Barreda había perdido la lucidez y preguntaba por sus hijas
Al odontólogo que murió anoche a los 83 años -y que el 15 de noviembre de 1992 asesinó a escopetazos a su esposa, su suegra y sus dos hijas- lo habían echado de echado de una pensión, estuvo internado en un hospital en San Martín y terminó sus días en un geriátrico entre el delirio y la desmemoria
Barreda había perdido la lucidez y preguntaba por sus hijas
Martes 26.5.2020
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Última actualización 19:21
Un día antes de pedir ayuda desnudo, a los gritos y caído al costado de su cama en la pensión de mala muerte donde vivía, Ricardo Barreda, 83 años, le había hecho al mozo del café donde solía desayunar, almorzar, merendar y cenar una pregunta que lo dejó estupefacto:
-¿No vio a mis hijas? Iban a venir a verme...
El mozo pensó que era una broma de mal gusto. No le respondió. Pero ya en su casa, analizando otras actitudes del ex odontólogo que el 15 de noviembre de 1992 mató a escopetazos a su esposa, su suegra y sus dos hijas, pensó que Barreda podría sufrir demencia senil.
“Mi abuela se olvidaba las cosas, no me reconocía”, dijo el hombre, que pidió reserva de identidad y atendió a Barreda durante casi dos años, desde que el femicida se mudó a San Martín después de vivir más de un año en el Hospital Magdalena Villegas de General Pacheco.
Allí había llegado el 25 de mayo de 2016 confundido, usando pañales, y presentándose como Alberto Navarro. Una paciente publicó la foto de ese anciano en su muro de Facebook y pidió solidaridad. “La familia lo abandonó y sus hijas no quieren saber nada con él, qué crueldad”, escribió la mujer. Parecía ser una muestra de humor negro, pero ignoraba que ese hombre era Barreda.
En el hospital decían que simuló estar enfermo, que maltrató y amenazó a las enfermeras, que a una médica le dijo que le iba a dar un escopetazo y que a veces iba hacia una despensa a comprar whisky.
La casa donde cometió la masacre, en la calle 48 entre 11 y 12 de La Plata, fue reabierta. Hace cinco años, Barreda le dijo a su abogado que hiciera hasta lo imposible para recuperarla. Pero fue expropiada y será convertida en un centro contra la violencia de género
En un principio se creyó que Barreda había simulado ser otro. Pero una fuente médica de ese hospital le dijo entonces a Infobae que es posible que esa confusión haya sido un principio de demencia o Mal de Alzheimer. “Es lógico por la edad y porque a lo largo de su estadía en el hospital vivió momentos en que perdía la lucidez, o se levantaba y creía que estaba en su casa de La Plata, o confundía a una enfermera con una novia que tuvo de joven”, dijo la fuente. Lo mismo afirmaron fuentes del Hospital Eva Perón de San Martín, donde ocupó una habitación un breve tiempo hasta que un conocido le consiguió un lugar en el geriátrico Del Rosario, en José C. Paz donde llegó el 10 de marzo y murió ayer por la noche de “causas naturales”.
Durante los últimos meses, Barreda creía despertar en esa casa de La Plata donde había matado, hace 27 años, a las mujeres de su familia. Usó entonces la escopeta Víctor Sarrasqueta que le había regalado su suegra.
“Volví a mi casa de pescar y me encontré con cuatro bultos. Acá hubo un asalto”, denunció ante la Policía en 1992. Pero no había ido a pescar, sino al cementerio a “hablar” con sus padres, al zoológico a ver jirafas y elefantes (“eso me relajaba”) y a comer pizza con su amante, que culminó con dos horas en un hotel alojamiento.
Después, en su casa, confesó haber matado a su esposa Gladys McDonald (57), a su suegra Elena Arreche (86) y a sus hijas Adriana (26) y Cecilia (24). “Me decían conchita, me hacían la vida imposible, eran ellas o yo”, se justificó. Y cerró con una frase más filosófica: “Supongo que he sido yo. Intuyo que las maté yo porque éramos cinco en la casa y de pronto me encontré con cuatro cadáveres”.
Los tiempos finales de Barreda fueron un infierno para el femicida. Hasta que fue internado en el hospital Eva Perón de San Martín y luego en el geriátrico, se la pasaba encerrado en su pieza del Hotel España, sobre la calle 25 de Mayo. El dueño le había puesto un ultimátum: debía irse a otro lugar porque los otros pensionistas se quejaban del mal olor que salía de la habitación y de los gritos de Barreda, que solía delirar y hablar solo. Casi no salía a la calle. Se cayó tres veces y tuvo miedo de quebrarse la cadera.