Roberto Schneider
Catorce mil espectadores durante diez días para apreciar 32 espectáculos son las cifras más contundentes del éxito de esta edición.
Roberto Schneider
La historia de la Fiesta Nacional del Teatro es indudablemente fantástica y tiene muy poco de lineal. Tantos años de vida ponen sobre el tapete la distancia entre el teatro que se ofrece en su intensa, variada y rica programación y, por ejemplo, el teatro comercial. La historia de esta Fiesta no sólo vive en su presente, sino que considera su pretérito y mira a su futuro, porque siempre quiso establecer un criterio inequívoco respecto del lugar que ocupa el teatro en una sociedad contemporánea y democrática.
El teatro que se hace, se siente, se discute —¡y cómo!- y se aprecia en este gran escenario de la Fiesta Nacional es un teatro que asume su compromiso histórico, ético y moral, un teatro hecho de poesía, de ilusión, de sentimientos humanos, que demuestra que es también un teatro de arte responsable, que su campo de acción es el hombre y que entonces es posible mejorar el mundo.
Esta edición transitó por un camino certero, construido con condiciones objetivas históricas, políticas y estructurales con los que han tenido que trabajar concretamente el Instituto Nacional del Teatro con el apoyo del Gobierno de Mendoza en diversos estamentos, para ratificar que la responsabilidad de los poderes públicos es muy grande y certificar que el teatro que se mueve en el terreno incontrolable del arte y de los sentimientos humanos es un factor indiscutible del crecimiento cultural de los ciudadanos.
Para el titular del Instituto Nacional del Teatro, Marcelo Allasino, la Fiesta es uno de los acontecimientos teatrales más significativos que organiza el INT. “Federal y diverso, cada año confluyen en una provincia del país elencos de toda la Argentina, además de técnicos, investigadores, periodistas, docentes, críticos y funcionarios. En el marco de un ámbito plural y de encuentro, la Fiesta reúne cada año las variadas expresiones teatrales de cada una de las regiones argentinas”, donde resuenan voces “con matices regionales, se plantean tensiones compartidas y singulares y se hacen visibles cuerpos, texturas y gestos atravesados por marcas identitarias capaces de confirmar la riqueza de Argentina como país culturalmente potente y singular”.
Lo más sobresaliente
Catorce mil espectadores durante diez días para apreciar 32 espectáculos son las cifras más contundentes del suceso de esta edición, marcada asimismo por ciertas dosis de evolución de algunas regiones más lejanas de los centro de producción más contundentes como Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Mendoza y Tucumán que, una vez más, dieron a conocer producciones de primer nivel artístico. La bienvenida sorpresa estuvo dada por Neuquén, que con “Quiero decir te amo”, del joven dramaturgo Mariano Tenconi Blanco, y dirigida por Juan Parodi despertó las ovaciones más frenéticas de la fiesta. En su narración es la historia de dos mujeres que encuentran en el refugio literario el escape hacia el amor. La puesta en escena, sumamente exquisita en sus detalles más mínimos, es el vehículo perfecto para el lucimiento de las actuaciones de Jorgelina Balsa y Clara Miglioni, dos actrices excelentes entregadas al juego de una interpretación sin duda alguna brillante. Un punto altísimo es la escenografía de Valeria Conte Mac Donell por su sugestiva belleza, y un vestuario que es signo de teatralidad. En el inicio, una de las actrices canta una bellísima versión de “Yo no sé que me han hecho tus ojos”, de Francisco Canaro, para que la emotividad de los espectadores se ponga de manifiesto. “En tu pelo”, interpretado por Luciana Yuri, cierra con contundencia un espectáculo que guardaremos en la memoria.
“Volver a Madryn”, de Rodrigo Cuesta, llegó desde Córdoba para impactar a partir de su riqueza formal, enriquecida por la estupenda labor de tres actores de brillante desempeño sobre la escena: Ale Orlando, Ignacio Tamagno y Hernán Sevilla se sacan chispas, para entregar composiciones también para el recuerdo de un suceso con multiplicidad de relatos. Fuertes efectos de sentido y riqueza formal para que la historia fluya con aceitada expresión. Las sombras reinan sobre la escena para que la obra cree lenguaje. La repetición juega en el resultado de alta emotividad en una totalidad magnífica enriquecida por el diseño de iluminación de Rodolfo Ramos y el mismo Cuesta, quien ordena desde la dirección una maquinaria feroz para narrar una historia que interpela al espectador para la más pura reflexión.
“Nada del amor me produce envidia”, de Santiago Loza, llegó desde Buenos Aires con la superlativa actuación de su única actriz, Gabriela Pérez Cuba, quien ofreció la posibilidad de descubrir una vez más alta poesía dramática, en un exacto espacio escénico para narrar la bella historia de una costurera de barrio conmovida cuando recibe el mismo pedido de dos grandes figuras de la mitología argentina como Eva Perón y Libertad Lamarque. La dirección de Marcela Juárez marca los tiempos necesarios para el lucimiento de la actriz, en una totalidad sumamente bella, con altísimas dosis de teatralidad.
Entre Ríos fue sin duda uno de los platos más exquisitos de esta Fiesta. Con “El cruce”, de Gabriela Trevisani a partir del cuento de SebastiánBorkoski y relatos de Horacio Quiroga y dramaturgia impresionante de Valeria Folini, se brindó la posibilidad certera de disfrutar de una danza de los cuerpos y de los sonidos, con signos teatrales de envergadura puestos sobre la escena para el disfrute de los espectadores que rieron y ovacionaron a los tres actores protagonistas, Juan Kohner, Toño López y Andrés Main, en un aceitado trabajo de construcción de la relación de tres hermanos particulares. “El cruce” es también un recorrido por el arte litoraleño potenciado por esos tres actores que con canto, acrobacia, actuación y un planteo sonoro pone sobre el mejor discurso un preciso y precioso planteo de un universo del mejor teatro popular bien entendido, con la marca identitaria de la región.
Desde Rosario llegó “Laurita. Tiene muchas cosas que hacer. Ficción autobiográfica”, de Laura Copello y Ricardo Arias para destacar un perfecto armado de paisajes entrañables y motivadores. Lo más contundente es el itinerario que se realiza por el camino encantador, inteligente y amoroso del personaje protagónico. Las palabras cobran sentido profundo de incuestionable compromiso político y artístico. La belleza de la totalidad impacta en la más pura emotividad del espectador a partir del minucioso trabajo interpretativo de la adorable Copello, magníficamente dirigida por Arias. Para resaltar también el diseño y construcción de objetos de María Paula Díaz y la asistencia de Felipe Haidar.
“Las hijas de Bernarda” de Edgardo Dib en una versión de “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca, permitió una vez más apreciar el trabajo brillante de Dib, que toma un clásico para instaurar en la escena la historia de esas mujeres con hambre de varón. El drama se corporiza en magníficas escenas de la más indiscutida teatralidad enriquecida por el trabajo de diseño de escenografía e iluminación dibianos y el estupendo comportamiento de un muy buen elenco encabezado por Javier Luquez Toledo en una composición de brillante factura.
Más de lo mejor
“Barroco americano”, de Alberto Moreno, arribó desde Catamarca para ofrecer un estallido de estrategias discursiva, con la mejor melodía del habla y de los cuerpos en escena. La claridad conceptual se aceita con el mejor elenco, entregado a la propuesta del director. En la totalidad hay un intenso andamiaje en la comunicación con el espectador, encerrado en sus propias significaciones cotidianas. “Barroco...” establece un perfecto vínculo entre las periferias y los centros teatrales para democratizar al espectador, sumamente entretenido con una totalidad enriquecida con inteligencia. El elenco es otro de los valores más relevantes de la propuesta: Patricia Medina, Marcia Rodríguez, Martín Serra, Juan Alessandro y el mismo Moreno hacen las delicias de la platea.
“Gurisa”, de Toto Castiñeiras, de CABA, deslumbró a los espectadores a partir de la plasmación más rigurosa y entretenida de un poema gauchesco con marcada épica narrativa. Se advierte el universo de la pampa y sus gauchos, en realidad en este caso de las “chinas” de la historia. Hay un elevadísimo nivel artístico en la totalidad que tiene al cuerpo de los actores como nivel de expresión mayor. Esos cuerpos son un dispositivo escénico que tiene siempre al otro como soporte. Todo se conjuga en una gran explosión de creatividad, transformado en un acto de profunda belleza. La tensión ideológica se sintetiza en una magnifica totalidad en la que el espectador se deja llevar. Imposible no mencionar las excelentes interpretaciones de todo el elenco y las luces de Omar Possemato, de indiscutible protagonismo poético.
“Alimaña”, de Nazarena Rojo, vino desde la Rioja para mostrar un perfecto proceso de investigación de aristas particulares, con fuerte tono expresivo en el que la idea esencial es construir un lenguaje común en el que intervienen diversos discursos. El trabajo riojano encuentra su punto más alto en el universo de los pequeños detalles, como el dispositivo visual estupendo de Rodrigo Oliva y la entrega más absoluta en la interpretación de Franco Manuel Cesarini, perfecto como el émulo de Gregorio Samsa en “La metamorfosis” kafkiana. Sin encasillamientos, la totalidad ofrece un trabajo basado en la corporeidad infinita.
“Gustav”, de Chubut, emocionó con la historia de Diego Araujo que plantea el devenir de un hombre maduro a lo largo de su historia de vida. La música es elemento de gramatical sustancia en los acontecimientos vitales de ese hombre que ofrece su corazón en la mano. Desde la dirección, Gabriel Brizuela brinda la posibilidad de acceder a una trama enriquecida por la fuerte presencia de la música en vivo y esencialmente de su actor protagonista, el inolvidable Gerardo Schwartzman, quien disfruta y hace disfrutar junto a sus compañeros de elenco de una noche de embriagada teatralidad.
“El Edipo” de Natacha Saez, desde San Juan, hizo disfrutar a partir de la pura comicidad de una propuesta que se basa en el registro de un solvente grupo de actores que ensaya como payasos y juega e interpreta de manera jocosa, con inteligencia precisa, la tragedia griega. Hay una certera parodia de los pésimos espectáculos infantiles y la totalidad posibilita pensar el arte como posibilidad concreta de reflexión política y artística. Lo genuino en escena.
“Amar amando (o los ojos de la mosca)” de César Romero trajo desde Tucumán una propuesta estética en la que forma y fondo se dan la mano en perfecta simbiosis. Altas dosis de indiscutible teatralidad a partir de una cuidada dirección del mismo Romero, enriquecida por el estupendo comportamiento de un elenco entregado con rigurosa precisión al juego propuesto. Imborrable la actuación de Elba Naigeroben, muy bien acompañada por todos los integrantes del grupo.
La frutilla del postre, sobre el cierre, fue la magnífica “Somos el recuerdo del mar que pasó”, de Diego Martínez, de Mendoza, en una excelente posibilidad de acceder al universo perfecto de personajes y mitos desprendidos de narraciones populares y del universo escrito de Juan Draghi Lucero. Un elenco magnífico maneja los hilos preciosos y precisos de una totalidad enriquecida por la escenografía de Federico Paez y Rosana López y el bellísimo diseño de luces de Noelía Torres. Un espectáculo para recordar por sus altas dosis de poesía y su indiscutible precisión teatral.
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