Por Mariana Páez (*)
Comenzamos a transitar el tiempo del volver. Y nuestros cuerpos nos piden una preparación, un tenerse paciencia. Una época de reflexión.
Por Mariana Páez (*)
Comenzó el tiempo de volver a habitar ese sorprendente espacio público que constituye la escuela. Su edificio, sus aulas y patios. Sus mesas y sillas. Sus pizarrones. Sus recreos y horas de clase. El izamiento. Los actos. Las entradas y salidas.
La escuela es claramente un lugar sorprendente, es decir, donde lo imprevisto tiene lugar. Es donde la sociedad tiene cada día un nuevo comienzo. Una nueva oportunidad. Donde se produce el encuentro de las miradas. Acontece la otredad. La incógnita. El enigma. El misterio que traen esas otras personas que vienen de una historia diferente, de otro barrio, de otros hábitos, con ideas y sentires heterogéneos. Unas veces parecidos o semejantes. Otras tan distintos que cuestionan mis propias maneras. Y en ese encuentro acontece la mixtura, el mestizaje, al movimiento imprescindible para la vida. Lo mío y lo tuyo cruzándose para afectarse.
El espacio público no es de una vez y para siempre. Su materialidad es transitoria. Precaria. Se trata de un tiempo y espacio en permanente transformación. Siempre habrá imposiciones, normativas, leyes. Esa necesidad de encuadre, de reglas de juego. Pero también habrá nuevas sensibilidades abiertas a volver a pensar lo ya pensado.
Comenzamos a transitar el tiempo del volver. Y nuestros cuerpos nos piden algo: aprestamiento le decían en el jardín. Es una preparación, un tenerse paciencia. Una época de reflexión, de hacer filosofía, poesía. Observar lo que me dicen mis entrañas cuando entro. Cuando me encuentro. Cuando me acerco.
Época para alojar los miedos, darles su lugar y aprender de ellos. Dar cabida a la incertidumbre. Rehabilitar al cuerpo, reivindicar su presencia en la escuela, para que recuerde (como ese volver a pasar por el corazón) el acto sublime de jugar, de conversar, de encontrarse en otros ojos. Inventar nuevas maneras de coincidir, reincidir, discrepar, reunirnos en lo parecido y en lo diferente también.
¿Qué puede pasar si hacemos como si nada y volvemos sin detenernos a mirar? Pues eso, nada pasará. Y una rutina reemplazará a la otra y todo seguirá igual. No habremos hecho contacto con los significados que nos dejó el tiempo sin escuelas físicas. Ese sentimiento de paréntesis, de cuerpo interrumpido, de distancia social, será enterrado, escondido. Nos perderemos la ocasión de sorprendernos de nuestras propias ocurrencias cuando nos dejamos llevar por la sorpresa, por la imaginación, por esa convicción de ser quienes hacemos la escuela.
Darle la bienvenida, saludar a nuestra capacidad de inventar es un inmenso acto de salud.
(*) Dra. en Ciencias Sociales, tallerista ESI Escuela Normal, docente UADER, autora del libro "ESI, talleres de cuerpo en juego", Ed. La Hendija / [email protected]
La escuela es un lugar sorprendente, donde lo imprevisto tiene lugar. Es donde la sociedad tiene cada día un nuevo comienzo. Una nueva oportunidad. Donde se produce el encuentro de las miradas. Acontece la otredad. La incógnita. El enigma.