Estrenada este lunes en la plataforma, The last dance despliega de manera exhaustiva y apasionante la historia de un hombre que siempre se imponía a toda adversidad, quizás la mayor razón de por qué la producción está conmoviendo y conectando tanto en Chile como en EE.UU.
Michael Jordan y los brillantes Chicago Bulls de los años 90 vivieron un glorioso retorno esta semana, al estrenarse los dos primeros episodios de The last dance. Aunque la temporada irá completándose de a dos capítulos –cada lunes, hasta llegar a diez–, con impresionante velocidad la docuserie de Netflix y ESPN se convirtió en uno de los fenómenos más poderosos del streaming y la TV durante la pandemia (la misma contingencia adelantó su debut, inicialmente planificado para junio).
Tenés que leerThe Last Dance, la serie de Michael Jordan, bate récord de audienciaMientras en la plataforma va primera entre lo más visto en Chile y muchos países, en EE.UU. destrozó marcas en su emisión en el canal deportivo el domingo. Una respuesta calurosa a una producción plagada de entrevistas, archivo inédito y una historia colmada de conflictos y la sed de triunfo de su protagonista.
¿Qué pasaría si el equipo estrella de la década está a punto de vivir su último año?, es una pregunta válida para todos los grandes grupos –deportivos o no–, pero en la historia que retrata la serie de Jordan adquiere un peso dramático difícil de igualar.
El grupo en cuestión, los Bulls, iba en la temporada 1997/98 por su sexto título en ocho años, algo totalmente inédito para la NBA y para su propia historia, siempre mirando de lejos la gloria de otros y sin generar un gran arrastre en su ciudad.
Ese equipo enfrentaba a fines de los 90 un escenario de total incertidumbre: el cerebro detrás (el entrenador Phil Jackson) lo máximo que pudo acordar fue una temporada adicional de contrato, la máxima figura (Jordan) pasa buena parte del año eludiendo respuestas sobre su continuidad, los otros astros (Scottie Pippen, Dennis Rodman) viven problemáticos meses, mientras el hombre a cargo del armado financiero y estratégico (el gerente general Jerry Krause) aspira a iniciar cuanto antes una nueva etapa.
Todo eso la serie lo recrea con un nervio envidiable. Se sustenta esencialmente en el acceso total que dio la institución a un equipo que con cámara y micrófonos se ubicaron en la interna del vestuario, donde Jordan figura como el amo y señor. Angustiante y épica, la progresión de ese año se ve y oye a través de ese material, en buena parte inédito, pero en complemento con entrevistas a todos los protagonistas en la actualidad.
La principal es a Jordan, sentado en su casa, evocando cada momento de su carrera, como una leyenda que recuerda sus victorias y tropiezos con el nivel de detalle de si estuvieran ocurriendo en el presente. Y sincero, además, para hablar de los momentos que lo dejan mal parado. En base a su testimonio también se articula la otra mitad del documental, en que viajan a sus comienzos como un promisorio jugador de la Universidad de North Carolina, los Chicago Bulls lo convocan y rápidamente transforma la mentalidad de un equipo acostumbrado a perder.
El histórico número 23 revolucionó por completo la institución y la NBA, como bien señala Larry Bird, de los Bolton Celtics, a propósito de un memorable enfrentamiento en el 87. “Nunca antes había visto algo así y nunca lo volví a ver. No era Michael Jordan. Era Dios disfrazado de Michael Jordan”, dice.
Hasta Barack Obama –que figura únicamente asociado a que vivió en Chicago– aparece para rendirle homenaje a él y la manera en que el equipo agitó la ciudad. Contra toda adversidad, Jordan se imponía y quizás eso es lo que resulta tan conmovedoramente inspirador hoy, en un mundo paralizado, aterrorizado y sin certezas.
Pero en su viaje lleno de emoción -un regalo caído del cielo sin eventos deportivos en vivo- siempre la serie busca ampliarse recurriendo a los matices y a sus personajes brillantes, desde el villano de la función (Krause, un tipo aparentemente genial en su gestión pero con demasiadas razones para ser odiado) a Dennis Rodman, el incorregible hombre que siempre vivió al límite, entre su juego soberbio e irregular y su coqueteo con las cámaras (relación con Madonna incluida). Todos atributos que lo hacen disfrutable para una audiencia mucho más voluminosa que solo los amantes de los deportes o la NBA.
Como parte de las elogiosas críticas que ha recibido la producción, The Guardian destacó que con sus imágenes permite “entender quién era realmente Michael Jordan: un animal tan competitivo como el deporte profesional jamás ha visto”. Vulture, por su lado, anticipaba: “The last dance habría sido un gran documental deportivo ampliamente consumido bajo cualquier circunstancia. Pero en los momentos difíciles y difíciles que viven los estadounidenses y las personas de todo el mundo, será venerado como un oasis lleno de drama en tiempos de sequía”.