“En la esencia de las almas/ Dice toda religión /Para mí qué es el amor /Después del amor”.
“En la esencia de las almas/ Dice toda religión /Para mí qué es el amor /Después del amor”.
La canción de Fito Páez da vueltas en el escenario. No puede estar, no está, pero el teatro es una magia en tres tiempos. Escribir, actuar y recibir en la butaca. No sé. Tal vez. Quien sabe qué...
Los datos dicen: “‘Quieto’ es una obra de teatro protagonizada por Miguel Ángel Rodríguez y Florencia Naftulewicz. Se estrenó en Mar del Plata el 3 de enero de 2025”.
“La obra cuenta la historia de Renzo, un hombre viudo que se recluye en su casa, y Julieta, su hija, que decide pasar un fin de semana con él. El reencuentro entre padre e hija revela cuánto están dispuestos a hacer el uno por el otro”.
Si se permite una digresión: es una variante límpida de “Huis Clos”. Es una obra a puertas cerradas. Sartre dice: “El infierno son los otros” (en francés, “L’enfer, c’est les autres”. Quitar esos infiernos particulares es la propuesta. Conversando. Sin escape. De eso trata la obra.
La gacetilla dice: “‘Quieto’ es una obra sobre el amor incondicional, los sacrificios y el reencuentro.
Autoría: Florencia Naftulewicz. Dirección: Francisco Lumerman. Intérpretes: Miguel Ángel Rodríguez y Florencia Naftulewicz. Vestuario: Paola Delgado. Escenografía: Rodrigo González Garillo. Iluminación: Matías Sendón. Duración: 60 minutos”.
Esta muchacha que decide pasar un fin de semana con su padre tiene cuentas a pagar y reclamos por cobrar. Su padre sabe de todo eso pero el camino del encierro es el del olvido imposible: encerrado en esta casa con estos fantasmas nada de fuera llegará y los fantasmas me alimentan y con ellos vivo. Por ahí va la cosa. Eso se presenta. Hay que desarrollarlo.
La hija prueba insultos, enojos, amorosa amistad, prueba todas las variantes de hija... con un pequeño Edipo dando vueltas. El lógico.
Su padre intenta la quietud, el afuera, el existencialismo aquel adecuado a la vida de este siglo que ya tiene teléfonos, memorias en celulares y delivery.
Son dos personas buscando el amor de un modo diferente pero necesario. Acabo de advertir que cité a Sartre y la autora cita a Cortázar, al que Sabina le robara la metáfora (como se quiere a un gato).
La cita de la frase en la obra no es de ningún modo casual: Julio Cortázar decía que se debe querer a las personas como se quiere a un gato, es decir, respetando su carácter e independencia, sin intentar cambiarlo o domarlo. La frase completa es: “Querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter y su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad”.
Nada es casual en esta obra de teatro que desafía la lógica comercial veraniega.
No es para pasar el rato, es para ganar el tiempo mirándose en dos espejos. El de la hija y el de “el viejo”.
La actriz, también autora, es un soplo que cruza el escenario va y viene y no se aparta de su objeto (¿del deseo?) resuelto en la frase esencial: levántate y anda. Hasta podría decir “abramos las ventanas a la vida”. Dura tarea la suya. Ese es el desarrollo de su nudo y de los textos -preciosos-justos-claros-. Hay demasiada vida real en lo suyo. Demasiada. Asombra tanta justeza.
El personaje de Rodríguez es “les must de Cartier”. Una joyita que hay que tener. Vaya y cómprela.
Apareció y estará todo este verano. Busqué infructuosamente la caída en lo zafio, vulgar, donde encontraría ese personaje de tales características, en su caso necesarias para ganarse la vida y no, que no y no. Buscaba un Rodríguez que ya no existe.
Rodríguez, como ese padre a solas con su hija, que vino porque ella quiso, adquiere dimensión de Teatro.
Un actor que a poco es el personaje y un personaje que a poco se mete dentro nuestro y nos deja esperando qué dirá, cómo lo dirá y sabemos que comprenderemos porque si, porque dirá lo que corresponde y que eso debía suceder (hallazgo de texto, tempo y dirección). Estamos atrapados en la obra.
Es una hora en mitad de marquesinas de temporada y, como dijese el poema de Silvio Rodríguez: “Lucecitas montadas para escena”.
Aquí sucede otra cosa bien diferente, que todos podemos explicar pero cuesta afirmarse y decir la constatación: el teatro existe y ésa comunicación es en los tres tiempos mencionados. Se escribió, se representa y llega. No puede fallar si se hace bien. Eso sucede. Mañana será otro día, será lo dicho: otro día. Parecido y diferente.
Vienen a verlo los otros actores en su día libre. No es poca cosa, es todo. Vienen a ver un trabajo verdaderamente bueno y vienen a poner el cuerpo y aplaudir a un actor que no llena la sala pero engorda ese anhelo que no termina: contar. Transmitir. Alterar. Aumentar. Trocar.
El teatro es un juego de verbos apenas transferibles una vez, porque mañana será distinto.
¿Sirve?...Volvería mañana y lo llevaría al amigo que me pregunta: ¿Che... que hay que ver en teatro en Mar del Plata?
Me sucede una música que es de otro giroscopio. Estoy dentro. No se corresponde con la oferta dramática. Para nada. Igual cantaría a la salida: “Nadie puede /Y nadie debe /Vivir, vivir sin amor”. Levantaría el pecho al encenderse las luces. En el buen teatro “hay un perfume que lleva al dolor” y es tan, pero tan necesario...
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