Natalia Pandolfo
Fue este jueves, en Mauro Yardín International Bookstore, un nuevo local ubicado en Mendoza entre San Martín y San Jerónimo. Es la primera vez que se realiza en la ciudad un evento de este tipo. Los cupos para participar desaparecieron en minutos, como por arte de magia.
Natalia Pandolfo
npandolfo@ellitoral.com
Harry Potter se secó las gotas de transpiración que salpicaban el rayo en su frente, se prendió un pucho, revisó el celu y se apoyó sobre la pared a esperar. En la peatonal, el calor mostraba su superpoder a las seis de la tarde.
Los anteojos redondos de rigor, la capa negra hasta el piso, camisa de mangas largas, varita, corbata a rayas y una bolsita de famoso cotillón: Mauro Arias, barrio Las Flores, 26 años, estudiante del Profesorado de Inglés, fue uno de los que se sacudió la vergüenza y se animó a convertirse por un rato en el niño que sobrevivió.
En medio de las preguntas sobre la historia de su fanatismo, como para dejarlo probado, comenzó a recitar de memoria los primeros párrafos del volumen 5, “Harry Potter y la Orden del Fénix”, el más extenso de la saga.
—¿Qué traés ahí?
—Le traje un sombrero a mi amigo. No iba a ser yo el único tarado que viniera disfrazado.
Celebrar la magia
De a poco fueron llegando, reconociéndose, aflojándose. Bufandas tejidas de las distintas casas del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería desfilaron por la Santa Fe de febrero; así como gruesas capas de terciopelo, y hasta hubo quien se animó al disfraz de Hagrid, el enorme personaje oculto por la larga maraña de pelo y la barba salvaje, que viste con pieles.
Collares, mochilas con una lechuza Hedwig asomando, remeras y buzos se unieron como imantados en la puerta de la librería. En las veredas de enfrente, los vendedores se asomaban para participar con sus miradas del show, y los pasajeros de los colectivos giraban sus cabezas como atraídos por la fuerza mística de Severus Snape.
Así fue la primera edición de la Harry Potter Book Night en Santa Fe: a esa hora, en distintas partes del mundo, otros fanáticos de la saga también se reunían para celebrar la magia de esos textos, llevados al cine y convertidos en objeto de culto por millones de seguidores.
La librería estaba cerrada: desde afuera sólo se adivinaba la silueta de una Dolores Umbridge que iba y venía nerviosa entre el decorado.
A pesar de la exclusividad de la convocatoria —las actividades eran en inglés-, más de 200 personas quedaron afuera del cupo establecido. “Nos sorprendió, no esperábamos esto. Seguramente dentro de un par de meses estaremos organizando algo similar pero en castellano, para que puedan participar todos”, dijo Sandra Pamater. La dueña del negocio, esposa de Mauro Yardín, emergió misteriosamente debajo del disfraz de Madame Hooch, la instructora de vuelo de Harry y su banda, y volvió luego a su personaje, en cuestión de segundos.
Ficción real
Poco después de las 18.30 se abrió la cortina metálica y comenzó la ceremonia. El lugar —un amplio local con pisos de madera, que perteneciera durante muchos años a una joyería-, estaba ambientado con las banderas de las cuatro casas, y la música del pianito era el traslador infalible al universo pottérico.
Luciano, Leticia, Josefina, Gisela, Gabriel, Nicolás, Fernando, Lucía, Florencia: uno por uno fueron convocados los 50 elegidos, en su mayoría veinteañeros, más algunos que habían quedado afuera y se acercaron como para ver si la magia estaba de su lado: por suerte, siempre alguien falta. La entrada era gratuita, pero había que registrarse y el cupo era de 50 personas.
Cuando Minerva McGonagall cerró con llave, comenzó la ceremonia del Sombrero Seleccionador. Los vendedores se habían transformado: allí estaban Trelawney, la profesora de Adivinación que interpreta en las películas Emma Thompson; Madame Hooch, la inefable Dolores Umbridge, el gran Rubeus Hagrid, con los respectivos trajes originales que conmovían por su belleza.
“La actividad fue promovida por la editorial británica Bloomsbury Publishing, con la idea de celebrar la magia de los libros de Harry Potter” explicó Camila Muñoz desde la librería.
Cada participante fue derivado a una casa, de acuerdo a lo que el Sombrero (y un sorteo en vivo) decidieran: de esa manera, se desarmaron los grupos iniciales y se formó un orden nuevo. Ahí comenzó la fiesta: trivias, preguntas y respuestas, adivinanzas, juegos, todo en inglés, todo relacionado con el universo creado por J. K. Rowling. Puntos para Gryffindor, para Slytherin, para Hufflepuff y para Ravenclaw volaron por los aires, en horas extraordinarias robadas al paso del tiempo.
Afuera anochecía, los negocios ya apagaban sus luces y los colectivos espaciaban sus pasadas. Pero eso ya era parte de otra historia. Como diría el viejo Dumbledore: “Claro que esto sucede en tu cabeza, Harry, pero ¿por qué eso tiene que significar que no es real?”