa del concejal Bruno Beltrán), siendo Chiappero nacido y criado en dicha ciudad.
Mudallel destacó en el acto el 40° aniversario de la creación de la Banda Sinfónica Ciudad de Santa Fe, celebrado el año pasado, como uno de los hitos que vinculan al homenajeado con el municipio. Por su parte, Larriera resaltó la trayectoria del músico (de destacado paso por el podio de la Orquesta Sinfónica Provincial de Santa Fe) como inspiradora para muchos que quieran seguir sus pasos.
Fuera de la euforia del acto, El Litoral reflexionó junto a Chiappero para desandar todos esos años de trayectoria.
Flavio Raina Celebrando la distinción en el recinto del Concejo, junto a la numerosa familia que supo formar.Celebrando la distinción en el recinto del Concejo, junto a la numerosa familia que supo formar.Foto: Flavio Raina
-Quizás arrancamos por el final. En un momento dejó la docencia y la dirección, teniendo la posibilidad de seguir. ¿Cuál fue la motivación?
-La motivación o la desmotivación: quizás hay una zona común entre ambas. Hay un viejo cuentito que dice que toda persona tiene que aspirar en la vida a leer, un libro plantar un árbol y fundar una familia. Eso es una especie de aforismo sarmientino (no digo que sea de él). Leer un libro significa tener toda la educación y la cultura posible: en ese orden, porque la cultura es lo que cultivás después de la educación. Plantar un árbol es dejar semilla con el árbol crecido, para que le den sombra a muchos: como fue la Banda Municipal, es muy importante esa creación. Y fundar una familia lo hice, con seis hijos, y es maravilloso.
Entonces llegó un momento de mi vida que fue madurando en mi interior sin que lo sepa. Estando en Milán solo, dirigiendo una orquesta importante en una de las capitales de la música en el mundo (dirigí mucho en Europa y Latinoamérica: llevaba música argentina orquestada por mí, y diserté como conferencista en las universidades de esos países sobre esa misma música). En una noche de llovizna, pleno invierno, cuatro grados bajo cero. Fui a ver la Catedral de Milán, enfrente de la Galería Vittorio Emanuele; y me dije: “¿Qué hago solo acá?”. Mi señora se puso los hijos a cuesta durante toda mi carrera, pero ya necesitaban al padre.
Recorrí Europa, pero no tenía tiempo para pasear, porque a la tarde estudiaba y hacía prensa. La que me sostuvo fue mi señora: si no hubiera sido por ella, hubiera sido el enemigo público de toda la familia. Fui docente en la Uader, fundé la Orquesta Académica de Entre Ríos; dirigí todas la sinfónicas del país. Es una vida muy desgastante. Por todo eso recibo este premio con gratitud: hice lo que quise y lo que me gustaba, me pagaron y encima me premian.
Uno se va de la música, pero el músico nunca se retira de la persona. Soy de naturaleza, de nacimiento, músico; por lo tanto intenté otros caminos: siempre existen influencias externas que penetran en tu camino, con debilidad de los años, la poca experiencia. Soy de San Justo, a 100 kilómetros de Santa Fe, y estaba solo. Mis padres siempre me apoyaron, pero llega un momento en que el fuego amigo está muy cerca: “Te vas a morir de hambre, esto no es”, y me metí en ingeniería química: hice dos años y dije “no, me voy, esto no es lo mío”. Y siguió mi carrera en la música; me dije: “Prefiero ser un tipo pobre y no un pobre tipo”. Después la historia ya la conocen: todo fue muy bueno, siempre para adelante, sin volver: siempre tuve una sola opción en mi vida. No sé si es una virtud o un defecto.
Claro que tuve mis errores, soy un ser humano con errores y virtudes; quizás mucho más errores que virtudes. Es muy posible que la gente que me quiere mucho más ahora sea muy indulgente conmigo; porque soy una persona que ama la libertad. Pero en el podio de director era un tirano.
-La orquesta no es una democracia.
-Vos te podés equivocar, pero hacete cargo de las consecuencias; no como los que esconden las opiniones, total no arriesgan nada. Tampoco me importó vivir sobre la palabra “riesgo”: nunca vi la vida como un riesgo, y no la vi como fracaso. Tuve mis problemas, como todos; encima el carácter nunca me ayudó ahora en los últimos años mi vida cambió; los años han pasado y uno se vuelve más reflexivo; se tiene que perdonar a sí mismo; hay muchas cosas que tienen que pasar dentro la persona.
Cuando transcurrió la vida y uno mira hacia atrás, uno dice “qué mal que le hice a esta persona para que siga enojada todavía conmigo de tantos años”. Si llega ese momento y vos no te perdonás no podés seguir; porque vos no podés borrar para atrás lo que hiciste; Pero podés autoindultarte. Y todos los que hablan bien de mí hoy me indultaron, y no se cuelgan de mi éxito, porque ya no tengo esa exhibición.
Flavio Raina Con la concejala Jorgelina Mudallel, autora del proyecto de declaración como Santafesino Ilustre.Con la concejala Jorgelina Mudallel, autora del proyecto de declaración como Santafesino Ilustre.Foto: Flavio Raina
-¿Cómo nace la Banda Municipal?
-Nace de la Orquesta del Liceo, que fundé. Me dijeron: “¿Quiere hacer una orquestita?”. Los diminutivos nunca me gustaron. Lo planeé y fueron 50 pibes tocando. Eso lo vio el intendente de turno, y dijo para sí: “Qué lindo sería darle forma a esto”. Vio una conveniencia política, porque la vida es así: un secreto negocio de las cosas, a veces no tanto y a veces no tan santo.
Yo estaba como profesor en el Liceo Municipal y en el Instituto Superior de Música, porque ahí me recibí con título universitario; estaba siendo también docente en otros lugares; tenía 34 años.
-Eran bastante jóvenes todos, también los músicos.
-Me ocurrió que me recibí en la Universidad del Litoral, inmediatamente me salió ser trompetista de la Sinfónica; dije que sí, ni sabía lo que tenía que tocar. “¿Quiere fundar una orquesta juvenil?”. Sí. Pero le dije que no a la Banda, porque quería fundar una orquesta. Le busqué otros directores, fue un fracaso, hasta que me llamó el intendente y me dijo: “Tómela usted, por favor”.
Nunca arreglé el sueldo para mí: las primeras designaciones de la Banda fueron para quienes fueron mis colaboradores inmediatos. Si arreglaba mi situación iba a demorarse la de la banda. La estrategia también se debe imponer. Vos estás dirigiendo seres humanos, con expectativas. Me quisieron dar un nombramiento alto, y le dije: “Hasta que no esté el 60 % de la banda nombrada no quiero recibir paga”. Ellos sabían que era una presión: “Si este tipo después del éxito que tuvo habla, que lo tenemos trabajando gratis va a ser un desastre”.
Yo no pensaba eso: son cosas que salieron. Eran todos chicos de 14, 15 años y jamás iba a traicionar a quién acompañaron. “Con esta edad no se pueden nombrar”; algunos tuvieron que esperar para cumplir los 15, por lo menos. Estamos hablando de Pedro Casís, Rubén Carughi, de mucha gente conocida.
-Todo trompetista que ha pasado por la Sinfónica fue alumno mío. Ellos fueron primera trompeta y yo les decía “quédese usted, yo voy para la dirección”. El otro día descubrí por Facebook a alguien que me saludó: un alumno que iba a mi casa a estudiar trompeta, cuando yo tenía 37 años. Pasó a Buenos Aires a vivir y fue el trompetista de toda la vida María Martha Serra Lima.
Fui a grabar a Buenos Aires una vez y pedí todas las cuerdas: vinieron las de Antonio Agri, que era violinista de Piazzolla; e hicimos una grabación sensacional en Buenos Aires. Nunca había dirigido una grabación, pero fui y lo hice. Grabé con músicos extraordinarios, veía eso y temblaba: parecía que ellos me dirigían a mí.
Ahí empezó mi historia, pero la banda siguió. Y terminó de completarse con un impacto muy grande que fue “Fama” en la Tecnológica, por la serie de televisión. Si entraban 7.000, fueron 15.000. Rompieron ventanas. Quisieron repetirlo y dije que no. Tuve que orquestar de oído, sacando de las grabaciones todos los temas de “Fama” para orquesta, coro y bailarines. Los chicos salía a pegar ellos los carteles por la ciudad. Fue un impacto tan grande que me habilitó a pedir más músicos.
Un día me llamaron de Cosquín. Fuimos con Daniel (Otero), y nos ofrecieron la apertura, con el ballet, en la época de Julio Mahárbiz; ni se enteraba la Municipalidad cuando iba a arreglar. Les llevé grabaciones. Cuando las escucharon, y sabían que no les iba a costar un “sope”, dijeron: “¿Se animarían a toca el ‘Himno a Cosquín’?”. Dije que sí: me metí en un bardo, porque había una grabación de tres guitarras. Pedí más músicos a la Municipalidad, llegamos a ser casi 100, jóvenes la mayoría; y un coro. Pude llegar a escribir el “Himno a Cosquín” y ensayarlo. Estaban todos de vacaciones: solamente una sangre joven podía tener suficiente esperanza.
Ahí sigue la historia hasta hoy, que las fuentes laborales están abiertas. Los chicos también fueron acompañando mi aprendizaje: “Fama” no salió de mí, traían propuestas, más trabajo para mí. Ya no sé nada de ellos, pero ellos se vieron realizados a temprana edad.
-Pasando a la Orquesta, ¿cómo fue el tránsito de música de fila a director? Era un organismo con otra tradición, gente más grande.
-Esa es la pregunta del millón, porque toda decisión trae consecuencias. Era mucho éxito de la Banda, y la Sinfónica había perdido todo el público. Me llamaron de la Secretaría de Cultura de la Provincia, en vacaciones de la Sinfónica. Yo tocaba la trompeta allá atrás al lado del timbal y el triángulo.
No fue fácil. Dije que sí, sabía lo que tenía que hacer y lo hice. La verdad es que refundé la Orquesta, con todos los jóvenes que pude poner. Porque tenía una Orquesta que desde la fundación tuvo 12 primeros violines, diez segundos violines, ocho violas, ocho cellos, cinco contrabajos; quedaban tres y tres violines, dos violas. Estaba diezmada, las autoridades no apostaban porque el producto no devolvía como para invertir (la cultura nunca será un gasto).
Sin embargo, el ingreso de sangre joven, de pibes que no tenían que ver conmigo (estaban algunas cuerdas en la orquesta primaria del Liceo, y siguieron estudiando) y también vientos, que les daba facilidades para trasladarse a Buenos Aires, nunca les hice problemas, ni consultaba con las autoridades. Incluso un fagotista me dijo: “No me quieren dar autorización ni licencia, tengo que ir a buscar un fagot nuevo a Alemania”. Miré la programación y lo tenía que bancar un ensayo. “Sacá artículo por ese ensayo y andate, yo me hago cargo. Con una condición: firmá la renuncia, porque si no venís estás afuera. Pero no tengo intenciones de que vos te vayas”. Me cae con un fagot nuevo, se perfeccionó en Buenos Aires, ¿le voy a poner piedras en el camino?
Pese a todo eso, también tuve mis errores, y las mismas personas se han enojado conmigo. Deben tener razón, porque seguramente habré sido muy duro, les habré hecho algo en algún punto de la vida que nunca se olvidaron.
-Siendo un rol tan complejo, ¿de dónde salieron las ganas para tomarlo?
-Nadie es profeta en su propia tierra. Tuve que pagar un “sí, quiero” con muchos momentos difíciles de vivir. No porque yo haya tenido razón; es porque si te ponés del otro lado vas a ver cosas vos mismo. Ahora veo eso: en aquel momento sufría y me daba mucha rabia. Y era implacable.
-En todos. He tenido de dar de baja gente que estaba atornillada en los asientos, tenían 950 años, tantos como mañas. Si llamás aparte a una persona y le decís “no hagas más esto, porque te queda corta vida acá”. Cuando arreglé mi contrato avisé lo que iba a hacer: “Si esto no está, ni de mi sueldo voy a hablar”. Fui apoyado: cambio de horario de la Orquesta. Los músicos iban de acá a Paraná, volvían, iban al ensayo cuando ya habían dado cátedra, ensayado allá: el bostezo más chico les llegaba a las cejas. “El ensayo tiene que pasar a la mañana”: la rebelión fue terrible, pero fue inexorable el cambio. “Tiene que salir de esta sala de ensayo, que es una ratonera, y pasar al Centro Cultural”, y así sucesivamente.
¿Cuál fue el resultado? La sanación total del organismo. Luché por una recategorización que los llevaba al doble del sueldo. Llegué hasta el secretario de Hacienda, que era de terrible acceso. El presidente de la cámara de Senadores era asiduo a mis actuaciones, y me valoraba muchísimo. Sacó una tarjeta, la firmó, “andá con esto”. El secretario me dijo: “Así que tus armas son estas”. “Tus armas son el poder y son injustas”, le contesté; “me estás juzgando por algo que no es para mí. Si vamos a la ley, no se está cumpliendo una paritaria, pero yendo a la parte humana, ¿te parece que podés condenar a un músico a vivir en la miseria, cuando están poniendo sus herramientas de trabajo?”. Igual él hacía bien, estaba cuidando el dinero de todos nosotros.
Cuando yo pedía esto ya había pasado el primer concierto, y pasó de cero público a teatro con gente afuera. Entonces la mirada de la Orquesta era otra. Ahí tenía mis armas: sobre la realidad estructural, disciplinaria, y sonora. ¿Por qué iba la gente? Es un alimento la música; si vas a un restaurante y comés mal, no volvés. No había que curar el síntoma, había que curar el mal: erradicando el mal se va el síntoma. El éxito vino solo.
Traje primeras figuras como (Néstor) Marconi, que nunca había venido: hice el Concierto para bandoneón y orquesta, que acá no se conocía. Traje los mejores pianistas del mundo, los mejores directores que pude. Y empezó a subir el nivel, porque subía la exigencia. La exigencia subía fuera de mí, porque traía directores que presionaban mucho sobre la manera de tocar, los solistas lo mismo: no había techo. Yo era partícipe necesario, porque cedí el podio a mejores directores que yo. Y los solistas eran un trago amargo, no era fácil dirigir figuras: había noches que no dormía. También me cansé de ese estrés.