- Estos imbéciles no saben llevar adelante una investigación sin cometer delitos.
- Estos imbéciles no saben llevar adelante una investigación sin cometer delitos.
.- Esto tiene que parar… nos van a llevar puestos a todos.
- Se creen dioses….
- Así, esto no termina bien.
El diálogo es ficticio…
¿Es ficticio? Veamos. En una república, el único fundamento real para que el estado prevenga, persiga y castigue el delito es que esa "labor" compleja y arriesgada se haga con un apego irrestricto a la ley, aun cuando esto implique una merma en la eficiencia o en la capacidad de respuesta frente al fenómeno criminal.
Las diversas agencias estatales involucradas en la investigación, persecución, juzgamiento y represión del delito (policías, gendarmes, peritos, fiscales y jueces) no tienen otra alternativa que actuar en forma acorde con la Constitución y la ley, siempre dentro de su competencia. Cualquier corrimiento, cualquier exorbitancia funcional, torna ilegítimo -y hasta puede ser delictual- ese desenvolvimiento estatal.
Hay hoy día un número de casos y causas calificadas, de suma importancia y trascendencia para la sociedad, y esto se da en un clima bastante enrarecido en el que se mezclan la incertidumbre, el miedo y la indignación. Gran parte de la sociedad descree de esas agencias estatales, y de buena parte de los individuos que las encarnan.
El desvío o abuso de poder existió siempre. Creo que hoy puede explicarse-nunca justificarse- en base a dos cuestiones puntuales. Primera: es tanta la inseguridad que se vive, tanto el nivel de criminalidad, que buena parte del funcionariado estatal cree recibir del cuerpo social una suerte de aval o luz verde a ciertas "prácticas" non santas pero que resultan –o aparentan ser- efectivas. Es la consagración del "a como dé lugar" porque así no se puede seguir. Cuando ese accionar estatal al margen de la ley se "naturaliza" es seguro que la problemática general terminará agravándose.
Cuando aparecen los "cruzados" del sistema que blanden discursos y deidades cuasi-metafísicas; cuando aparece una construcción conceptual y comunicacional cercana o incursa en "el fin justifica los medios"; la emocionalidad prima por sobre los hechos y la ley, la arbitrariedad por sobre la justicia.
La segunda causal es de tono más hondo y subjetivo, y por ende, mucho más difícil de contrarrestar. Es una especie de legitimación que el agente hace de sí mismo- por haber tenido éxito antes o simplemente por una autosobrevaloración ficticia- respecto de todo y de todos los demás. Es lo que se conoce como Síndrome de Hubris.
Su nota caracterizante es una arrogancia desmedida que supera los límites de lo que se tiene por normal o se considera racional. El sujeto experimenta una sensación de infalibilidad y de omnipotencia respecto de todo lo que hace y de como lo hace, con prescindencia de la razón, las formas y las consecuencias de esas acciones. En la mitología griega, hubris refería a quienes se creían dioses y actuaban como ellos, rompiendo el equilibrio que debía existir entre los hombres, la naturaleza y los "verdaderos" dioses.
El neurólogo David Owen, miembro de la Cámara de los Lores y ex canciller del Reino Unido, en 2008 publicó una obra en la que exponía el perfil psicológico de quienes padecían este síndrome. En su texto, Owen acuñó el término Síndrome de Hubris para hacer referencia a las personas con poder o con autoridad "que creían haber sido llamados para efectuar grandes obras y demostraban una tendencia hacia la omnipotencia y grandiosidad, siendo incapaces de escuchar las críticas".
La conjunción de estas dos causas tiene mucho que ver con lo que ocurre hoy día, agravando el cuadro de inseguridad y criminalidad que de por sí afrontamos. Y la denuncia o la crítica de las malas prácticas desde el Estado no implican tener una postura connivente o aquiescente con el hampa. La pretensión de que el Estado combata el delito es elemental. Resulta intolerante la convivencia con el delito. El delito es incompatible con el trabajo, con el disfrute; en fin, con una vida digna.
Ahora, lo que sigue a esta pretensión es el anhelo y la exigencia de que esa respuesta firme al delito sea sin incursionar en la ilegalidad o el delito, es lo fundamental para aspirar a una sociedad justa y en paz; y es a la par el principal desafío de esta hora.
*Abogado