Eduardo Levy Yeyati: "No tiene ningún sentido competir con la máquina, hay que amigarse"
Autor junto a Darío Judzik de Automatizados, vida y trabajo en tiempos de inteligencia artificial, el economista e investigador principal del CONICET habla en esta entrevista sobre un mundo sin trabajo, la complementariedad entre el hombre y la máquina, y por qué la empatía es el refugio de lo humano.
El entrevistado repasó el libro de reciente publicación sobre IA.
Se recibió de Ingeniero Civil en la Universidad de Buenos Aires, es Doctor en Economía por la Universidad de Pennsylvania, y en su vida académica y profesional desplegó una extensa producción en temas tan diversos como la banca pública, las finanzas emergentes, las política monetaria, el desarrollo económico y el mundo del trabajo. Autor de tres novelas y diez libros de ensayos, en el último, publicado por Editorial Planeta y escrito junto a Judzik, su colega de la Universidad Torcuato Di Tella, Levy Yeyati analiza y proyecta el impacto de la inteligencia artificial en la sociedad. Con análisis originales, ejemplos transparentes e interpretaciones afiladas, el libro ofrece una cartografía que permite sumergirse en un fenómeno que apenas empieza a desplegar su impacto. En esta entrevista explica, entre otras cosas, por qué los docentes, los artistas y los terapeutas, aunque son casi insustituibles por la tecnología, también deberían preocuparse por su futuro.
—Una de las principales conclusiones del libro es que en el futuro habrá menos trabajo. Esa certeza abre diversos escenarios, algunos positivos y otros negativos. ¿Cuál sería el escenario ideal? ¿Qué pasa si sale todo bien?
—Ese escenario básicamente nos interpela a quienes estamos acostumbrados a trabajar para vivir y vivir para trabajar, dentro de la ética protestante. En ese escenario volveríamos a una situación que ya se vivió en la historia: en la Escuela de Atenas, donde nacieron un montón de filósofos, entre ellos a Sócrates y Platón, ninguno trabajaba para vivir.
—No quiere decir que no hicieran cosas.
—Seguro. Aristóteles habla de una vida activa en donde, según él, hay contemplación y vida social y política. Y Keynes, cuando hablaba del futuro de la economía, decía que por el aumento de la productividad trabajaríamos solo 15 horas por semana y el resto del día nos dedicaríamos a otra cosa. Siendo un esteta, él pensaba que íbamos a escuchar música mientras tomamos té en el jardín.
—En el libro lo llaman la “utopía del ocio”.
—Donde independientemente de que trabajes o no, vas a tener tiempo para hacer tus cosas. No vas a tener empleo, pero vas a tener ingresos. De alguna forma, se desacopla el trabajo de la remuneración, algo que mentalmente asociamos desde que empezaron a surgir empleos. Antes la gente trabajaba para sí misma, en el campo, por ejemplo.
—¿Sería una vuelta en la historia?
—Sí, porque si vos pensás que el trabajo te aliena, te subordina, te condiciona, la independencia económica te va a dar la posibilidad de realizarte más allá de tu trabajo. Y si querés trabajar, lo vas a hacer, pero no necesariamente por dinero.
—¿El instrumento para desacoplar el trabajo de los ingresos sería algo parecido al ingreso básico universal?
—Es una de las posibilidades, y seguiría manteniendo a las personas como sujetos de consumo. También puede ser que el gobierno, el Estado, la sociedad, provea gratuitamente algunos bienes y servicios públicos, de manera que no tengas que pagar tanto de tu bolsillo. También puede ser que trabajes menos horas, por ejemplo, reduciendo sustancialmente la jornada laboral, y que de alguna forma complementes esos ingresos con bienes y servicios públicos o alguna transferencia fiscal.
—¿Por ejemplo?
—Como las que hoy tenemos. El sistema previsional actual es un ejemplo de transferencia. Por ejemplo la Pensión Universal para el Adulto Mayor (PUAM), que garantiza una cobertura previsional a las personas mayores de 65 años que no cuentan con ninguna jubilación o pensión. Una posibilidad es extender este mecanismo a todas las familias.
ChatGPT es uno de los boots de chat más populares por estos tiempos. Crédito:Reuters.
—Bien. Ésta es la versión optimista que como se explica en el libro demandaría mucho esfuerzo y diseño de la sociedad. Vayamos ahora al escenario pesimista. ¿Qué pasa si no hacemos lo que tenemos que hacer o si todo sale mal? ¿Dónde nos deja esta revolución?
—Ese es el escenario pasivo, que es el actual. La sociedad recién se está despabilando, porque todavía no termina de entender muy bien de qué se trata esta revolución. En este segundo escenario vas a tener muchos desempleados o trabajadores con salarios muy bajos, porque esa es la otra forma de competir con la tecnología.
—Y en la otra punta…
—Una acumulación de ingresos en manos de gente muy rica con una muy baja propensión al consumo. Será una sociedad dual, antagonizante y siempre más inestable políticamente, que puede llevar eventualmente a una guerra civil o algún tipo de movimiento anti tecnología o anti gobierno. Ese escenario te llevaría a una depresión económica, porque los ricos no consumirían, y los pobres no tendrían cómo. Entonces generás una suerte de distopía del estancamiento que atenta directamente contra la innovación.
—¿De qué se trata el “efecto Robin Hood” que describen en el libro?
—Una idea que revierte casi en 180 grados lo que se creía hace 10 años: que la tecnología iba a ampliar la dispersión salarial. La nueva generación de IA sustituye la calificación, entonces el hecho de que vos estés calificado, no te agrega valor.
—Si los traductores simultáneos siguen mejorando, ¿en algún momento saber hablar otro idioma dejará de ser una ventaja competitiva?
—Por ejemplo. Esto significa que la prima de calificación, lo que vos le pagás a alguien que hizo una carrera universitaria en relación al tipo que no la hizo, ese diferencial de ingresos, va a tender a achicarse, reduciendo el ingreso del tipo que se especializó. Esto iguala hacia abajo.
—¿En qué sentido?
—Como la especialización puede ser sustituida por una IA, el ingreso asociado a esa especialización se lo lleva el dueño de la IA, no el trabajador de baja calificación. Es un efecto Robin Hood paradójico, porque iguala hacia abajo: no le saca a los ricos, sino que cae la masa salarial. Hasta hace un tiempo la educación te aseguraba competitividad.
—¿Ya no?
—No cualquier educación. Hay que enfocarse en la educación cuyo resultado puede complementarse con la tecnología. El ejemplo más claro, aunque no necesariamente perfecto, es el de Kasparov y sus torneos de ajedrez mixtos, en donde competía una dupla máquina-hombre, contrA otra dupla máquina-hombre. Ahí finalmente ganaba el tipo que mejor se complementa con la máquina. Este es un ejemplo muy viejo, pero ilustra muy bien la posibilidad de que los hombres sigamos siendo interfaces de la tecnología.
—¿Qué le agrega el humano a la tecnología?
—Justamente, el factor humano. Vos vas a un médico clínico, el médico puede diagnosticar mejor con tecnología, pero vos querés ver a un médico. A un chico de primaria podés enseñarle con un software automatizado, pero hay algo que hace el docente que es irreemplazable. Hay una transferencia, un relacionamiento, una intimidad que la máquina no puede reemplazar, al menos por muchos años más.
—¿Ese mismo elemento humano que está presente en lo artístico?
—Sí. Ahí resurge el valor de lo artesanal y el factor humano en la creatividad. Lo anticipó Walter Benjamin en El arte en la era la reproducción mecánica, en donde se pregunta porqué el original de La Gioconda y una reproducción perfecta, indistinguible para el ojo humano, no tienen el mismo valor.
—¿Por qué?
—Benjamin habla de el aura, y lo vincula con especificidad de la creación humana. Es lo que te lleva a comprar una artesanía imperfecta en lugar de un producto industrial perfecto. Alrededor de esta idea hoy encontrás muchísimos trabajos, generalmente mal remunerados, como escritor, deportista, artista, cantante, artesano, cocinero. Porque a la misma calidad de comida, preferís el chef a la máquina.
—¿Habrá productos que lleven la etiqueta “hecha por humanos”?
—Y van a ser muy valiosos. Pero no tiene que ver con nada económico, sino con una frontera de la percepción humana. En algún lugar irreductible, nosotros necesitamos interactuar con humanos.
—Hay una frase del libro, que tiene que ver con esto último, en donde escriben que “la empatía es el refugio del trabajador humano”.
—Es que lo artificial todavía tiene su lado ominoso, su lado siniestro. Los americanos hablan del efecto uncanny valley, “el valle inquietante”: los robots con apariencia demasiado humana causan rechazo en muchas personas. Vinculado a lo siniestro que Freud le asociaba al doble, el doppelgänger, es decir, el doble fantasmagórico o sosias malvado.
—Toda revolución tiene ganadores y perdedores. Las maestras y maestros de primer grado pareciera que son irremplazables por la tecnología. ¿Quiénes deberían estar preocupados?
—Todos, si la sociedad no reacciona en su conjunto, si sus líderes no reaccionan modificando la forma de pensar, entre otras cosas, la distribución de la riqueza y de los recursos. Todos, porque una sociedad extremadamente dual fragiliza los derechos civiles, fragiliza todas las convenciones que nos permiten vivir de manera civilizada. Entonces, si nadie hace nada, yo me preocuparía. Yo creo que la política reacciona tarde, pero en general reacciona a estos cambios de era. Pero las maestras y maestros de primer grado, si no hacemos nada, también tendrían que estar preocupados.
—¿Por qué?
—Hoy los docentes, los artistas y los terapeutas, por ejemplo, son los menos sustituibles. Pero ninguno de ellos gana mucho dinero, ni va a ganar más dinero a futuro, porque todos los desplazados se van a dedicar a ser docentes, artistas o terapeutas. Eso resuelve la actividad, pero no la cuestión de los ingresos. La ecuación económica se resuelve de manera agregada, para todos, o no se resuelve.
—Estos son los desafíos del futuro del trabajo y la educación, ¿Cómo se ecualizan en una Argentina que aún no resolvió desafíos del siglo XX: casi la mitad de los trabajadores fuera del circuito formal, niveles alarmantes de dificultad de comprensión en la escuela…
—El problema acá es que las instituciones atrasan: desde la política hasta la tribu educativa.
—¿En qué sentido?
—Atrasan en su concepción. El laboralista, por ejemplo, trata de proteger al trabajador y competir con la tecnología, y yo creo que esa estrategia está condenada a no funcionar en el largo plazo. En Argentina tenemos, como decís, dos frentes de batalla: las asignaturas pendientes del pasado y lo que se viene del futuro.
—¿Entonces?
—Tenemos que hacer las dos cosas, y tenemos muy pocos referentes dentro de esas comunidades, la política, la laboral, la educativa, que ven la necesidad de trabajar a dos puntas. Tenemos la imperiosa necesidad de hacer algo antes de que el tsunami venga y destruya las chozas. Todos van a estar expuestos a este cambio tecnológico, pero si vos vivís en un edificio y podés pararte alto en el edificio tenés más chances de sobrevivir. Tenemos que resolver los problemas del pasado pensando dónde vamos a estar dentro de 5 o 10 años.
—¿Eso qué significa?
—Te pongo un ejemplo: yo quiero formar a los trabajadores precarios para que puedan conseguir empleo, pero no los voy a formar para empleos del pasado. No necesitamos más torneros u otros oficios que van a ser sustituidos.
—¿Qué le dirías a quien mira este fenómeno con desconfianza y desde lejos?
—Que hoy lo más importante es jugar con estas herramientas, como ChatGPT, o Copilot, de Microsoft, o Gemini, de Google. Yo empecé jugando y hoy uso GPT-4 para algunos resúmenes o parte de mis investigaciones. Algunas de las tareas de mi asistente de investigación ahora las hace GPT-4, pero él ahora es también parte de mi interfaz con la máquina.
—Lo que hay que redefinir es la relación entre la máquina y el hombre.
—Exacto. No es la máquina en lugar del hombre, es el hombre como interfaz con la máquina, y el hombre habilitado por la máquina. No tiene ningún sentido competir con la máquina, hay que amigarse.
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