Jueves 20.2.2025
/Última actualización 15:46
Asistí en febrero del 2025 al acontecimiento teatral del verano... para los actores de teatro. Hace años que sucede. Ha recibido premios de la crítica, el “Estrella de Mar” de varios rubros; no paran de elogiarlo. Pero la misa es ir a verlo. Un ritual para los actores y/o aprendices de actores, que es lo mismo, se es teatrero de corazón, por ahí avanza Pompeyo. Averigüemos de quien se trata.
Wikipedia dixit: “Pompeyo Audivert (Buenos Aires, 10 de agosto de 1959) es un actor, director teatral, dramaturgo y docente argentino. De destacada trayectoria en teatro y televisión, también dirige desde 1990 el Teatro Estudio El Cuervo, donde dicta clases de actuación.
Biografía: Como actor se destacó en muchas obras, entre ellas: ‘Postales argentinas’ y ‘Hamlet o la guerra de los teatros’, en ambos casos con dirección de Ricardo Bartis; en ‘Esperando a Godot’, de Samuel Beckett, con dirección de Leonor Manso; ‘La hija del aire’, de Calderón de la Barca, y ‘El rey Lear, de Shakespeare’, ambas con dirección de Jorge Lavelli; en ‘Final de partida’, también de Samuel Beckett, compartiendo dirección junto a Lorenzo Quinteros; en ‘Heldenplatz’, de Thomas Bernhard, con dirección de Emilio García Wehbi; y en ‘Marathon’, de Ricardo Monti, con dirección de Villanueva Cosse”.
Es un personaje de… “la santísima madre de Dió” . Pero es necesario plantarse y decir las cosas como se las vio.
Hizo un trabajo en un teatro que es una joyita (El Tronador). Todo funciona y lo que hizo si no funciona bien la luz, las luces, no sirve; si no funciona bien el sonido no sirve (tenía micrófonos como las orquestas del Teatro Colón, desde arriba y eficazmente distribuidos) y fondo, parrilla, todo como para que hiciese lo que quisiese hacer y eso sucedió. Hizo lo que quiso.
Mientras estaba en la butaca pensaba en “Pancho” Loiácono, periodista en la revista Antena. Hombre del espectáculo. Del paquete de “los Loiácono”. Uno famoso era “el Rengo”, empleado del diario Crítica, al que cita Cátulo Castillo en el tango con el que despide a Homero Manzi. Cuando dice “...está esperando Barquina...” es que al secretario y “alcagüete” de Botana le decían, por la renguera, Barquinazo. El padre de Pancho era florista, tenían un puesto en el mercado de flores. Hay varios Loiácono en el tango, en el teatro, en el periodismo. El más entrañable “Pancho”.
Tenía, consiguió, era suya la distribución de la revista “Muscle/Power”. Una revista para crecer en el físico que en sus páginas mostraba ejercicios y -también- promocionaba los concursos para mostrar físicos músculos, desarrollados, mejores, más allá del ideal griego. Arnold Schwarzenegger fue Campeón Mundial, en un concurso fue el mejor desarrollo físico… del mundo. A poco de entrar en ese mundo del ejercicio por el ejercicio mismo uno se enamora de su cuerpo. Observaba actuar a Audivert y pensaba que estaba delante de un enamorado de su cuerpo de actor, desarrollado hasta la exasperación. Ni bien ni mal. Sucede.
Pancho habló con Carlos Artagnan Petit y lo convenció. Concursos de fisicoculturismo, así se llama la disciplina, los lunes a la nochecita en Teatro Maipo.
Dos problemas. El público. Venían los enamorados de ésa disciplina, desviación del desarrollo físico. Y los que se sentían “enamorados”, inspirados en los fisicoculturistas. No era mucho público. No eran muchas entradas. Años de profundos placares, no olvidar. Pero “el mal del colmo”, como decía un político muy conocido, es que al retirarse del escenario esos físicos desarrollados y maquillados (aceites yodados, etc.) se limpiaban en la cortina, la rozaban. La ensuciaron. Una fortuna la cortina roja del Teatro Maipo. Se gana y se pierde. Carlos A. Petit en esa perdió. Pancho sufría. Sostenía: “El fisicoculturismo no es malo… falta tiempo, quién dice que es malo cuidarse y cuidarse el físico”.
Miraba a Audivert y pensaba que había desarrollado todos los músculos. No solo los bíceps, el Tríceps Sural, los Glúteos, el Deltoides, el “esternocleidomastoideo”; Audivert desarrolló con seguridad el Risorio de Santorini, el Orbicular de los Párpados, tremendamente el Masetero. No se puede hacer lo que hace Audivert sin el desarrollo del cuerpo músculo por músculo. Despaciosamente, pero sin pausa. Para cabalgar en el escenario el tríceps sural es indispensable. En un momento cabalga en el escenario. Lo hace porque puede, acaso no lo necesitaba. No se sabe. Sucede.
Bueno... ¿que hace Audivert? Vuelve minusválido a Shakespeare y se torna glorioso al resolverlo. Que quede claro. Compone su trabajo sobre una obra de Shakespeare. La minimaliza. Ni bueno ni malo. Eso es.
“‘Habitación Macbeth’. A través del cuerpo de un actor (encontrado en la fosa del teatro), las brujas fatídicas del páramo de huesos representarán la tragedia ‘Habitación Macbeth’, para el goce, deleite, y catarsis metafísica de nuestra majestad creadora Hécate, vulgarmente conocida como el público”. Eso dice en el avance de “Teatro El Cuervo”, que dirige Pompeyo Audivert. Refiere a la obra. Es su palabra autorizada.
Es difícil ver esta actuación sin saber sobre “Macbeth” (el tipo y la lady, la crueldad, los asesinatos). Es difícil sin el código del teatro. Mínimos gestos. Un actor que si está inclinado es un personaje, si abre la boca es otro, si aúlla un tercero (una bruja, las brujas). Audivert hace un manual de estilo. Completa todos los cuadritos sobre qué hacer en el escenario. Fisicoculturismo al mango. Sabe y puede.
La obra del compañero Shakespeare es sobre un asesino, las intrigas, los fantasmas y la culpa. El autor en sus textos trabajó una especie de Kama Sutra del Teatro. En el desarrollo de sus obras terminan en escena todas las posiciones del drama. En “Macbeth” trabaja eso, el acompañamiento de la culpa. Las brujas, la justicia circular que finalmente llegará (la justicia es la muerte del asesino).
Audivert es feliz presentando, con una camisola, su maquillaje y sus tonos, mas sus gestos, y sus voluptuosas búsquedas de pájaros en el aire, eso que planteaba Shakespeare. Es un imposible. No está, pero la seducción del actor es mucha. La ejerce. Hay un Narciso mirándose en los gestos de los espectadores como si fuese un verdadero estanque. Ese estanque está. Se respira despacio en la platea para no distraer al artista que, desde el escenario, desarrolla su catálogo de “soy lo que soy pero puedo ser más… y más”. Deslumbra. Es un flash tras otro. Los flashes enceguecen. La vida es por fuera de los flashes.
Una espada, una silla, dos marcos de cuadros y lo extraño: un púlpito con micrófono moderno y un texto que finalmente sirve para un escape (se enoja con el país, consigue risas y adhesiones). También es extraño el músico, un cellista al costado del escenario, indispensable para la obra que hace Audivert y que, puesto a actor para un par de diálogos necesarios, incluido el verdaderamente crucial (hijo de una muerta… etc.) demuestra su oficio: cellista.
A la salida mi reflejo de encontrar asidero en la memoria me trajo a Raúl González Tuñón y uno de sus mas bellos poemas (aconsejo escuchar versión de Tata Cedrón) sólo haría falta cambiar una palabra y el texto quedaría perfecto: “Los (¿actores?) usan gorra gris, bufanda oscura y camiseta a rayas. Algunos llevan una linterna sorda en el bolsillo. Por otra parte, se enamoran de robustas muchachas, coleccionan tarjetas postales y a veces lucen un tatuaje en el brazo izquierdo, una flor, un barco y un nombre: Rosita. Todos los ladrones están enamorados de Rosita y yo también. Los ladrones saben silbar, bajarse de los coches en movimiento y bailar el vals. Aman, sobre todo, a la madre anciana y cuando ésta se les muere cantan un tango, lloran desconsoladamente y de los objetos dejados por la muerta, a repartirse entre los hermanos, eligen una virgen de plata y el canario”.
Es una historia dentro de las historias urbanas la de los actores. Al salir a la noche marplatense se los veía felices. Habían ido a una misa. La fe del actor es bella. Sin esa fe no existe el día debajo del escenario. Pompeyo es un santón que les dice todo lo que se puede hacer, todo a la vez, como se ha dicho: un vademécum. No actúa todos los días. Más allá de la devoción:¿cual es el mensaje?
Tuñón, en el punto esencial de su poema sostiene: “todos los ladrones están enamorados de Rosita… y yo también”. Todos los actores están enamorados de Audivert. Con excepciones.